Amor eterno (inmobiliario)
Me entero de casualidad (¿qué maldición hará que estas cosas terminen en mis manos?) de que en la sociedad norteamericana es habitual que
existan las llamadas cartas de amor.
¿Qué las hay en todas partes? No, no me refiero a las cartas que dos personas enamoradas se mandan la
una de la otra (eso no llamaría para nada la atención… o tal vez sí, en estos
tiempos), sino unas que ocurren en el normalmente poco afectivo campo de las
operaciones de compraventa inmobiliaria.
Por love letters entienden allá a las comunicaciones que,
al parecer, suelen enviarse a quien tiene en venta una casa, para explicarle
con qué propósito uno se la compraría, para qué la quiere, con cuánto esmero se
propone mantenerla y para informarle que no es un desapegado inversor que
planea revolearla al mejor postor o alquilarla a un conjunto de músicos de heavy
metal para que ensaye o a alguien que instalará allí una escuela de tiro al
blanco con hachas o un banco de pruebas de explosivos. Veo en Amazon que hay libros que recopilan las mejores. Tal vez
eso haya dado lugar a una profesión y ya existan ghost-writers de cartas
de amor, vaya uno a saber.
Al revés que yo, que no siento nada por algo que no puede
llorar por mí (es más, sospecho que las cosas no saben que existo), parece que mucha
gente se encariña con su casa y solamente está dispuesta a vendérsela a alguien
que acepte sucederlo no sólo en el título de propiedad, sino también
en la relación amorosa entablada con el inmueble. Son como esos criadores de
perros que sólo venden un cachorrito a alguien luego de someterlo a un
exasperante interrogatorio para comprobar que es otro “perrero”.
Pero el despliegue de semejantes declaraciones de amor del
tipo “señor propietario, dirijo la presente para manifestarle que amo a su casa
y que mis intenciones son serias” ha tropezado con un inconveniente: el estado
de Oregon se dispone a aprobar un proyecto de ley que las prohibirá de manera
absoluta.
¿Se proponen los legisladores reprimir la expresión de los
más nobles sentimientos? ¡Todo lo contrario! Lo que buscan, de puros buenos
tipos que son, es evitar los actos depravados, porque sospechan que esas cartas
permiten a los vendedores discriminar a los compradores.
Podrá usted argumentar, si tiene un diccionario a mano, que el
acto de vender lo propio a una persona requiere precisamente descartar a todas
los demás y que eso es precisamente discriminar: la primera acepción que dan a
ese verbo los de Madrid es “seleccionar excluyendo”. Sería esa la lectura de un
picapiedras: la sabia legislatura de Oregon no quiere que exista ni la más
mínima probabilidad de que un vendedor seleccione a su comprador por motivos
inconfesables relacionados con condiciones personales que podrían revelarse a
través de la peligrosa actividad de la correspondencia.
Por eso la norma dice lo siguiente: Para ayudar a un
vendedor a que evite seleccionar un comprador con fundamento en la raza, color,
religión, sexo, orientación sexual, origen nacional, estado civil o familiar,
algo prohibido por la Ley de Vivienda Justa (42 U.S.C. 3601 y ss.), el agente
inmobiliario del vendedor debe rechazar cualquier comunicación que realice el
comprador, incluyendo fotografías, en tanto no se trate de documentos usuales
para una operación inmobiliaria.
La prohibición recae sobre el corredor inmobiliario, de modo
que si se trata de una operación del tipo “dueño vende / intermediarios
abstenerse” pareciera que uno sí tiene derecho a enterarse de que el interesado
es lituano, budista o polígamo. Aunque, por las dudas, a mis clientes de Oregon
les aconsejaré buscar esa información en Instagram o en Facebook.
En lugar de estar agradecidos por esa ayuda estatal que tal
vez no sabían que necesitaban, ya hay picapleitos preparando demandas que
hablarán de la censura, de la libertad de expresión que sale de la Primera
Enmienda de la Constitución de los Estados Unidos y de otras tonterías leguleyas.
No entienden que la norma quiere mantener puro al amor, pero no al volátil y
normalmente no correspondido amor que uno puede sentir por otro ser humano,
sino al más profundo y perdurable que son capaces de despertar una chimenea, un
patio o un baño compartimentado. Y nadie más indicado como autoridad de
aplicación del régimen que los agentes inmobiliarios. Si hay alguien que sabe
cómo impedir la comunicación entre dos partes de un negocio son ellos.
-Ω-
Hallazgo el final.
ResponderEliminar