Cuestión de arterias / A matter of arteries

Cuestión de arterias (*)

Los holgazanes presumen de haber encontrado las causas de tantos males argentinos. Demasiadas teorías explican por qué no hemos sido capaces de ningún logro colectivo, ahora que hay quien sospecha que nuestros campeonatos mundiales de fútbol fueron ganados con la cooperación de ciertas herramientas heterodoxas como juntas militares o manos divinas.

Así, nos hemos cansado de escuchar el latiguillo según el cual nuestros fracasos se deben a que somos un crisol de razas, hibridez que por alguna curiosa razón no parece haber perjudicado a los Estados Unidos, a Suiza o a Singapur. Esta imbecilidad no sorprende en un país que homenajeaba hasta hace poco al legado español con una fiesta que denominaba, de manera bastante fascista, “Día de la Raza”.

Otros simplificadores adjudican un destino de fracaso a todas las culturas que, como la nuestra, se forjaron con fuerte impronta del catolicismo. La prosperidad sería, desde ese punto de vista, propia de los lugares en que triunfó la Reforma. La santificación que los católicos hacen de la pobreza y su contracara, la forma en que demonizan el éxito en las cosas mundanas, serían un obstáculo para que vivamos mejor. De nuevo, una rápida mirada al mundo nos muestra que hay muchos lugares, como Irlanda, buena parte de Alemania o Chile, donde mucha gente va a misa en BMW sin sentirse por eso merecedora de ninguna penitencia.

La fuerte inmigración italiana también es señalada como causa de que tengamos cierta propensión al desorden y a la ineficiencia. Sin embargo, no se explica por qué no hemos emulado ni un poquito, aunque fuera desordenadamente, un país que muestra universidades de mil años, los automóviles Ferrari, una gastronomía popular admirada en todo el mundo por su refinamiento, una educación pública de alta calidad, el Brunello di Montalcino, el logro de haber vencido al terrorismo de izquierda y al de derecha sin desaparecidos ni torturas con fiscales y jueces que aplicaron la Constitución, e via dicendo.

Nadie hasta ahora, ni siquiera Sarmiento, prestó atención a la comida.

El médico y antropólogo brasileño Josué de Castro escribió una obra reveladora que tituló “Geopolítica del hambre”. [1] No se refiere al fenómeno del hambre entendido en sentido literal sino al hambre de los que comen todos los días, al hambre de los pueblos que se alimentan de una manera desequilibrada ya sea porque les faltan elementos esenciales o porque, al revés, ingieren alguna sustancia en exceso. El autor explica una interesante serie de episodios históricos que tradicionalmente adjudicamos a razones políticas o vagamente culturales y que en realidad vienen a ser consecuencias de una forma desacertada de comer.

Como se sabe, el gaucho se alimentaba gracias a una dieta que incluía casi exclusivamente carne de vaca. La ingesta esporádica de mate y galleta no era significativa, sólo un recreo entre un asado y otro. El exceso de colesterol en sangre fue generando un tipo de individuo de alto nivel de ineficiencia, incapaz de cualquier tarea que significara organización, coordinación con otros, apego a un método y un nivel aceptable de entusiasmo.[2]  Ello explica que no conozcamos ninguna institución que haya sido fundada por un gaucho (no hay que confundirse con las asociaciones tradicionalistas de hoy que congregan a gente que se disfraza para desfilar en el Día de la Tradición, porque sus integrantes son notarios, militares retirados, en fin, todos oficinistas que juegan un rato a ser gauchos). Nuestro país prosperó, se llenó de asociaciones mutualistas, hospitales, templos, bibliotecas y teatros no gracias al gaucho sino a pesar de él, merced a los que descendieron de los barcos. Ese progreso, coincidentemente, ocurrió mientras los inmigrantes mantuvieron los hábitos alimentarios que traían de Europa o de Medio Oriente; dicho de otra manera, el país progresó mientras los inmigrantes continuaron comiendo más o menos sensatamente.

Por desgracia, en lugar de civilizar al salvaje, muy pronto los recién llegados se barbarizaron y copiaron lo peor del gaucho. Durante el siglo XX Argentina llegó a mostrar un consumo anual per capita de carne vacuna cercano a los noventa kilos, lo que generó una suerte de obstrucción arterial colectiva que nos viene impidiendo hasta ahora tomar decisiones de manera racional; votar, entre ellas.

Entonces bastará con dar mucho pescado y vegetales a la generación de nuestros hijos para que el país despegue de una vez y para siempre.

(*) Extraído de Lo que nadie se llevó.
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[1] No puedo citar el libro como corresponde porque lo presté hace muchos años a una señorita y cualquier intento de recuperarlo me traería infinitos reproches por razones ajenas al préstamo. Pero créame que el libro trata de lo que digo.
[2] Si se presta atención a uno de los juegos predilectos del gaucho, se verá que consiste en arrojar un hueso de vaca y ver si cae sobre un lado o sobre el otro. Al tratarse de un juego en que la probabilidad estadística de ganar es tan enorme como el 50%, el gaucho ni siquiera se excitaba cuando participaba de un juego de azar. Como se sabe, la abulia es un síntoma inequívoco de la obstrucción arterial.

A matter of arteries

Traducción: Mariana Rimoldi-Sevellec

Sluggards boast about having found the causes of the so many Argentine misfortunes. Too many theories explain why we haven’t been able to achieve anything collectively, now that there are suspicions that we won World Cups with the help of heterodox tools such as military juntas or Divine hands.

As a result, we are sick and tired of the cliché according to which our failures are due to the fact that we are a melting pot, a hybrid condition which -for some strange reason- doesn’t seem to have been detrimental to the USA, Switzerland or Singapore. Such stupidity is not surprising in a country that until not long-ago paid homage to the Spanish legacy with a holiday that used to call, in a rather fascist way, “Race Day”.

Others, who prefer to put it more simply, attribute such failure-bound fate to all the cultures which, just like ours, were forged with a strong catholic imprint. From their point of view, prosperity would be inherent to the places where the Reform succeeded. Both, the sanctification of poverty as promoted by Catholics, and its flipside, that is, the way in which they demonize success in worldly things, are an obstacle to a better life. Once again, a quick look around the world will show us that there are many places, like Ireland, most of Germany or Chili, where many people drive BMWs to church without necessarily feeling worthy of any penance.

Mass Italian immigration is also pointed out as making us prone to disarray and inefficiency. However, it is hard to explain why we haven’t emulated, not even a little bit, not even untidily, a country that has one thousand-year-old universities, is the cradle of Ferrari, enjoys a popular gastronomy acclaimed by the whole world for its refinement, as well as a high quality public education; a country whose legacy to the world is the Brunello di Montalcino and, for the record, has defeated both left and right-wing terrorism without resorting to missing or tortured citizens, but to prosecutors and judges who simply enforced the Constitution, and so on and so forth.

No one so far, not even Sarmiento, has paid attention to food.

The Brazilian doctor and anthropologist Josue de Castro wrote a revealing book under the title “Geopolitics of Hunger”[1]. It’s not about hunger literally speaking, but about the condition of those who eat mostly an unbalanced diet every day, either because they lack essential nutrients or, on the contrary, they ingest certain substances in excess. The author explains an interesting series of historical episodes which have been traditionally attributed to political or vaguely cultural reasons but are actually the consequence of bad eating habits.

As you may know, the gaucho’s diet included beef almost exclusively. The occasional intake of mate and biscuits was not significant, it was just a little break between two barbecues. The excess cholesterol in the blood gradually spawned a type of individual with a high degree of inefficiency, unable to undertake any tasks that would require organizational and coordination skills, methodology, and an acceptable level of enthusiasm [2]. That would explain why there have been no institutions ever founded by a gaucho (we are not talking about the traditionalists’ associations that bring together people who dress up as gauchos for the parade on Tradition Day -though are actually notaries, retired military officers, or office workers who play at being gauchos for the fun of it). Our country did thrive, and was filled with mutual societies, hospitals, temples, libraries and theaters; although not thanks to the gauchos but despite them, that is, thanks to the folks who got off the ships. Such progress, by chance, took place while the immigrants kept their European or Middle Eastern eating habits. In other words, the country succeeded while the immigrants went on eating rather sensibly.

Unfortunately, instead of civilizing the salvages, the newcomers slipped into barbarization and replicated the worst out of the gauchos. During the XX century, Argentina reached an annual per capita consumption of beef of almost ninety kilograms, which resulted in a sort of collective arterial obstruction that has since prevented us from making rational decisions, like voting, among others.

Consequently, it will suffice to feed the future generations lots of fish and vegetables so that our country takes off once and for all.

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[1]  I cannot properly cite quote the book because I lent it to a young lady many years ago. Any attempt to get the book back would entai

l an endless string of old reproaches for reasons beyond the book loan. But believe me, the book deals with what I’m talking about.

[2] If you pay attention to one of the gaucho’s favorite games, you will see that it consists in throwing a cow’s bone up in the air to see whether it falls on one side or on the other. Because it is a game in which the statistical likelihood of winning is as huge as 50%, gauchos did not even get excited when they gambled. As everyone knows, apathy is an unequivocal symptom of arterial blockage.