Cuatro sobrecitos y dos botellitas



Eso es lo que acabo de comprar en el supermercado Jumbo. Más precisamente, cuatro sobrecitos de gelatina dietética de frutilla y dos botellitas de jugo de manzana (no se trata de que yo tenga ese estrafalario patrón de consumo: algunos estudios médicos -inconfesables, indecorosos- me autorizaban a consumir antes sólo esas porquerías).

Me dirigí al puesto que permite que uno evite colas y pague solo, como vi que existen en los países un poco menos salvajes que el nuestro. Luego de escanear los seis elementos y de deslizar mi tarjeta de crédito por el lector, la pantalla me ordenó suministrar la siguiente información:
- si la tarjeta era de débito o de crédito, algo que el sistema no es capaz de distinguir
- el número de mi documento de identidad.
- los últimos cuatro dígitos de la tarjeta.
- el código de seguridad de tres dígitos de la tarjeta.

Como pese a mi edad provecta extrañamente sigo sin necesitar anteojos para leer y soy buen dactilógrafo (es, creo, para lo único que me ha servido ser perito mercantil), pude superar semejante prueba y la máquina despidió exitosamente un ticket de compra. Pero acto seguido se acercó un vigilador privado para pedirme la exhibición del comprobante y verificar que, efectivamente, hubiera en mi carro cuatro sobrecitos de gelatina dietética de frutilla y dos botellitas de jugo de manzana.

Acaso una operación mercantil tan modesta sólo haya justificado una discreta inspección, que me haya tocado una especie de “canal verde” que permite a uno tomar la calle de manera relativamente rápida. Hace unos días, en cambio, mi compra en Jumbo incluyó un par de artículos algo más pretenciosos, y antes del procesamiento final del pago apareció un cartel en la pantalla: “Exhiba tarjeta y DNI al personal”. Así, en idioma policíaco, sin artículos. Y sin un “por favor”, como si la orden proviniera de un aterrado oficial de inmigración del aeropuerto Kennedy al que han puesto por primera vez delante de su nariz un pasaporte iraní. El vigilador aplicó en ese caso lo que los jueces norteamericanos llaman strict scrutiny: examinó ambos documentos con atención de filatelista.

La metaforfosis que hizo Jumbo convirtiendo en artesanal lo que alguno habrá ideado como todo lo contrario se agrega a la lista de heterodoxias de la Argentina, donde el servicio de McDonald’s es lento, la línea de pago automático del peaje está más congestionada que la del manual, las empresas suecas son corruptas, las finlandesas contaminan el río, el teléfono móvil no es móvil porque si uno se mueve la llamada se corta y la rotonda no sirve para agilizar el tránsito sino para trabarlo más porque pasa primero el que viene a toda velocidad por la ruta principal, todos fenómenos que resultan impensables en cualquier otra parte y que destruyen la utilidad de cada producto del ingenio humano.

Como yo recibí cierto entrenamiento en organizaciones que se caracterizan por diseñar todo tipo de laberintos para maltratar a los clientes, pensé que debía poner ese arte a disposición de Jumbo. Sugerí al policía que tuvo a su cargo la inspección de mi ticket (que en una admirable demostración de polifuncionalidad a lo Holanda del 74 también cuida la puerta y mide la temperatura corporal de los que ingresan al local) que el proceso se complementara con alguna verificación biométrica, porque todavía cabía la posibilidad de que a alguien le hubieran hurtado conjuntamente el documento y la tarjeta de crédito y que no se hubiera percatado de la sustracción, de modo que al no haberse hecho aún la denuncia al banco un impostor podría defraudar con cuatro sobrecitos de gelatina dietética de frutilla y dos botellitas de jugo de manzana. Las fuerzas del mal no descansan ni saben de proporciones. Le dije también que esa verificación biométrica debería complementarse en algunos casos pidiendo actas notariales periódicas (digamos, trimestrales, para ser razonables) labradas en ocasión de un pesaje como el de los boxeadores, a lo que se sumaría una foto, por ejemplo para demostrar que la persona investigada es la misma aunque desde la emisión del documento de identidad haya perdido peso, o encanecido, como me sucedió a mí afortunadamente respecto de lo primero y por desgracia respecto de lo segundo. Luego habría que tomar precauciones porque también he oído que circulan actas notariales apócrifas, pero eso es más fácil de combatir: basta con que los colegios de notarios instalen puestos en los supermercados al lado de los vigiladores para validar las actas, lo que podría reactivar la actividad del notariado, que anda alicaído por la falta de operaciones inmobiliarias y el progresivo abandono del uso de papeles. Como se ve, son todos beneficios.

No le entendí al guardia lo que respondió a la sugerencia porque era un hombre de esos que tienen serios problemas con el idioma cuando viajan a Montevideo.

Más allá de esta oportunidad de hacer negocios (estoy buscando en Linkedin algún gerente de Jumbo para venderle mi consultoría en Revenue Assurance y Seguridad Informática), lo que yo quería cuando elegí pagar de esa manera era no interactuar con seres humanos. De puro fóbico social que soy. O, como dicen en casa, “bicho canasto”. 

Ahora estoy pensando en hacer mis compras en los mercaditos de chinos. Aunque involucran la intervención de personas, todo está concentrado en un brevísimo paso. Basta con un chino apostado en la caja (hay otro, pero siempre está fumando en la vereda). Y el diálogo es más lacónico que el que debo hacer con la máquina de Jumbo, porque afortunadamente el chino tampoco suele hablar español. 
-Ω-

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