Vencen los bárbaros

A mí me parecía que debía de ser fingido el interés de la señora por compartir conmigo esa actividad, por convertirla en un incomprensible programa conyugal. No entendía para qué iba ella a agregar, y encima con un gordo como yo, otro ejercicio físico, y uno tan desagradable como ese, si ya corre, levanta pesas, hace cuatrocientos abdominales y baila salsa casi a diario (¿será un trastorno de su trópico natal, como la malaria?). Su interés oculto era que yo, una vez en el sitio, comprobara la dimensión de mi fracaso sin posibilidad de hacer lo que era esperable tratándose de mí: irme insultando a todo el mundo. No fui con una acompañante, sino con un carcelero que formaba parte de la conjura. Todo empezó cuando uno de los médicos del Hospital Alemán (gente que ya no fantasea con invadir Polonia pero que de tanto en tanto urde un proyecto no menos estrafalario con algún paciente) me indicó que yo debía hacer un tipo de ejercicio conocido como “Pilates”. Esa actividad, me dijo, me propor...