Gordo, pero infeliz

 


Con lo que me cuesta eso de salir a caminar casi de madrugada para bajar los gramos que tengo de más (nunca menos de quince mil), viene el mundo y conspira contra mi objetivo de ser un individuo saludable o, por lo menos, de vivir en un estado cercano a la felicidad.

Como en mi caso no se verifica en absoluto ese asunto de las endorfinas que se activarían cuando uno hace ejercicio y que producirían una alegría de otro modo inexplicable (al contrario, a mí transpirar me pone de pésimo humor), condimento semejante suplicio con algún programa que me eduque, o por lo menos que me entretenga y me aleje de pecar primero de pensamiento y después, al llegar a casa, de obra.

Con ese propósito escucho cualquier cosa que me ayude a completar la caminata: por mi telefonito han pasado desde una audiencia de la Corte Suprema de los Estados Unidos sobre si los supremacistas blancos tienen derecho a dar discursos en las universidades hasta una conferencia del Gran Maestre de la Masonería mexicana sobre alguna efeméride local. Como estudio italiano y debo practicarlo, he llegado a interesarme por el análisis de lo que había ocurrido un día en el Giro d’Italia (no me interesa en absoluto el deporte, pero me maravilló el prodigio literario de alguien que es capaz de llenar una hora de conversación con el análisis de las alternativas de una carrera de bicicletas).

Hoy puse Rai Radio Uno justo cuando entrevistaban a una de las autoras de un libro que después busqué en Google y resultó llamarse Belle di faccia. Techniche per ribellarsi a un mondo grassofobico (algo así como “Bellas de cara. Técnicas para rebelarse contra un mundo gordofóbico”), editado por una institución que se llama Associazione per la Body Positivity e la Fat Acceptance (https://www.belledifaccia.it/). Se ve que en la tierra del Dante perdura la costumbre de hacer ensaladas lingüísticas como las de Salvatore, el truculento monje que mezclaba las lenguas imaginado por Umberto Eco en “El nombre de la rosa”.

El conductor del programa comenzó presentando al libro, muy respetuosamente, como un ensayo sobre el trato social injusto que padecen las personas que presentan sobrepeso. La entrevistada lo interrumpió de inmediato para decirle que el término “sobrepeso” era inapropiado porque denotaba una condición médica, algo del todo inaceptable. Sentenció que correspondía hablar sin ambages de “personas gordas”. El periodista le aclaró que él había supuesto que el uso de este último término podría haber, precisamente, ofendido a alguna gente, pero la escritora volvió a educarlo: se trataba de “recuperar un adjetivo, pero despojándolo de su connotación negativa para legitimarlo socialmente”. La ensayista pretendía ser como los integrantes de la academia esa de Madrid que limpia, fija y da esplendor.

Luego de cierto desarrollo del tema ese del recupero parcial de un adjetivo despojado, y de muy sensatas críticas a la denigración de la gordura, comenzó el previsible discurso de que el canon de la delgadez había sido impuesto por el capitalismo para vender cosas a una sociedad consumista que el mismo capitalismo se había ocupado antes perversamente de crear. Yo jamás entendí bien esa idea, porque por ejemplo en Estados Unidos hay demasiados gordos, y ellos también consumen cosas, algunas obviamente en demasía, con lo que parecen ser más bien el motivo y no la consecuencia de ciertas actividades mercantiles. Ponerlos como modelo sería más redituable, me parece, que hacerlo con los flacos. En fin, el diálogo siguió con intelectualizaciones sobre las arbitrariedades culturales, en general bastante respetables (las intelectualizaciones, no las arbitrariedades).

Feliz con lo que escuchaba, me propuse comprar el libro apenas llegara a mi casa y hasta me ilusioné con la posibilidad de fundar la filial argentina de la Associazione per la Body Positivity e la Fat Acceptance, de la cual sería yo por supuesto el indiscutido primer presidente y quedaría así para siempre en los cuadros de la institución, que no sé por qué me los imaginé pintados por Fernando Botero.

Pero la ilusión me duró poco. Algún irresponsable puso al aire el mensaje de un oyente que dijo que le parecía horrible la falta de respeto por la gente voluminosa, pero que de todos modos él creía entender que la ciencia está bastante de acuerdo en que el exceso de peso, como quiera que se lo llame, es un problema que agrava cuanto riesgo de salud pueda presentar un ser humano, algo que a él, obeso, no deja de recordárselo cada médico que visita.

Luego de ese mensaje los conductores agradecieron la presencia de la escritora, transmitieron el informe de los cortes y demoras en las autopistas Pisa-Livorno y Palermo-Mazara del Vallo, finalizó el programa y yo debí completar los quince minutos de esforzada caminata que me faltaban ya bajo el impiadoso sol de febrero aceptando, además, que probablemente moriré sin haber presidido ninguna institución.

--

 

Comentarios

Entradas populares de este blog

Huracán vs. Belgrano de Córdoba. La crónica.

Día de la Tradición

Che, ocupate un poco más de tu vecino