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Mostrando entradas de octubre, 2021

La rebelión de las cafeteras

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  La rebelión de (por) las cafeteras   Desgraciadamente, este fin de semana dejó de funcionar la cafetera de mi casa. El local de la cadena Frávega más cercano tiene una sola, impresentable. Para eso -pienso- hago el café con el filtro ese que parece una media de mujer . Su competidor Garbarino está cerrado por quiebra. Concurro entonces a uno que se llama Rodó. Yo quiero un artefacto que venga con el temporizador ese que permite que uno encuentre café recién hecho cuando se levanta. Esa es mi única pretensión; hasta ahí llegan mis aspiraciones en materia de robótica del hogar (ya he opinado en otro ensayo que ese invento, junto con la idea de agregar rueditas a las valijas, han sido los proveedores más eficientes de bienestar para la humanidad: en ningún otro caso, con la probable excepción del bidé, una invención tan simple puede proveer tanto bienestar). En suma, no quiero una cafetera conectada a Internet que mande los datos de mi presión arterial para que un médico actualice la h

Obligaciones de un aristócrata

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  En su biografía de Marcelo T. de Alvear, Félix Luna afirmó que “la Argentina no tiene una aristocracia, basta trepar un poco en el árbol genealógico para topar con el abuelo contrabandista o bolichero”. No sé si Luna creía que esos atributos eran buenos o malos. A mí me parecen una señal de que una sociedad ha tenido cierto éxito al organizarse de determinada manera. Sólo en un orden moldeado en valores medievales el nieto está condenado a repetir la vida del abuelo. Hijos de bolicheros han sido aquí presidentes. Creo que el padre del doctor Favaloro era carpintero. Una vez un abogado porteño muy distinguido (omito por imaginables las razones de su distinción) me dijo “la desgracia de este país, che, se produjo cuando las familias tradicionales dejaron de cumplir con su obligación de entregar un hijo a la Iglesia y otro a las fuerzas armadas. Mirá cómo se llaman hoy los militares, son los Galtieri, los Lambruschini…”. La manera en que el señor concentraba sus diatribas en los a

A vestirse, que hay que ir a votar

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  En los Estados Unidos gustan de convertir cada discusión en algo que entretenga a los nueve integrantes de la Corte Suprema y dé trabajo a los tantísimos abogados que tienen (que, como les pasa a los de acá, no encuentran demasiadas cosas útiles para hacer). Esa pasión por los litigios inspiró a Robert Fisher su divertido libro Legally correct fairy tales , que reescribe algunos clásicos cuentitos infantiles convirtiéndolos en pleitos. Por ejemplo, cuenta las alternativas del proceso El Roble vs. Geppetto , que enfrentó al padre biológico y al adoptivo por la custodia de un muñeco que terminó quebrado por los abogados y viviendo en un hospicio a la orden de un juez que jamás había visto. Por lo general, afortunadamente las nueve personas de Washington que se visten con togas negras siguen a rajatabla la utilísima Ley de Sánchez: “no te enganches”. Rara vez se ocupan durante cada año de más de cien casos de todos los que le acercan los abogados ociosos. Eso sí, cuando deciden mira