El Método Pereyra


            El psicólogo Rubén Armando Pereyra podía considerarse un profesional exitoso. Su consultorio de Cañada de Gómez solía rebosar de pacientes que llegaban de lugares tan remotos como Arequito o Marcos Juárez.

Su irreductible honestidad intelectual, o acaso la crisis de la madurez (superaba ya los cincuenta), produjeron en él la conclusión de que ninguna de las escuelas terapéuticas en que empeñosamente se había formado solucionaban de verdad las crisis de las personas que no encontraban un sentido a sus vidas.

Había comenzado su formación en el freudismo ortodoxo como discípulo de un célebre profesor de la Asociación Psicoanalítica de Buenos Aires. Aunque le resultaba rentable, concluyó que a los pacientes ese tratamiento sólo les brindaba una explicación de sus males para permitirles atribuírselos a sus padres o abuelos. Seguían tristes y encima provocaban todo tipo de peleas familiares. Y nuestro terapeuta sentía cierto remordimiento al cobrarle a la gente por guardar silencio, garabatear la lista del supermercado o dormirse durante las sesiones. Viró entonces hacia al Conductismo, que consistía en ponerle ropa interior de goma a la gente que padecía de enuresis (los que se hacían pis), en colocarles a los entristecidos un soporte debajo del cuello para que anduvieran por la vida con la frente alta o en suministrarles una nariz de payaso. Esos artificios mecánicos aumentaban los costos del consultorio y tampoco atacaban la raíz de los problemas.

Algo nuevo había que hacer. Sobre todo porque cada vez había más gente deprimida en la zona.

Con la ayuda de un adolescente vecino de Cañada que era ducho en cuestiones informáticas, Pereyra desarrolló la AAT (por “Aplicación para Autogestión Terapéutica”) que se instalaba en teléfonos móviles por un costo despreciable. Su hallazgo no significó descubrir nada nuevo, sino simplemente combinar dos exitosas ideas ajenas: el fast-food y el “hágalo usted mismo”.

La aplicación hacía al usuario desmotivado una sola pregunta: “¿Por qué no se ha suicidado usted hoy?”. Las respuestas eran, previsiblemente, de lo más variadas. Algunos pacientes contestaban “Porque mi nieto empieza la escuela la semana que viene”. Otros, “porque muerto no podría seguir escuchando Quejas de bandoneón por la orquesta de Aníbal Troilo” o “porque mañana juega Boca”. A partir de cada respuesta, el sistema generaba un plan de acción, le armaba al usuario una agenda personalizada que ponía énfasis en todas esas experiencias que él mismo había calificado como suficientes para esperar al próximo día. Le permitía descubrir que, efectivamente, continuaba del lado más apropiado del césped y que, aunque él no lo supiera, existía un plan, aunque no consistiera en escribir Cien años de soledad, descubrir Tasmania o inventar la penicilina.

Pereyra vendió a Google, para su departamento de big data, la base de datos que fue formando con las respuestas de los millones de personas que descargaron la aplicación en todo el mundo. Así fue posible vender publicidad más adecuada a cada target de gente angustiada. También acordó con Spotify, a cambio de una comisión, la posibilidad de que los pacientes (por ejemplo, los que habían dicho que gustaban de Quejas de bandoneón) se suscribieran inmediatamente, con un mero click, a esa plataforma, que diversificó así su operación y adoptó como nueva misión la de ser una compañía “musical-terapéutica”. Las empresas telefónicas desarrollaron una llamada automática de emergencia para que un abuelo escuchara las palabras de su nieto o lo viera ponerse el guardapolvo blanco en su primer día de escuela. Cuando el paciente introducía alguna duda de carácter teológico, la plataforma lo ponía inmediatamente en contacto con un call center atendido por sacerdotes, rabinos, imanes y pais umbandas (con un mensaje del tipo “si usted es católico, presione el cuatro”), que le ofrecía un atractivo paquete de respuestas a las crisis de fe, por lo cual el psicólogo también facturaba una participación.

Pereyra fundó la Asociación Latinoamericana de Terapia Brutalista, se dedicó a recorrer el mundo dando conferencias y desde su piso de Park Avenue considera la invitación de un partido político para integrar una lista como candidato a senador por la provincia de Santa Fe.

Como toda invención humana, los resultados del nuevo abordaje terapéutico deben ser evaluados mediante los grandes números y cada tanto la estadística regala un sinsabor. A veces la pregunta disparadora no motivaba en el paciente un repentino amor por la vida, sino todo lo contrario: estimulaba el temido acto irreparable que precisamente intentaba evitar, le recordaba a la gente que disponía de ese remedio veloz y de probada eficacia. En otras palabras, unos cuantos pacientes, inmediatamente después de recibir la pregunta que hacía la aplicación y por lo general bajo el  efecto melancólico de los domingos por la tarde (algo inevitable), se pegaron un tiro. Pero tutto sommato, como dicen los italianos, la contribución de Pereyra a la felicidad humana puede considerarse portentosa.

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