Dos huevos, in memoriam

    


    Durante el suplicio de mis caminatas matinales a las que los médicos se empeñan en atribuir alguna importancia escucho cualquier cosa que me permita aprender sobre los temas relevantes que me interesan, que van desde la receta del tiramisù a los roles de Pancho Villa y Emiliano Zapata en la Revolución Mexicana. También practico idiomas extranjeros con cualquier cosa, aunque no me interese.

    Hoy tocó un podcast que contenía varios capítulos de una entrevista al legendario periodista italiano Indro Montanelli (1909-2001). Lo elegí porque me trajo lindos recuerdos: en Milán viví un tiempo a la vuelta del parque que lleva su nombre.

    Montanelli contó que, cuando era muy joven, su jefe en Il Corriere della Sera le pidió que detectara organismos públicos que subsistían de manera absurda mucho tiempo después de haber sido creados y cuando ya no podían tener ninguna utilidad, pero que continuaban empleando gente y ocupando oficinas. Parece que en Italia está lleno de esos casos (o lo estaba en vida de Montanelli). Lo mismo ocurre en la Argentina con los “entes liquidadores”, que tardan décadas en hacer que desaparezca algo que el legislador resolvió que no debía existir más. Si los burócratas que están a cargo de eso cumplieran con su tarea se quedarían sin trabajo, de modo que su estímulo es hacia la ineficiencia. Milton Friedman decía que los organismos son por lo general creados por buena gente y por buenos motivos, pero que después, y una vez que comienzan a recibir dinero público, son copados por personas que harán lo imposible para que su tamaño se expanda. Son muy pocos los casos de entes públicos que realmente han desaparecido con relación a los que se han creado (no los que han cambiado de nombre o se han fusionado con otros, sino los que han implicado la desaparición de la función que tenían). 

    Cuando le mostré a una amiga italiana una versión anterior de este relato, me envió una lista de setenta organismos públicos “no territoriales” italianos. Entre ellos hay un Instituto Papirológico, un Instituto Nacional para las Conservas Alimentarias y una Sociedad de los Steeple-chasers Italianos (eso parece ser una destreza ecuestre), distinto del Ente Nacional para el Caballo Italiano y del Instituto Nacional para el Incremento de las Razas Equinas, que tienen otras oficinas y otros presupuestos.    

    En su investigación, el periodista había detectado que, al menos en los papeles, existía una oficina destinada a asistir a los familiares de las víctimas de la cárcel austríaca de Spielberg, un sitio recordado porque allí al parecer asesinaron a patriotas italianos durante la segunda mitad del siglo dieciocho y la primera del diecinueve. Identificó el domicilio del presunto organismo y tocó el timbre. Le abrió un señor de aspecto bastante humilde que estaba cocinando dos huevos. Cuando el periodista le dijo qué información estaba buscando, el hombre empalideció y le pidió que tuviera clemencia, porque lo que denominó su “pensión” (que en realidad sería un salario) era miserable, tanto que los dos huevos era todo lo que tenía para comer ese día.

    Montanelli confesó que no tuvo el valor de informar eso a su jefe. "Al final de cuentas -dijo- Italia es así y ¿sabe qué? yo también era un italiano".

-Ω-


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