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Diez cosas que cabe esperar cuando se asiste a una conferencia en Buenos Aires

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  La conferencia empieza media hora tarde. Como se trata de una costumbre importada de las ceremonias de bodas, que autorizan (y presuponen) esa demora impropia de gente civilizada, nadie pide disculpas a los imbéciles que han sido puntuales.  La persona que presenta al orador es habitualmente el líder de la institución organizadora. Dedica diez minutos a hacerse un homenaje a sí mismo, y otros  veinte a repasar la agenda de la entidad, a pesar de que sus miembros ya la conocen y al resto del público no le interesa y ha llegado hasta el lugar por otro motivo.  El disertante desperdicia demasiados minutos para explicar lo honrado que está por la invitación y los pormenores de las conversaciones que ha tenido con el anfitrión para que ocurriera la conferencia. Luego hace una introducción, más bien un rodeo, como si evitara ocuparse del tema del que ha prometido hablar. Recurre a eso que los gringos llaman throat-clearing expressions . Emula a “Museo de la novela de la eterna”, que tiene