Volumetrías


Ricky Gervais



        Durante esa conmovedora ceremonia argentina que es un asado (ocasión en que está permitido comer y tomar de más), escucho a alguien que habla sobre “la inclusión de las personas que no responden al canon estético de delgadez”, “la obligación de no juzgar el cuerpo de otro”, “la necesidad de una ley de talles que obligue a ofrecer ropa para los que no tienen un cuerpo normativo” y la responsabilidad por la frustración de mucha gente que tendrían las empresas de ropa deportiva cuando sólo muestran personas delgadas que corren. Como era previsible, más temprano que tarde aparecieron, entreveradas como las especias del chimichurri, las palabras “orgullo” y “minoría”. Parece inevitable evocar aquello de Chesterton: para corromper a un individuo basta enseñarle a llamar "derechos" a sus anhelos personales y "abusos" a los derechos de los demás. 

        Mido un metro con noventa y llevo zapatos número cuarenta y seis. Mi peso merodea los cien kilos (algunas veces los merodea por abajo, pero otras, lamentablemente, por arriba). En términos técnicos, y según el maldito “índice de masa corporal”, siempre tuve sobrepeso y a veces me caí en la categoría de la obesidad. Si encuentro un par de zapatos, no puedo elegir modelo o color. Ni siquiera en esa tierra de exageraciones que son los Estados Unidos tengo la situación muy cómoda: las tiendas económicas Gap y Banana Republic ya no venden los talles XXL en sus locales, sino sólo por Internet. Así y todo, no soy de los que suponen que hay que trasladar a los vecinos la factura de nuestras circunstancias personales. ¿Por qué los demás consumidores deben pagar todo más caro para financiar la producción de lo que se venderá muy poco?

        Hay muchos individuos que viven incómodos por causas ajenas a su responsabilidad. No hay un derecho de los albinos de que les oscurezcan un rincón de cada terraza donde se almuerza frente al mar. Los zurdos hacen malabares para cortar un pomelo con esos cuchillos que tienen filo de un solo lado, deben reentrenarse de manera muy trabajosa para operar las manijas de las puertas, en la escuela manchan la hoja cuando escriben, les incomoda usar una tijera o la manopla para sacar cosas del horno porque están diseñados para meter en el espacio más grande el pulgar derecho, y la lista sigue. Dado que hay zurdos por todas partes, las culturas que generan más emprendedores y menos parásitos en lugar de pedir una "ley de la zurdera" han abierto tiendas de artículos para esa gente (una es https://www.leftyslefthanded.com/). Y una persona no puede dejar de ser albina o zurda; en cambio, para la mayoría de las personas adelgazar es arduo pero no imposible. ¿Por qué si yo no me cuido como debería otro tiene que asumir obligaciones?

        La necesidad de respeto es absoluta; la de compartir el orgullo, bastante discutible. No creo que yo deba adoptar para el prójimo un código moral distinto del que me aplico a mí mismo. Cuando vuelvo a aumentar de peso no me enorgullezco de nada ni me veo atractivo: me reprocho haber cometido desarreglos peligrosos para la salud y mi autoestima se resiente. Si a otra persona semejante situación la enorgullece, pues que lo disfrute, pero yo no creo que nadie esté a cargo de gestionar el estado de ánimo de otro.

         Definir qué es una minoría es arduo, como sugiere el chiste de Ricky Gervais. Por lo que sé, los judíos observantes no vociferan ningún derecho humano a que todos los restaurantes ofrezcan un menú kosher, o a que dejen de ponerle jamón a casi todos los sándwiches en las estaciones de servicio. Sí reclaman atención los celíacos, a pesar de que la humanidad ha sufrido, y sigue sufriendo, mucho más por la intolerancia religiosa que por la que algunos le tienen al gluten. Pienso esto mientras me pregunto cómo hará un sordo para saber que ha terminado el mate.

-Ω-


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