Defensa de la competencia por Macedonio
Macedonio Fernández (1874-1952) fue un colosal escritor. Sin él, Borges habría sido imposible. Era argentino. Cuando alguien le adjudicó la condición de uruguayo, respondió: No tengo de uruguayo más que la circunstancia de haber vivido siempre en Buenos Aires. Pero, aunque sólo sea por ociosidad examinemos, sin ocuparnos de lo que perdería el Uruguay, qué ganaría yo con nacionalidad nueva. Sería yo de los uruguayos más jóvenes, pero es tarde para nacer.
Era abogado. Alguna vez fue
nombrado fiscal en la norteña provincia de Misiones, cargo del que fue echado
porque jamás creyó necesario acusar a nadie. Sin embargo, alguna contribución
hizo a la ciencia jurídica. En uno de los cincuenta y nueve prólogos que tiene
su única novela nos entregó un magnífico ejemplo de lo que debe entenderse por
ventas atadas (tied sales),
muchísimo antes de que los téoricos del Derecho de la Competencia comenzaran a
demonizar inútilmente ese concepto y a hostigar a gente productiva como el
señor Bill Gates: Damos hoy a publicidad la última novela mala y
la primera novela buena. ¿Cuál será la mejor? Para que el lector no opte por la
del género de su predilección desechando a la otra, hemos ordenado que la venta
sea indivisible; ya que no hemos podido instituir la lectura obligatoria de
ambas, nos queda al menos el consuelo de habérsenos ocurrido la compra
irredimible de la que no se quiere comprar pero que no es desligable de la que
se quiere: será Novela Obligatoria la última novela mala o la primera buena, a
gusto del lector. Lo que de ningún modo ha de permitírsele para máximo ridículo
nuestro es tenerlas por igualmente buenas a las dos y felicitarnos por tan
completa fortuna (Museo
de la Novela de la Eterna).
En Madrid sí que han logrado
erradicar por completo las perniciosas ventas atadas. Allí es imposible
conseguir un sándwich de jamón y queso. Si uno lo pide, el señor del bar llega
con dos sándwiches, uno de jamón y otro de queso. No sé si los españoles actúan
de ese modo por temor a su autoridad de competencia o de puro inteligentes que son,
porque disimular con queso el sabor del incomparable jamón ibérico es una
conducta propia de criminales. O de sudacas.
-Ω-
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