Bella Italia
Un profesor que conocí en Chicago enseñaba algo que ahí llamaban cross-cultural
negotiation. Me dijo durante un almuerzo que él podía describir las características
de cada pueblo con generalizaciones porque ponía un océano en el medio; de lo
contrario, pensaba, sería considerado un racista.
Si tuviera alguna utilidad descubrir de dónde provienen nuestros cromosomas
(a un loco en Alemania le pareció una vez que ese era un dato relevante), yo
debería decir que solamente la mitad de los míos llegó alguna vez desde Italia.
A pesar de eso mis amigos saben que es el país que más quiero.
Ocurre que según mis absolutamente arbitrarias preferencias en Italia está
la lengua más bonita, la mejor comida, el cine que más me gusta, una
concentración inagotable de arte viejo y nuevo, y sus paisajes me parecen extraordinarios.
No necesito más razones para volver siempre que puedo. En cuanto a su gente, un
pueblo que puede fabricar un gobierno entre la Lega y el M5S es
capaz de cosas incluso más asombrosas que licuar cada año puntualmente la
sangre de San Genaro o inventar maravillas como el pesto genovés con tan
poquitos ingredientes (en los Estados Unidos yo no pude nunca comer una
ensalada que tuviera menos de catorce cosas, ni transmitir a un vendedor de
helados el significado de la expresión “uno solamente de chocolate” -así, literalmente,
de chocolate, sin salsas, bizcochos triturados ni confites- y entonces nunca supe
qué estaba consumiendo).
Tengo entendido que en Italia no carecen de problemas de burocracia y de corrupción;
como yo vivo en la Argentina, hasta me parecen menores. Pero además de esos
problemas, en lo cotidiano, y si puedo generalizar un poquito como mi profesor,
a veces los italianos dejan de ser complejos, lo que es muy bueno, y pasan a
ser complicados, algo que no es
tan bueno. Beppe Grillo, que es actor cómico y político (¿serán dos profesiones
o una sola?) dice que un italiano es un italiano, que dos italianos son un casino
(quilombo) y que tres italianos son cuatro partidos políticos. Ese parece ser
el precio de la fenomenal creatividad que tiene esa gente.
Ese estilo de vida convive perfectamente con admirables desarrollos
científicos y tecnológicos. En realidad todo “convive” en Italia: durante
décadas tuvieron dentro de las mismas fronteras al partido comunista más grande
de Occidente y a la mayor cantidad de obispos católicos que vivían en un mismo
país. Nosotros por muchos menos habríamos empezado a poner bombas. Bueno, ellos
también empezaron a los poner bombas, pero resolvieron el tema con la ley en la
mano y sin desaparecidos ni torturados, y eso no es poca cosa....
Pero debo reconocer que, incluso yo, que provengo de este país periférico e
ineficiente del Tercer Mundo, he padecido en mi amada Italia unos cuantos
problemas.
Tómese usted el trabajo de leer una ley cualquiera de las que sancionan en
Italia. La técnica legislativa (para llamarla de alguna manera) que usan los
que descubrieron y enseñaron esa gloria de la civilización que es el Derecho
Romano que aquí estudiamos a través de los grandes juristas de Bolonia consiste por lo general en hacer referencias cruzadas de modo que es imposible
para un ciudadano del común (y para buena parte de los abogados, imagino) saber
qué diablos han resuelto en el Parlamento. Una norma italiana puede tener
perfectamente la siguiente estructura: “Derógase el inciso “x” del artículo yyyy
del capítulo zzz de la ley XXXXX/ZZZZ, con excepción de sus párrafos primero y
segundo, que se mantendrán en vigencia mientras no sea derogado el decreto RST
siempre que antes de la fecha indicada en el decreto UVW no ocurriera lo que prevé
la ley XYZ”. No ha llegado a esos lugares la ola del movimiento plain
language.
Cuando quise
comparar planes de telefonía móvil de Vodafone Italia sencillamente no pude
saber cuál era el más conveniente a pesar de que yo algo entendía del tema. Fue imposible comparar en la página de
Internet de la compañía tanta oferta de “peras y manzanas” (ni de manzanas con
aspecto de peras, de peras que huelen a manzanas, de manzanas con pedacitos de
peras y cualquier otra combinación imaginable de fenómenos). Fui a una tienda y
simplemente compré un plan que me dijeron que era conveniente para turistas. No
estaba en la página de la empresa. Pensé “hemos logrado romanizar a los
bárbaros nuevamente”, porque Vodafone es una compañía británica.
Unos días
más tarde intenté adivinar si me convenía un abono para viajar en
tren. Las combinaciones que pueden imaginarse una vez que uno lee la página de Trenitalia
son para que las descifre John Nash, el de “Una mente brillante”. Hay abonos
para ciertos trenes y no para otros, algunos funcionan sólo en ciertas
regiones, otros también sirven en ciertas regiones pero a veces se los puede
extender a otras, los hay para usar únicamente en determinada franja horaria,
tienen distinta duración, por supuesto los hay de primera clase y de segunda,
los precios varían según la edad del pasajero o su condición de estudiante o
jubilado y, la cereza del postre, todo cambia (supongo que para bien) si el
pasajero está adherido a los programas Carta
Plus, Carta Tutto Treno o Carta Nuovo
Tutto Treno, que vaya uno a saber
qué diantres quieren decir. “A Turín, por favor, un pasajero, ida y
vuelta” y que sea lo que Dios quiera. Supongo
que pagué bastante caro, pero no tenía tiempo para contratar un consultor.
Interesado
como siempre en cualquier tipo de cuestión legal, especialmente si es inútil, pregunté
por enésima vez cuál es la diferencia entre Polizia y Carabinieri
después de haber comprobado que ambas fuerzas intervienen en asuntos de
seguridad interna. Mi interlocutor, un milanés de cierta cultura, me indicó que
eran cuerpos “totalmente diferentes” porque los carabinieri integran una
fuerza armada que depende del Ministerio de la Defensa mientras los policías
son civiles que dependen del Ministerio del Interior, aunque también están
armados. No contento con esa explicación burocrática le pregunté por alguna
otra diferencia. Me dijo que los carabinieri no admiten mujeres, como sí
lo hacen los policías, y que están en cuarteles (caserme), algo que
evidentemente le parecía de alguna relevancia. Le pregunté concretamente a
quiénes llamaría él si fuera víctima de un delito y su respuesta terminó con
todas mis dudas: me contestó “a los que estén más cerca”.
Como ocurre
con las personas, a Italia hay que aceptarla como es. No se la puede trocear
para tomar sólo una parte (algunos allá lo han querido hacer; creo que algunos
del Norte, pero afortunadamente no lo han logrado). Sería lindo disfrutar su
café sin pasar por el calvario de comprar un plan de telefonía móvil, un
billete de tren o entender si el agente Catarella que ayuda en Sicilia al sagaz
comisario Montalbano (que es el novio de Livia, la genovesa) es un policía o un
carabinero. Pero no se puede. Hay que disfrutar todo lo que hay di persona
personalmente, como dice Catarella.
¡Viva Italia!
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