Colón y el arte de discutir porque sí
El sitio donde tengo los libros (eso que con alguna pretensión llamo "la biblioteca") carece de todo orden. A propósito dejo lo
que leo en cualquier parte. El Libro de Doña Petrona descansa sin chistar
al lado de los siete tomos de Tratado de Derecho Procesal de Hugo Alsina (es fácil imaginar cuál de los dos descansa menos). Es el
único sitio de mi casa donde reina la más civilizada de las convivencias,
obtenida espontáneamente y sin necesidad de ninguna política activa. En la sistematización que produce la mano invisible de lo que “así como cayó quedó”,
Eso, naturalmente, me trae algunos problemas cuando necesito
encontrar algo en poco tiempo, pero también me regala sorpresas agradables. Como jamás me ha divertido el casino y no
sé jugar con cartas ni con dados ni con nada, cuando tropiezo con libros inesperados lo adjudico a quién sabe qué designios y así tengo mi modesta dosis de hechos
asombrosos.
Por ejemplo, quiso el azar que exactamente el 12 octubre, mientras
buscaba por supuesto otra cosa, me encontrara con Vida del muy magnífico
señor don Cristóbal Colón, de Salvador de Madariaga, en una edición de 1944
de Editorial Sudamericana de Buenos Aires llena de mapas e ilustraciones que
debo de haber leído hace más de treinta años.
El autor nos recuerda que prácticamente todo en la biografía
del Almirante está rodeado del misterio o de la controversia. Ni siquiera uno
puede llevarle una flor con una mínima seguridad, porque el hombre tiene dos
tumbas, una en Sevilla y otra en Santo Domingo. Mi amigo Andrea Mari me llevó a
la casa natal de Colón, un sitio que todos los genoveses como él consideran una
infame invención turística. El protagonista parece haber contribuido a esas
reyertas, porque está comprobado que luego de volver de sus expediciones, y
hecho ya una celebridad, se empeñó en dar datos confusos y a veces
contradictorios sobre su persona, como si lo atormentara alguna circunstancia
que por entonces resultara imperioso ocultar.
De Madariaga refiere la discusión entre los historiadores que
sostienen que Colón era genovés, los que dicen que era español y los que le
atribuyen la condición de judío, y afirma que difícilmente pueda encontrarse en
la Historia una disputa más tonta, por inútil: Colón era las tres cosas.
Según el libro, don Cristóbal había nacido, efectivamente,
en Génova en el seno de una familia judeoespañola emigrada como mucho un par de
generaciones antes y que profesaba el cristianismo (Christoforo o Xto
Ferens, como parece que firmaba el personaje, quiere decir “el que lleva a
Cristo”), aunque nunca se sabrá si la conversión de algún abuelo habrá sido auténtica,
o acaso la manera más expeditiva de esquivar hogueras.
El judaísmo de Colón se inferiría del hecho de que, antes de
ser fichado por la corona de Castilla y Aragón, él vivió en Lisboa y allí
trabajó como cartógrafo. Ese gremio portugués estaba por entonces monopolizado
por los judíos, así como otras comunidades se ocupaban de otra cosa, de modo que la pertenencia a ese pueblo debió de haber sido una
condición imprescindible para que alguien pudiera ser empleado en ese menester.
De su lado, la condición de español parece deducirse de que
durante las travesías Colón escribió, además de los documentos y registros oficiales
de a bordo, una especie de diario íntimo o libreta personal de apuntes, y que lo hizo en
español, algo inconcebible en un genovés que acabara de llegar a tierras
ibéricas. Lo hizo en lo que era, literalmente, su lengua materna.
Cualquiera que, como yo, tenga más de cuatro
amigos en Puerto Rico descubrirá que por lo menos uno de ellos lleva el
apellido Colón, que allá es como llamarse González. A uno de ellos he intentado convencerlo
de su condición de judeo-hispano-genovés-taíno (o boricua), pero no logré que me tomara en serio.
Probablemente desde entonces se nos ha hecho costumbre acá en América eso de desperdiciar energía discutiendo con otros que también tienen razón. Y los libros, que a veces han causado tanto dolor (Fernando Savater dice que todas las guerras religiosas han sido protagonizadas por "las religiones del libro") a veces nos disuaden de seguir la discusión y de pasar a otra cosa. O a otro libro.
Siempre una entretenida aventura leerte (y además se aprende), ¡Gracias!
ResponderEliminarMarisa