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Mostrando entradas de marzo, 2022

Cetáceos unidos jamás serán vencidos

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Como me pasa siempre, mi ensayo Bestiario jurídico fue rechazado por cada una de las insensibles editoriales que visité. Apuesto a ni siquiera lo leyeron (debería usar seudónimo). Lo cierto es que en ese trabajo me había ocupado de las conmovedoras iniciativas que toma la comunidad de los juristas para defender los derechos de los animales. Referí interesantísimas normas sobre las palomas mensajeras, sobre las carreras de galgos y sobre los paseadores de perros ajenos. También destaqué la actividad de la Comisión de Derecho Animal del colegio de los abogados porteños (algo sorprendido por la ubicación del adjetivo) que consagra el irreprochable derecho de los animales domésticos a vivir libres de todo sufrimiento y promete la cárcel para las personas que cometan el delito de “biocidio”, que consistiría en matar sin permiso de la autoridad a cualquier “sujeto de derecho sintiente no humano” (el que siente es el sujeto, no el derecho, otra vez hay que aclarar que así ubica esta gente lo

Es sólo cuestión de empezar

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     A los que hemos intentado emular la literatura sin haber logrado jamás una frase decente nos asombra la manera en que alguna gente inicia sus libros. Hablo del inicio literalmente, de la primera oración de un relato.       Acaso una de las frases más celebradas de todos los tiempos sea la que presenta de manera acabada al más estrafalario, pero también más exquisito, de los locos que pudieron haberse imaginado:      En un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme, no ha mucho tiempo que vivía un hidalgo de los de lanza en astillero, adarga antigua, rocín flaco y galgo corredor.      De su lado, el máximo adjetivador del español desliza un par de regalitos al tiempo que augura un cuento perfecto:      La candente mañana de febrero en que Beatriz Viterbo murió, después de una imperiosa agonía que no se rebajó un solo instante ni al sentimentalismo ni al miedo, noté que las carteleras de fierro de la Plaza Constitución habían renovado no sé qué aviso de cigarrillos rubio

Éramos pocos y llegaron los abogados

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           Leo que el Consejo General de la Abogacía Española y la Real Academia presentaron un "Diccionario panhispánico del español jurídico" . La novedad respecto de cualquier otro diccionario es su ostensible condición de “panhispánico”, que supongo que quiere decir que sirve para que le saquen provecho en todos los sitios donde se habla el español. Me asombra que los directivos de la abogacía española sepan cómo nombran a algo un laboralista de Morón, el socio de una firma de abogados en Guinea Ecuatorial o un fiscal que habla chabacano , esa forma de español que usan en cierta acotadísima región de las Filipinas.      Confieso que jamás comprendí del todo para qué sirven las academias de la lengua. De todos modos, reconozco que es práctica de algunas academias recopilar el vocabulario de algunas actividades esenciales para la vida en comunidad. Por ejemplo, la Academia Argentina de Letras incorporó en 2013 a su catálogo las obras “Léxico de la cestería en la Argentina”

Cuatro sobrecitos y dos botellitas

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Eso es lo que acabo de comprar en el supermercado Jumbo. Más precisamente, cuatro sobrecitos de gelatina dietética de frutilla y dos botellitas de jugo de manzana (no se trata de que yo tenga ese estrafalario patrón de consumo: algunos estudios médicos -inconfesables, indecorosos- me autorizaban a consumir antes sólo esas porquerías). Me dirigí al puesto que permite que uno evite colas y pague solo, como vi que existen en los países un poco menos salvajes que el nuestro. Luego de escanear los seis elementos y de deslizar mi tarjeta de crédito por el lector, la pantalla me ordenó suministrar la siguiente información: - si la tarjeta era de débito o de crédito, algo que el sistema no es capaz de distinguir - el número de mi documento de identidad. - los últimos cuatro dígitos de la tarjeta. - el código de seguridad de tres dígitos de la tarjeta. Como pese a mi edad provecta extrañamente sigo sin necesitar anteojos para leer y soy buen dactilógrafo (es, creo, para lo único que me