Una inversión a largo plazo (si Dios quiere)


La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, la de los mormones, tiene un problemita.
Como es bien sabido, se trata de una confesión nacida en los Estados Unidos hace menos de dos siglos cuyos fieles se asentaron principalmente en el estado de Utah después de haber sido perseguidos por tener algunas costumbres algo heterodoxas en opinión de los puritanos de la época (como la poligamia, práctica que luego abandonaron). Hoy es una iglesia muy respetada y algunos de sus integrantes ocupan puestos relevantes en la vida pública. El excandidato republicano Mitt Romney y el hotelero Marriott, por ejemplo. El portentoso coro del Tabernáculo Mormón tiene trescientos sesenta miembros y lo acompaña un órgano de once mil tubos. Hay que imaginarse nada más lo que serán los camarines del sitio en que actúa, o los baños que usarán los coreutas durante el entreacto para darse cuenta de que es gente que hace las cosas a lo grande.
Ocurre que alguien ha denunciado a esa organización para que le quiten la exención de impuestos de que gozan las entidades religiosas, por considerar que ha emprendido actividades lucrativas; específicamente, financieras. La historia podría ser una más de las que los fiscalistas conocen demasiadas. Es difícil, acaso imposible, trazar la frontera entre vender medallitas o libros en la puerta de los templos y poner un supermercado de artículos religiosos, o una editorial, compitiendo así con el mercader de la otra cuadra que sí paga impuestos.
Pero el problema de los mormones no viene por vender merchandising religioso. La denuncia (que como suele ocurrir proviene de uno de sus miembros, la consabida “astilla del mismo palo”) tiene que ver con una actividad que uno no asocia intuitivamente con las confesiones religiosas: armar con las donaciones de los feligreses un fondo de inversión por valor de cien mil millones de dólares. Para ubicarnos en lo que esa suma representa, equivale a más de lo que recibieron en conjunto Harvard y la fundación Bill & Melinda Gates. Para usar otra vara, con ese dinero uno podría comprarse en la bolsa una vez y media la compañía Uber, tres compañías como Telefónica o veinticinco como YPF. Como pasaron veinte años y la iglesia no destinó los recursos para fines caritativos, pues alguien pretende que pague impuestos como cualquier financista. Los mormones respondieron que ellos habían armado ese negocio en previsión de la segunda venida de Cristo.
No soy experto en temas financieros ni en cuestiones teológicas, pero yo le haría dos preguntas al que gestiona ese activo:
1)  ¿Cuál es la fecha de vencimiento, y por ende de liquidación, del fondo, dado que nadie ha publicado cuándo Jesús nos visitará por segunda vez? Si alguno supiera esa fecha sería un profeta que acaso contara con “información privilegiada” de esa que no se puede usar sin ir preso.
2)  Si, como mucha gente sostiene, cuando Cristo venga de nuevo se acabará el mundo, ¿para qué diablos quiere esta gente el dinero? Me parece que si no habrá siquiera mundo, menos va a haber vino, puros, cruceros por el Caribe, en fin, esas cosas en las que uno sueña que gastará algún sobrante.
Tal vez el Señor esté dispuesto a otorgarnos un “razonable preaviso”, como piden los tribunales argentinos para terminar cualquier relación duradera (menos el matrimonio, que autoriza un corte abrupto), y entonces vamos a tirar la casa por la ventana organizándonos una despedida inolvidable. En ese caso deberíamos hacerlo con mesura, porque si nos descontroláramos e hiciéramos demasiadas porquerías en esa fiesta de “clausura de la temporada” de la humanidad, si por ejemplo contratáramos acompañantes de dudosa moralidad, lo que nos esperaría después sería bastante desagradable según los mismos organizadores de la inversión.
Si usted, persona de poca fe, no me respeta y cree que lo del fondo mormón estructurado para la segunda venida de Cristo es otro de mis embustes, léalo en The Wall Street Journal, en The Washington Post o en Forbes.
-Ω-

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