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Mostrando entradas de diciembre, 2020

Fantasías

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  Según recuerdo (creo recordar, ya que he perdido ese libro) en Crónicas del ángel gris Alejandro Dolina cuenta que él, de pibe, no dudaba de la existencia de Papá Noel, pero que la certeza se le terminó cuando lo llevaron a saludar a ese personaje a una tienda. A pesar de ser chiquito, acertó a pensar que alguien proveniente del mundo celestial debería de tener intereses algo más elevados que los de una casa de comercio, y de ninguna manera el mismo aliento a cerveza que su tío (que el tío de Dolina). Es que, creo haber leído en el cuento, las percepciones que produce la fantasía son más potentes que las de la realidad. Por eso un amor distante es siempre más intenso que otro cotidiano. Lo que me gusta de ese relato es que allí Dolina arremete contra la obsesión de reproducirlo todo visualmente; digamos, al estilo Disneyworld. Dice que el peligro de esa cultura demasiado figurativa es que alguna vez un niño nos pida que le reproduzcamos una esperanza, o un desengaño, y como es pre

Algo tenía que salir bien

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  Alguno le habrá dicho a aquel florentino: “mire, maestro, debería acompañarlo a usted demasiado la suerte para que uno de tres alumnos sirviera para algo”. Acaso en ese mismo momento, frente al atril, empezaría a hacer el ejercicio del día el chico Ghirlandaio, que por haber llegado tarde habría podido pispear los garabatos de un par de compañeros, un tal Sandro (hermano de un regordete al que habían apodado botellón, o Botticello ) y el hijo ilegítimo de un noble al que llamaban simplemente Leonardo. Había un cuarto compañero, que tal vez por ser de afuera (era perugino) habría faltado ese día al taller del maestro Verrocchio.           Todavía no se habían inventado los especialistas en cálculo probabilístico, ni los pronosticadores de elecciones.

Nihil novo sub sole

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  Las “Pequeñas crónicas” del profesor de Historia Económica Carlo M. Cipolla (1922-2000; Universidad de Pavia, profesor emérito en UC Berkeley) reúnen sus notas en Il corriere della sera de los 80 y principios de los 90. Algunas parecen noticias de ahora a las que les ha cambiado la fecha. Resulta que el desastroso reinado de Felipe II, que se embarcó en costosas guerras y dilapidó la plata y el oro de América, inició la era de la deuda pública, que el monarca español tomó de banqueros genoveses y florentinos a unas tasas estrambóticas. El despilfarro español, además, inició el mercado de capitales, ya que los mercaderes florentinos, genoveses y venecianos comenzaron a invertir en títulos de deuda soberana, literalmente. Felipe II se quejó amargamente después de la expoliación que sufría de los genoveses a que él había recurrido, por supuesto, de manera voluntaria. Las regalías mineras de México y de Potosí, entonces, construyeron los más lindos palacios de Génova. El Vaticano