Time is not money

 






    Me cuenta Patrick Stern que sus compatriotas suizos, esas personas que “han tomado la extraña resolución de ser razonables” (Borges dixit) acaban de inventar un banco de tiempo. Consiste en que las personas jóvenes cuidan gente mayor y cada hora que dedican a eso se traduce en un crédito para que ellas sean atendidas durante otra hora cuando a sus vidas “les llegue la tarde”.

       Se ve que los suizos conectaron los puntos entre dos actividades en las que venían siendo bastante buenos: contar el tiempo y gestionar ahorros ajenos.

    Puede parecer que la inversión que se hace en este banco es absurda porque se trata un activo que no paga interés, ya que una hora de servicio prestado a una persona mayor le rinde a uno después exactamente una hora para ser cuidado por el prójimo. En realidad, no es así. Desde que Menger explicó el carácter subjetivo del valor sabemos que una hora que transcurre a nuestros veinticinco años, cuando vivir nos parece algo a que naturalmente tenemos derecho, no tiene el mismo valor de la que vivimos cuando queda menos hilo en el carretel y los instantes que van pasando parecen cada vez más valiosos. La inversión termina siendo muy rentable en términos de la percepción, que es lo que vale.

    Pienso que el banco podría utilizar ese tiempo ahorrado por sus clientes para prestarlo, como hace con el dinero ajeno, y de ese modo multiplicarlo merced a un sistema fraccional de depósitos. No hay razón para mantener un encaje del ciento por ciento del tiempo ajeno para algo que el inversor necesitará dentro de bastante tiempo. Tampoco es verosímil una corrida bancaria en materia de tiempo: la gente envejece de manera algo previsible y gradual, y no todos se enferman de manera simultánea.

    Una aplicación al estilo Uber podría conectar gente que disponga de bonos de tiempo con potenciales inversores para atender necesidades instantáneas e imprevistas. Así, un joven que está ocioso apretándose los granitos de acné en una plaza podría invertir su tiempo en algo más valioso para la comunidad y para él mismo; por ejemplo, llevando las bolsas del supermercado de un anciano que sobreestimó sus fuerzas y de pronto se sintió cansado.

    También me parecería interesante desarrollar el mercado secundario de los depósitos de tiempo. Por ejemplo, una atractiva señorita que ha acumulado en su cuenta una apreciable cantidad de horas de cuidado contrae matrimonio con un señor tan anciano como acaudalado, lo que le permitirá vivir el resto de sus días rodeada de mucamos y de enfermeros en un castillo de la Toscana. La niña debería tener el derecho a disponer de esas horas para vendérselas a alguien que no ahorró tiempo porque vivió de manera algo desprevenida, o que se casó estúpidamente sólo por amor. Las horas se ofrecerían en un Mercado Electrónico de Atención a la Tercera Edad (MEATE).

    Lo único que yo no haría es darle a administrar estos registros de tiempo ahorrado a los abogados. Una vez revisé los timesheets que una firma legal había mandado para cobrar sus honorarios por varios asuntos que tenía entre manos y descubrí que, si uno sumaba lo que habían anotado en cada planilla, varios de sus integrantes vivían extrañas jornadas de veintiséis horas, y que no necesitaban dormir.

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