La adjetivación del dinero

 


    El problema de faltarle el respeto a las palabras es que uno termina aceptando que los disparates lingüísticos describen realidades. Orwell mostró que no sólo las ideas equivocadas condicionan las palabras, sino que también ocurre al revés: las deformaciones semánticas que instalaban los chanchos de la granja del señor Jones y, después, aquel molesto hermano mayor desajustaban el pensamiento.

    Me escribe un amigo suizo que lee diarios argentinos y me pregunta “¿qué es el dólar solidario?". Y, sí, a cualquier persona sensata le maravillaría semejante invención. Debí explicarle que proviene del nombre de un impuesto (uno llamado “para una Argentina inclusiva y solidaria”), que como todo lo que enarbola la solidaridad viene a ser todo lo contrario: alguien lo exige a palos.
    
    Como de costumbre, Alejandro J. Lomuto me ilumina: se trata de una hipálage. Así se llama al recurso literario que consiste en algo así como atribuir a un sustantivo una cualidad o acción propia de otro sustantivo cercano que merodea, visible o implícito, en el mismo texto. La utilizó como nadie Borges: “alcohol pendenciero”, “arduos manuscritos”, “báculo indeciso” y tantísimas otras. A mí me gusta mucho "le cruzaba la cara una cicatriz rencorosa". Parece claro que el rencor se predica del sujeto que lleva la cicatriz, no de ésta.
    
    La actual hipálage impositivo-cambiaria que han urdido los medios, algo displicentes con el idioma, es más refinada. Atribuye la solidaridad al sustantivo “dólar” para endilgarlo en realidad al que lo gasta, pero éste no practica ninguna solidaridad, que como tal sólo podría ser voluntaria. Es el gobernante el que exige primero un impuesto (sustantivo, pero también participio de “imposición”) y en teoría después hace con eso sus obras pías. Se trata de una hipálage en dos pasos, o metahipálage. O un embuste: llama solidario a mi dinero para que yo crea que lo soy, cuando en realidad esa condición cree tenerla él.

    A lo mejor, más que en las hipálages borgeanas esta gente se debe de haber inspirado en las calificaciones inconcebibles con que el escritor tituló los capítulos de Historia universal de la infamia: “el atroz redentor”, “el proveedor de iniquidades”, “el incivil maestro de ceremonias”. O en las combinaciones que ideó después Octavio Paz, ferviente admirador de la adjetivación del argentino: “el mono gramático” o, acaso en un ejemplo más adecuado para este asunto, “el ogro filantrópico”.

-Ω-



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