Ocho apellidos wichis
La comedia musical “El violinista sobre el tejado” recurre a la figura alegórica del
título para indicar cómo las personas llevan consigo su cultura, sus
tradiciones y, en definitiva, su identidad dondequiera que estén. La obra,
basada sobre textos de Sholem Aleichem, cuenta las peripecias de Tevie, un
judío que vive en Ucrania durante la época de los zares (gente esta, me refiero
a los zares, que no gobernaba precisamente con un estilo muy hospitalario). La
humanidad de la historia la hace, además de deliciosa, universal.
Nuestra constitución no se ocupa de las tribulaciones
culturales del entrañable Tevie, pero sí de las que sufren los pueblos que
estaban antes de la llegada de los españoles (que llama “indígenas”, un desliz).
Reconoce su preexistencia cultural y ciertos derechos, como la educación
bilingüe. También dice que la ley penal es una sola en todo el país y que no
hay fueros personales, lo que quiere decir que no se pueden crear tribunales
según quién sea el acusado. Combinar todos estos principios no parece tarea
fácil.
En la Provincia de Chaco han llevado bastante lejos ese
respeto a las comunidades originarias (o “más viejas que la española”, porque
no sé de ningún grupo que no haya aparecido en un lugar corriendo a palos a
otro, con la probable excepción de los monopolistas Adán y Eva). Lo han
extendido al modo de administrar justicia. Para eso dictaron una ley que establece
que, cuando alguien que pertenezca a los pueblos qom, wichi o mocoví deba ser
juzgado por un jurado popular, la mitad de éste se integrará con personas de la
comunidad en cuestión.
El problema no es nuevo. En los Estados Unidos integrar los
jurados no era tan difícil cuando solamente se trataba de mezclar blancos y
negros. Pero ahora los abogados defensores se la pasan tratando de apartar de
los jurados de los que temen una actuación prejuiciosa. Impugnan a los que
confiesan no tolerar el sabor de los spaghetti si se juzga a un italiano,
o del chile chipotle si tienen que defender a un mexicano.
Más allá de alguna perplejidad matemática (según el último
censo en toda esa provincia, que tiene algo más de un millón de habitantes, habría
4629 wichis), la norma chaqueña nos plantea a los investigadores algunos
interrogantes:
1. Dado que, salvo para los racistas, es
más fácil clasificar insectos por especie que seres humanos por origen étnico
(e infinitamente más útil), ¿cuánta pureza racial hace falta acreditar para que
se deba formar “el jurado temático”? ¿Alcanza con tener alguna tía
perteneciente a esos pueblos o hay que mostrar un árbol genealógico que lleve ocho
apellidos wichis, como pedía el padre de la novia en esta memorable escena de “Ocho apellidos vascos”?
2. ¿Qué ocurre cuando hay dos imputados
como partícipes del mismo delito, uno que es quom y otro que desciende de
asturianos? ¿Hay que hacer dos juicios? ¿Y si los jurados resuelven cosas
contradictorias?
3. ¿Un mocoví que se autoperciba como
ciudadano del mundo o que, como yo, desprecie toda forma de nacionalismo puede
renunciar a ser juzgado por gente de su tribu?
4. ¿Por qué un qom tiene derecho a que
lo juzguen personas que comparten su cultura mientras vive en Chaco, y no si se
muda a Mendoza? ¿No puede llevar “su violinista” a todas partes? Lo mismo al
revés: ¿a un araucano de la Patagonia le cambia la interpretación del Derecho
Penal aplicable (que es uniforme en todo el país) porque se mude a Misiones,
donde creo que no se encuentran araucanos fácilmente?
5. ¿Si el imputado es mocoví pero ha vivido
los últimos treinta años trabajando en la oficina del Citibank de Seattle también
tiene derecho a un jurado de afinidad étnica?
6. Dado que el reconocimiento de los
pueblos originarios tiene tanta protección constitucional como la libertad de
cultos, ¿por qué es más importante ser wichi que, digamos, islámico o mormón de
esos tradicionalistas que cada tanto encuentran viviendo con varias esposas?
¿Esa gente no tendría derecho a un jurado de pares cuando se la juzgara por polígama?
7. ¿Cómo se resuelve la situación de
alguien que es hijo de padre wichi y de madre que desciende de galeses y
manifiesta que su cultura es “integrada, inclusiva y no binaria” (para una
buena descripción del fenómeno, véase al respecto Borges, Jorge Luis, Historia del guerrero y la cautiva).
Como se ve, queda demasiado por investigar.
-Ω-
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