Menudencias


    
   
         Comparto con un amigo el gusto por el análisis de temas que son estratégicos para hacer realidad nuestro destino de potencia mundial (me refiero a la Argentina) y cuya importancia el común de la gente no ha detectado aún. Solamente el Conicet ha demostrado interés en nuestras investigaciones, porque ahí tenemos un amigo ascensorista. El hombre nos asegura que nada hay para temer, que recibiremos nuestra beca, porque nadie allí lee lo que paga.

        El otro día coincidíamos en señalar que los argentinos preferimos formar los diminutivos con el sufijo “ito/ita”, y muchísimo menos con “illo/illa” como es costumbre en la Madre Patria. Así, decimos “pancito”, “cucharita” y “pajarito”. Porque “panecillo”, “cucharilla” y “pajarillo” nos suenan afectados, casi de composición escolar. En el café no nos tomarían muy en serio si pidiéramos "un cortadillo". Nadie cantaría una zamba de Yupanqui que se llamara Lunilla tucumana.
        
        Pero hacemos algunas excepciones, como en “tornillo”, “masilla”, “casilla”, aunque tal vez nadie sea demasiado consciente de estar denotando pequeñez con esas palabras. No pensamos que al mentar el “bolsillo” estemos describiendo a a un bolso de reducidas dimensiones. Se trata de diminutivos que han tomado vida propia, que han crecido (algo curioso, tratándose de diminutivos) hasta emanciparse. Un burócrata que atiende detrás de una ventanilla se siente poderoso, pero si llamáramos a su trono "ventanita" lo humillaríamos y nunca terminaríamos el trámite.

        Un caso en que sí me parece que queremos significar algo diminuto es “mirilla”. También, “palillos”; nunca he oído que alguien pidiera “palitos” para escarbarse los dientes en las parrillas que hay al costado de la ruta (menos, durante el cocktail del entreacto en la Ópera de Viena).

        El caso que nos preocupó bastante durante una de nuestras últimas sesiones fue el del “banquillo de los acusados”. Jamás he oído “banquito de los acusados”. En rigor, no se trata de asientos pequeños que carecen de respaldo, sino de sillas o de cualquier otro tipo de asientos ordinarios, más bien espaciosos y no estrechos, puestos detrás de mesas donde los abogados desparraman papeles. Más estrechos son a veces los asientos donde se ubican los suplentes de un equipo de fútbol, a pesar de lo cual llamamos a eso “banco de suplentes”, nunca “banquillo de suplentes”. Deberíamos llamarlos “escritorio de los acusados”, pero perdería toda connotación incriminatoria. “Occhipinti deberá sentarse por primera vez en el escritorio de los acusados” suena más como una distinción que como una circunstancia infamante para el reo Occhipinti. A lo mejor los jueces no le cambian el nombre para que no se les nuble la vista y consideren a los acusados, precisamente, un atractivo banquito para comprarse (ellos, los jueces) otra estancia. Pero eso sería de mal pensado. 

        Los salteños demuestran incluso menos coherencia que el resto de los argentinos en este asunto tan relevante. Tal vez porque, a diferencia de lo que ha ocurrido con las mezcolanzas del puerto, se trata de una comunidad que conserva más hispanismos, como el caballo, la guitarra, el sombrero de ala ancha, la siesta, los tiempos verbales perfectos. Esa gente se la pasa comiendo “quesillo” (no nos entendería si les pidiéramos “quesito con cayote”), pero no le inquieta que en su provincia uno pueda visitar tanto la localidad de Cerrillos como la de Tres Cerritos, disparidad de criterios que denota una alarmante confusión. Más coherentes, los cordobeses han urdido una puna modesta, una Punilla, pero, que yo sepa, no se les ha ocurrido ponerle a ningún sitio "Punita". Con semejante nombre no se les arrimaría ningún turista.

        Como se ve, el tema es tan relevante como amplio. Con mi amigo estamos considerando convocar a algún congreso sobre la materia. Pensamos en hacerlo en algún sitio que invite a la concentración, al trabajo intelectual serio e intenso. No sé, Playa de Carmen, Las Vegas. Sólo nos faltaría que otro nos pusiera el dinero para aviones y hoteles. Debería ser alguien del sector público, por supuesto. Es la única gente que tiene sensibilidad para detectar en qué cosas trascendentes debe gastar el dinero ajeno. Además, cuando auspicia algo aprovecha para mandar a unos cuantos (y a unas cuantas) que llegan con ganas de pasarla bien. Por eso falta a las sesiones de la mañana. Igual, los contribuyentes jamás se enteran.

-Ω-

Comentarios

Entradas populares de este blog

Huracán vs. Belgrano de Córdoba. La crónica.

Día de la Tradición

Che, ocupate un poco más de tu vecino