Utilidad de las academias
Me maravilla que la Academia Argentina
de Letras se haya ocupado del caso del señor Cavani, al parecer
espontáneamente, como una especie de amicus curiae, y haya dedicado los
recursos que el gobierno quita a los ciudadanos por la fuerza a través de los
impuestos para defender a ese hombre de un irrelevante entuerto inglés (https://www.aal.edu.ar/?q=node/732). Parece que el club Manchester United cuestionó una
expresión del futbolista oriental, que se había referido a
un compañero como “negrito”.
No se requiere la discutible, y en
cualquier caso modesta, autoridad de una academia para trazar la línea entre la
discriminación, por un lado, y los hábitos culturales, por el otro. Por aquí los
extranjeros abren los ojos al escuchar cómo nos llamamos entre nosotros. No
sólo se asombran de que todos tengamos entre nuestros amigos a un “el Negro”,
sino de la convención que nos permite usar como apelativo el origen étnico,
un tabú en otros sitios. Hasta se identifican a sí mismos como “el Gallego”, “la
Rusa” o “el Turco” gentes que probablemente tengan abuelos asturianos, judíos
de Polonia o libaneses, respectivamente. Además de incorrectos políticamente
somos geográficamente brutos. Otra celebridad rioplatense (nosotros usamos ese
adjetivo sólo cuando admiramos a una persona) ha compuesto una canción autorreferencial que todos cantamos: Tocá, che Negro Rada, tocá, grita
la hinchada…
Nuestra rareza llega incluso a destacar con
afecto atributos usualmente considerados más bien como problemas: “el Narigón”
Bilardo y “el Chueco” Fangio han sido aclamados a través de esos apodos (esto último,
acaso saludablemente, está evolucionando: cuando quise identificar a alguien
como “esa señora que atiende el quiosco, la gordita” el escarmiento de mi hija
fue impiadoso).
La defensa del futbolista vigoriza la tarea
editorial de la Academia, que ha sido casi ninguna en los últimos años según se
lee en su catálogo. Eso sí, en el país de Sarmiento, de Lugones, de Victoria
Ocampo, de Borges, siguen para la venta obras como “Léxico de la carpintería”,
“Léxico del mundo del bebé” y “Léxico de la cestería”.
Y al señor Cavani habría que decirle oíme,
yorugua querido, en Roma hacé como los romanos. ¿Ta? Ahí va. Vamo’ arriba. O,
al revés, en tierras bárbaras hacé como los bárbaros. No, mejor bárbaros no les
digas. En fin, qué sé yo, en cualquier caso tené en cuenta las palabras de Facundo
Cabral: ‘Hay que cuidarse de los boludos. Porque son muchos. Por temprano que
te levantes, adonde vas ya está lleno de boludos’.
-Ω-
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