Cuatro días en La Habana
Cuatro días ociosos en
Miami es un trago duro para alguien que no gusta de ninguno de los ingredientes
del turismo "mármol” (mar por la mañana, mall por la tarde).
Por eso se le ocurre conocer La Habana. Tengo amigos de izquierda que lo han
hecho y reforzaron su apoyo a la Revolución, y otros del mismo signo que
volvieron desencantados. Yo quería ver si en ese ratito me formaba mi propia
opinión.
Es rarísimo visitar un sitio sin publicidad,
sin personas que caminan tecleando el móvil para responder un mensaje de Whatsapp,
sin autos en las avenidas, con gente que parece tener todo el tiempo para
contestar cualquier pregunta y quedarse después un buen rato conversando con
notable amabilidad. Es raro también sentirse seguro y disfrutar de los músicos
exquisitos que hay en cada bar de La Habana Vieja. ¿Cómo hará un país tan chico
para fabricar tantos genios musicales?
Pero los edificios,
las casas, las calles, las instalaciones eléctricas, todo parece carecer de
mantenimiento desde 1959. Cualquier mecanismo se cuida como el oro, hay que
tratar a las puertas de los autos americanos de los años cincuenta con mucha
delicadeza, pero también a un televisor de los ochenta o a una mesa de luz de
mucho antes. Lo nuevo que lucen los cubanos, un teléfono celular o unas
zapatillas, es lo que los parientes traen de los Estados Unidos, ahora que
pueden venir de visita cualquier fin de semana (no al revés: aunque Cuba deja salir
libremente a sus ciudadanos, los Estados Unidos no les permiten
entrar). De los varios vuelos diarios que ahora llegan desde Miami baja
gente que trae pañales para gente mayor y detergente. En La Habana un
“supermercado” es un sitio con muy pocos productos, y sin variedad de nada
(aceite o chocolate hay de este...). He visto gente comprando azúcar y harina a
granel. A pesar de la planificación económica, la gente hace cola para todo y
sólo es de calidad lo que depende de las maravillosas condiciones naturales de
la isla, como el café o las frutas.
Las personas
“revolucionarias” tienen un discurso muy simple que consta de tres partes:
destacan el servicio de salud, destacan la educación y explican que todo lo
demás no funciona por culpa del bloqueo, que los norteamericanos llaman embargo.
La instrucción elemental está bien repartida: el señor que barre la calle habla
un castellano notablemente mejor que un empleado de banco de Buenos Aires. Cuba
ha sido, también, el primer país en eliminar el HIV. Aunque los logros no son tan
claros cuando se trata de superar lo básico, porque no tengo noticias de que
los mejores hospitales y empresas del mundo se peleen por tomar médicos o
ingenieros cubanos. Están llenos de gente con títulos profesionales que sólo
pueden trabajar como empleados públicos por salarios simbólicos -lo que fomenta
la corrupción- o dedicarse a cualquier cosa que los ponga en contacto con
turistas y con la segunda moneda del país, el peso cubano convertible o CUC que
sólo se usa para cobrarle a los extranjeros sumas que los locales ni sueñan con
pagar. Ejemplo: un viaje en taxi de quince minutos se cobra a un turista 8 CUC,
más de la mitad de un salario mínimo. Un almuerzo puede costar 15.
Un taxista dijo ser
ingeniero informático, pero no tener Internet en su casa, algo que está
llegando de a poquito a las viviendas. Una conexión lenta vale 15 dólares al
mes (un salario inicial va de los 20 a los 30). “Además -dice el taxista
ingeniero- no puedes navegar mucho porque te consumes los datos en cuatro días.
ni hablar mal del gobierno en redes sociales porque te lo cortan”. Con los
extranjeros la gente habla con gran libertad, incluso para criticar al régimen.
Todos los negocios son del Estado. Como
excepción, hay actividades privadas permitidas como el taxi (si alguien heredó
un “carro americano” de los años cincuenta o alquila un auto nuevo comprado por
el gobierno), los “paladares” (especie de restaurante que funciona en una casa
de familia) o las “casas particulares” que alojan turistas. Se trata de la
concesión de actividades consideradas estatales como todas, por las que hay que
pagar un tributo. Sólo desde que asumió Raúl Castro alguien puede vender su
casa. Antes el derecho a transferir lo propio era considerado un concepto
capitalista.
Otro taxista nos dice que, efectivamente, toda
la medicina es gratuita y accesible a todos, aunque agrega “bueno, esta
prótesis de los dientes es de siliconas, de las buenas que no se te caen en
seis meses, la tuve que pagar por izquierda”. Le digo en broma que me parece
raro que en Cuba se le llame “por izquierda” a algo ilegal y se ríe. También
encontramos mercado negro en el comercio de habanos y ron, casi los únicos dos
productos que suelen comprar los turistas, obviamente fabricados por el estado.
Cada vez que quisimos pagar un trago con tarjeta de crédito en el bar de algún
hotel importante hubo algún problema de conexión que terminó con el empleado llevándose
el dinero al bolsillo y sin facturar nada. El empleo, que es sólo público,
parece ser nada más que una ocasión para sobrevivir haciendo esas cosas. Y la
idea de eficiencia propia del mundo privado no parece muy presente: estuvimos
más de una hora en un bar de La Habana vieja donde había seis empleados detrás
de la barra, siete músicos tocando (maravillosamente) y tres clientes, nosotros
dos y otro señor.
Para que alguien que no sea norteamericano
pueda viajar a Cuba desde los Estados Unidos, debe comprar una absurda “tarjeta
de turista” llenada a mano en una de las agencias de turismo de Miami que
tienen un acuerdo con el propio gobierno de la isla, por loco que parezca. Cien
dólares por persona.
En la “casa particular” de Mary y Tony donde
nos alojamos viven ellos, su hija, su yerno y dos nietitos. Me sorprende que en
una casa suene el teléfono fijo. Tony es militar retirado y revolucionario
convencido. Un tipo encantador y gran anfitrión. Nos quedamos horas hablando
con él. Deja en nuestro cuarto libros amarillentos sobre los cuatro o cinco
episodios históricos de los que siguen hablando sesenta años después: el Che,
Camilo Cienfuegos, el asalto al Cuartel Moncada, el Granma, la campaña de
alfabetización, la invasión a Playa Girón. Nunca salió de Cuba, salvo para
estudiar en la Unión Soviética y en misión a Angola. Tiene un hijo y una
hermana que viven en los Estados Unidos. Tony parece está convencido de que
todo lo que la isla no ha podido lograr tiene una sola causa: el bloqueo de los
“comemierda”. En 1961, cuando tenía apenas catorce años, Tony marchó al Oriente
a alfabetizar con su manual llamado “Venceremos, patria o muerte”. Todavía se
conmueve cuando cuenta que en seis meses logró que cuatro guajiros
(campesinos) pudieran leer. Les enseñaba por la noche a la luz de un farol
después de ayudarlos con la caña de azúcar.
Así terminó Cuba en tiempo récord con el analfabetismo, que en el campo
era alto, no así en la ciudad. Tony vive en la importante casa que fue de su
suegro, un destacado médico de la era prerrevolucionaria que luego fue director
de un hospital. Tiene una empleada para la limpieza que no se sienta a
desayunar con nosotros a pesar de que la invitamos. En algún momento nos
presentó a “la nana” de sus nietos. La casa está impecable, pero los muebles traen
el recuerdo de una visita a la lo de las tías abuelas durante los años setenta,
cuando allí todo era ya viejo.
En una plaza, una morena muy jovencita nos
pregunta dónde nos alojamos. Le decimos que en una “casa particular”. “Seguro
que es uno que fue a Angola. Un amigo del gobierno que tiene el permiso para
ese negocio”, adivina. Y agrega “si todo está tan bien, pregúntele usted por
qué tiene que rentar su dormitorio”. La chica es opositora. Gana en un
ministerio el equivalente a 25 dólares por mes. Nosotros pagamos 30 cada noche
por una habitación.
Con mi teléfono americano no tengo roaming, sí
mi mujer con el argentino. Para conectarme con el mundo debo encontrar un hotel
al que no se le hayan acabado las tarjetas de tres dólares que permiten navegar
a una velocidad prehistórica durante una hora y sólo desde esos sitios, con
varios cortes en el medio. En la compañía de teléfonos también se venden, pero
hay cola en la vereda.
Nadie puede comprarse un auto nuevo aunque un
pariente le envíe el dinero desde el exterior. No hay dónde hacerlo. El único
que compra autos nuevos es el gobierno. Luego de usarlos muchos años los vende
a taxistas.
En el bar del legendario hotel Habana Libre,
un colosal edificio inaugurado un año antes de la Revolución como “Habana
Hilton” (oportunos los gringos para invertir en la isla…) y que Fidel ocupó
como cuartel general cuando llegó de la Sierra Maestra, tampoco funciona el
sistema para cobrar con tarjetas y en el baño del lobby no hay papel higiénico.
Seguramente antes de la Revolución no iban los pobres. Ahora tampoco: dos
sándwiches y dos aguas que pedimos en la barra cuestan 15 CUC y un salario
mínimo es de 14.
Cuando a principios de los noventa colapsó el
bloque soviético Cuba llevaba treinta años ejecutando su revolución, pero no
había salido del monocultivo azucarero. Empezó a tener escasez hasta de leche y
cortes de luz rotativos de ocho horas. Eso duró cinco años hasta que Chávez
empezó a mandarles petróleo a cambio de maestros y médicos. Tony recuerda esa
época como muy penosa.
No es cierto que vivan sólo del turismo y de
vender servicios médicos. Casi todas las familias tienen a alguno de sus
miembros en los Estados Unidos u otro sitio, y lo habitual es que el emigrado
envíe cien dólares por mes, suma que equivale a dos o tres salarios locales. La
mayoría vive, entonces, de la economía de los mismos Estados Unidos que los han
bloqueado-embargado. Que los han bloqueado, me parece, estúpidamente,
creyendo que con eso tumbarían un régimen que lleva la friolera de seis décadas
y tiene a uno de los líderes de la revuelta vivito y coleando. Trump volvió a
cerrar la embajada que había abierto Obama, para contentar a los cubanos de
derecha que votan al Partido Republicano, que creen que relacionarse con Cuba
es rendirse ante el castrismo que los expulsó y confiscó sus bienes.
Todos se quedaron en
1959. Los ricos que se fueron a Miami ahora son viejos y siguen llorando que la
revolución les quitó una hacienda cafetalera que ya no sirve (es en otros
sitios del mundo donde se produce café para exportar, no en el Caribe). Y los
burócratas que escriben el ejemplar del diarito Granma que encuentro
abandonado en una plaza vuelven a mostrar a Raúl en un acto oficial y a
conmemorar algún aniversario que les permite contar, hasta el cansancio, que
durante la rebelión contra el corrupto dictador Batista el Che avanzó por el
Norte y Camilo Cienfuegos, por el Sur... Seis décadas después ninguno de los
bandos ha logrado dejar “a la epopeya un episodio”, en palabras de Borges.//
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