Son cosas mias (privacidad en la Argentina)
No es cierto que la vida imite al arte; imita a la mala
televisión.
Woody Allen
Cuando Orwell
escribió 1984 no había televisión. Pero el hombre había descripto un
país cuyos ciudadanos estaban permanentemente vigilados por un omnímodo Hermano
Mayor, o Gran Hermano, según la traducción. Ese mirón se ocupaba de sujetos
cuyas vidas no tenían absolutamente nada de interesante para el prójimo. La
presa podía ser un sujeto que no actuaba en política, que no era rico ni
famoso, que no tenía -que él supiera- ninguna razón para escapar de nadie. En
suma, un sujeto del todo gris, como yo.
Alguien en mi casa recibe un mensaje del recaudador argentino de impuestos, que le dice que le llama la atención que, dados sus ingresos, no emplee a ninguna persona para que la ayude con las tareas domésticas. A mí me parecía que sólo un capataz de obraje chaqueño de hace cien años era capaz de decirle a un peón “te estoy mirando y me llama la atención que siempre andes con una bolsita en la mano, ¿no me estarás robando cabezas de ajo vos, no?”. La interesada contesta que le importan un rábano las consecuencias que podría tener que algo le llamara la atención a un burócrata que ni siquiera se identifica (posdata: esa persona de servicio doméstico existe y trabaja en blanco, sólo que su empleador soy yo, no quien vive conmigo).
Leo que los
datos personales de medio millón de usuarios de Facebook ya andan por ahí
formando parte de esas bases de datos que se compran. Y van… Me felicito por no
haber utilizado jamás esa red-colador, de haber sido tan prudente en esas cosas
y de haber podido resistirme a la tentación exhibicionista de andar mostrando
qué desayuno o qué lugar visito, algo que yo sé y los míos también y que no
necesito informar a nadie más. El humorista español Leo Harlem dice que cuando
recibe una invitación para estar en contacto a través de una red social del tipo “oye, es que hace treinta años que no sabemos nada el uno del otro” él contesta
“por algo será, déjame en paz”.
Mi
autofelicitación no me calma por mucho tiempo. Caigo en la cuenta de que Facebook
es la dueña de Whatsapp, medio por el que se comunica la humanidad sin
sospechar que, cuando algo es gratuito, el producto es uno.
Intento
renovar el dispositivo de pago automático de peaje. Pido a la empleada que no
me ponga pegamento en el parabrisas porque quiero usar el cacharrito también en
otro auto o prestárselo a alguien o ponerlo en un auto nuevo que me alguna vez
me voy a comprar (mi Fit tiene ya diez años) o dejar de usarlo un tiempo y pagar
con dinero efectivo cuando se me dé la gana. Me dice que eso es imposible y me
hace saber implícitamente que a su empresa no le basta con cobrar peajes, sino
que necesita saber por dónde pasó cuál automóvil, qué día y a qué hora. No me
preocuparía que esa empresa, cuyo único activo es un contrato con el gobierno (para
lo cual no puede irritar a ningún político) le diera esa información a un juez;
quiero decir, que se la diera solamente a un juez.
Hago un
reclamo a una agencia de viajes online (sí, esa en la que usted está
pensando), que pretende apropiarse de mi dinero con la colaboración de una
aerolínea latinoamericana, pues cada una me manda a hablar con la otra mientras
utilizan mi dinero sin pagar intereses todo lo que pueden. Harto de fracasar por
las vías usuales, escribo a una dependencia que la agencia tiene y lleva el
pintoresco nombre de “Defensor del Cliente” (un señor o señora que me va a
defender de su patrón, seguro que tiene estabilidad, digamos, como el
Procurador General de la Nación). A los dos días recibo un llamado de alguien
que se identifica como empleado de la agencia, que me dice que me van a
transferir el dinero a mi cuenta bancaria, cuyo número conoce (yo nunca se la
había dado) y sólo me pregunta si mi teléfono termina en 5215, que así es. Sospecho
algo raro y una hora después compruebo que alguien había cambiado las claves de
mi cuenta y la dirección de correo electrónico donde recibo mensajes del banco
y había ordenado un débito por una suma importante. Solamente me gustaría, de
puro lombrosiano que soy, conocer las caras de las personas responsables de la
seguridad informática de la agencia y del banco. Digo, ya que ellos seguramente
conocen la mía.
Pienso que
nadie me obliga a usar Whatsapp ni a comprar vuelos a través de
Internet: si tengo miedo de los peligros de la ruta 9 nada me impide ir hasta
Rosario caminando. El que tiene tienda que la atienda, me digo a mí mismo
cuando conduzco por la avenida Figueroa Alcorta de la ciudad de Buenos Aires y
compruebo que un gigantesco arco lleno de pantallas registra la placa de cada
auto que pasa por ahí y la muestra urbi et orbi (o urbi, por lo
menos). Eso ocurre casi enfrente de un edificio lleno de columnas donde mucha
gente cobra por enseñar los derechos balbuceando cosas sobre la utilidad de las constituciones y de otros artificios por el estilo.
Impecable acuarela. Como siempre.
ResponderEliminarPero qué amable...
ResponderEliminarCon mucho humor, pero nada más cierto. Vale la pena escuchar una presentación del Primer Ministro Británico Boris Johnson -que bien podría dedicarse a hacer stand up shows- ante la Asamblea de las UN respecto de lo que se viene en términos de control; o escuchar la charla de TED de Santiago Bilinkis. Gracias y saludos, JOHNNY
ResponderEliminarGracias (uno me dijo que "relojear" provendría de que en inglés "watch" es reloj, y los capaces ingleses del ferrocarril les decían a los peones "I am watching you". No me parece nada creíble que algún criollo fuera capaz de semejante traducción literal, pero tiene gracia.
EliminarDe lo que más hay que cuidarse, en mi humilde opinión, es de figurar en las bases de datos de Interpol.
ResponderEliminarUn abrazo,
Tu fiel servidora Mariana
PD: ATENCIÓN: este es un mensaje dirigido a la AFIP: Uso el sustantivo "servidora" no por que exista ninguna obligación contractual con Marcelo, sino porque es una antigua expresión del idioma castellano que hoy en día se usa en sentido figurado.
Y de las intérpretes simultáneas, que nunca se sabe qué hacen con lo que uno acaba de decir, cobran y desaparecen sin ninguna responsabilidad por el quilombo que arman.
ResponderEliminarMafalda quería ser traductora de la ONU para fraguar conversaciones conciliatorias. Quino siempre varios pasos delante
Eliminar*conciliadoras
EliminarA las palabras se las lleva el viento.
ResponderEliminarBueno, se las llevaba. Ahora los intérpretes cobran derechos de grabación. Mejor dicho, intentan cobrarlos, que no es lo mismo que se los paguen.
Genial Marcelo! ...una reencarnación de Tato?
ResponderEliminar1984 es hoy!
Mucha gente convencida acerca de su propio talento para determinar el bien común
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