Los abogados, gente de (muchas) letras

 


Julia Cameron escribió The artist’s way, una especie de curso de autoayuda destinado a (¿será posible eso?) estimular la creatividad, que sigue siendo un éxito de ventas un cuarto de siglo después de su aparición. Opina que del mismo modo que los pichones de pintor a los que se ha reprimido su vocación suelen dedicarse a enseñar artes pláticas en las escuelas, los jóvenes escritores son empujados hacia la abogacía nada más que porque se trata de una profesión palabrera. El resultado de semejante premio consuelo, me parece, es alguien que logra fracasar en los dos campos, como yo.

Probablemente por eso, por el resentimiento de no haber podido ser artesanos que embellecieran el mundo con la palabra, es que los abogados se ensañan tanto con ella. No sólo no han embellecido el mundo. Se empeñan en afearlo.

 

Mole poblano

“Apenas había el rubicundo Apolo tendido por la faz de la ancha y espaciosa tierra las doradas hebras de sus hermosos cabellos, cuando...” Cervantes creó al más genial entre todos los chiflados. Por eso podemos perdonarle, sólo a él, la profusión de adjetivos.

Los abogados olvidan que su principal tarea al escribir una demanda es contar algo que ha ocurrido, y en un contrato lo que desean que ocurra, y que la función del adjetivo es debilitar al sustantivo. Cuanto más condimento uno ponga a la carne menos entenderá qué animal está comiendo. Hasta podría ser la porquería de soja que hacen pasar por hamburguesa, un insulto a la argentinidad.

Si uno abunda en condimentos obtiene algo parecido a algunas comidas mejicanas. El dueño de un restaurante de Puebla se ufanaba de haber utilizado cuarenta y dos ingredientes para hacer su mole, lo que previsiblemente me impidió entender qué diablos yo tragaba con esa cosa parecida al barro. En Liguria con tres ingredientes más un poquitín de sal, ajo y un chorro de aceite inventaron el pesto para la gloria de Dios.

Nosotros leemos “rechazo por inexacto, infundado, malicioso y temerario”. ¿Algo puede ser todo eso? ¿Por qué no, también, malvado, abyecto, inmundo, depravado, repugnante, perverso, demoníaco, asqueroso.

 

Las palabras no se leen, se pesan

Desafío a cualquiera a que encuentre en un contrato o en una opinión jurídica la palabra cortita pero rendidora “hoy”. Como si el significado de ese monosílabo pudiera generar alguna duda, los abogados lo reemplazan por seis palabras que ni siquiera deberían servir para la indicación del día que trascurre mientras uno escribe algo: “en el día de la fecha”.

¿Y cuál será la diferencia entre los daños y los perjuicios?

¿Qué pensaríamos de un invitado que en nuestra casa dijera “¡Qué ricas están las papas! ¿Sería usted tan amable de suministrarme por favor los antes referidos tubérculos?” Así le hablan los abogados a un juez, que también resuelve con ese modo estrafalario (o por eso mismo le hablan así).

En su afán por llenar muchos renglones, los abogados no fundan sino que fundamentan, no ven sino que visualizan y no cumplen sino que cumplimentan. A veces, todo eso lo hacen en latín. Raro, porque nunca dicen en casa “no, Gladys, la mostaza no está en ese estante, sino ut supra”.

 

Oberturas

Cualquiera que haya pasado por una escuela de Derecho tiene terror a informar que ha muerto el gato con una salvajada como “ha muerto el gato”. Además de que probablemente diga que “se ha producido el óbito del animal macho perteneciente a la especie felina”, semejante información no puede ser elevada a la categoría de texto legal sin una buena dosis de anestesia. Requiere de introducciones, de prefacios, como si los abogados presumieran que el burócrata del tribunal leerá presa de algún compromiso emocional, y que entonces hay que prepararlo.

Los norteamericanos llaman a estas palabras vacías de toda sustancia throat clearing expressions, porque equivalen al carraspeo que uno hace antes de hablar (o a los comodines verbales de este tiempo, en que ninguna oración prescinde de empezar con “a ver” y de terminar con “nada”).

 Los abogados disparan con oberturas como “sobre el tópico en cuestión es particularmente relevante señalar que…” o “dicho lo anterior, y a los fines de la presente demanda resulta fundamental destacar que…” Sólo después asoma, casi disimulada, la muerte del gato.

Son fórmulas que yo imagino propias de los presentadores de orquestas de tango, años cuarenta: “¡Y ahora, aquí, en plena calle Corrientes, en esta noche, recibimos nada menos que al maestro Aníbal Troilo y a su orquesta típica!” Los miembros del público ya se habían dado cuenta de que eso estaba ocurriendo en ese sitio en que ellos estaban en ese momento y durante ese ostensible “ahora”.

 

Las MANCHAS del texto

Una amiga freudiana me explicó no sé qué cosa de la importancia del amamantamiento en la calidad de los vínculos que son capaces de entablar los adultos. No le entendí una jota, pero creo recordar que algo dijo de que la gente que anda todo el día reclamando atención por lo general ha sufrido de alguna carencia en esa etapa de su desarrollo.

Eso me llevó a sospechar que entre los abogados hay muchas personas a las que, sencillamente, sus madres les han retaceado la teta.

Es que tienden a ponerle a casi todo lo que escriben alguna señal para que un lector que presuponen adormilado, o al menos indiferente, abra los ojos al llegar a ese párrafo o deje de mirar los mensajes de su celular. Les encanta subrayar, el más feo enfatizador de todos, que proviene de la época en que la máquina manual de escribir no permitía nada más que eso para gritarle a un somnoliento. Usan tantas manchas que el del celular saltea todo lo que no ha sido manchado, que a lo mejor tenía también alguna importancia. Al pastorcito mentiroso nadie le cree cuando el lobo viene de verdad.

 

El perrito de los taxis

            En una época los taxistas llevaban en la luneta trasera un perrito que movía la cabeza de arriba abajo. Eso mismo tienen que hacer los lectores de los abogados desde que éstos descubrieron las notas al pie. Para ellos es otro indicador de profundidad.

No las usan para poner la referencia a la publicación de algo, sino para seguir argumentando con cosas que no tienen ninguna importancia. Si la hubieran tenido, esas ideas habrían viajado en la primera clase y no en un furgón de cola.

Conocí a un juez extranjero que el primer día dijo a los abogados que su juzgado no leería notas al pie. A lo mejor el hombre tenía problemas en la zona cervical.

 

Delibes, Saramago y los abogados

El abogado corre una carrera sintáctica de fondo. Las vallas son las proposiciones subordinadas. Tiene fobia al punto y seguido. No concede al sistema respiratorio del lector el alivio de alguna pausa. Olvida, también, su propio beneficio, ya que puntuar es pensar. Los maestros aconsejan usar frases más cortas cuanto más compleja sea la idea que uno quiere expresar.

Sí, sé que “Los santos inocentes” tiene tres capítulos, cada uno de un solo párrafo, pero no parece sensato que ninguno de nosotros aspire a parecerse a Miguel Delibes (alguien me apunta que Saramago también escribía así, pero yo no lo sé porque nunca he leído un renglón de él).

Cortázar escribió que en cierta parte del barrio de Pacífico acostumbraban ponerle a una prima de él que tenía asentaderas prominentes apodos tan vulgares como “Ánfora Etrusca”. En la familia de Julio, en cambio, preferían el más refinado de “la Culona”.

Comentarios

  1. Jajaja muy bueno!!! Qué importante para los abogados que entendamos que las palabras son para comunicar

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  2. "Quien mucho escribe mucho yerra; de ahí las muchas enmiendas", decía el juez de un tribunal.

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  3. Baltasar Gracian decía: "no cansar... La brevedad es lisonjera, y más negociante; gana por lo cortés lo que pierde por lo corto. Lo bueno, si breve, dos veces bueno; y aun lo malo, si poco, no tan malo..."

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  4. Difícil creer que "Lawyers were children once"... (cita de "To kill a mockingbird", si mal no recuerdo.

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