¿Dónde convendrá suicidarse?

       

       Los de la foto resultaron proféticos en tantísimas cosas. A veces, la realidad ofreció incluso una caricatura aún mayor, aunque sin la gracia, la inteligencia y el refinamiento con que ellos las habían imaginado.

        Así, por ejemplo, en La comisión dos políticos corruptos encomiendan a un mediocre músico popular ciertas adaptaciones a un himno nacional que sólo persiguen hacer propaganda a favor del presidente de turno, un tal profesor Garcete. Por eso sugieren cambiar la referencia al año 1811 en que había ocurrido cierta batalla trascendente y que rimaba con el nombre del máximo prócer Anastasio Ponce por 1807, que les permite introducir la mención del estrafalario Garcete aunque en esa fecha no hubiera sucedido nada relevante en el país. Pues resulta que de verdad en 2007 (de casualidad, también rima con "Garcete") en Venezuela Hugo Chávez intentó hacer lo mismo. Ya había logrado cambiarle el nombre al país y modificar el número de estrellas de la bandera, a la que agregó una porque, al parecer, Simón Bolívar se había quedado con ganas de homenajear a la Guayana. No contento con eso, propuso agregar al himno una estrofa que mencionara al Libertador, omisión que consideraba una oprobiosa ingratitud.

        En el mismo espectáculo, llamado Bromato de armonio, Les Luthiers presentaron La vida es hermosa (disuacidio), que muestra cómo Daniel Rabinovich atiende el teléfono en un ineficiente “Centro Estatal de Asistencia al Suicida”. La torpeza con que encara la tarea logra en alguna medida su propósito: la persona que había llamado termina consolando al deprimido burócrata, el mismo que, para completar un formulario, le había preguntado “¿es la primera vez que se suicida?” Al presentar el tema, Marcos Mundstock explica que el suicidio no es un delito, porque el delincuente y la víctima resultan ser la misma persona. Pero que, no obstante, en ciertos lugares sí lo es la tentativa de suicido, que ocurre cuando el autor no logra su cometido; algo que, agrega, “en algunos países anglosajones llega a castigarse con la pena de muerte”. Pues bien, leo ahora que en Corea del Norte el gobernante acaba de declarar ilegal el suicido. Lo calificó como “una traición al socialismo”.

        La medida del señor Kim Jong Un (que debería llamarse Kim Jong Tres, porque ha tenido la fortuna de nacer después que su abuelo y que su padre, que se llamaban parecido y tuvieron el mismo trabajo) no deja de tener aristas interesantes, sobre todo para los refinados juristas como yo.

        En Corea del Norte ocurrirá el extraño fenómeno ya explicado por los de esmoquin y moño: será penado con mayor intensidad el que delinca sólo en grado de tentativa porque le falla el tiro que uno que competa la acción, que no podrá ser procesado ni ejercer plenamente su derecho de defensa. Pero lo que más me asombra es el fundamento de la prohibición. Habida cuenta de que el socialismo no ha producido otra cosa que miseria en todo el mundo (salvo para los que están en el gobierno) me parece que eliminar una boca hambrienta debería ser una contribución al bienestar general extremadamente altruista, no una defección.

        Tal vez una solución de alta política criminal para ese dilema sería que la pena consistiera en una multa, y que los herederos del suicida debieran hacerse cargo de pagarla sin lo que los abogados llaman “beneficio de inventario”. La idea no es nueva: en los Estados Unidos los blancos deben reconocer al prójimo una serie de privilegios porque sus tatarabuelos, o los vecinos de esos tatarabuelos, acaso tuvieran esclavos. Por su parte, judíos y cristianos vienen difundiendo desde hace mucho y con apreciable éxito esa corriente de pensamiento mediante lo que llaman “Pecado Original”, que básicamente consiste en la necesidad de aguantar todo tipo de tribulaciones por culpa de un par de antepasados angurrientos. Es lo que los abogados llaman "responsabilidad refleja", por la cual alguien paga los platos rotos de una fiesta a la que no ha ido.

        Marcos Mundstock aclaraba que "el suicidio no consiste en matar un suizo, sino en matarse a sui-mismo”. Precisamente, son los suizos los que también sobre este tema han tomado, en palabras de Borges, “la extraña decisión de ser razonables”. En contraste con la insensata disposición norcoreana, el artículo 115 del Código Penal de Suiza facilita la autoexterminación. Solamente castiga con pena de prisión de hasta cinco años al que prestare ayuda a otro para cometer un suicidio si el asistente obra “por motivos egoístas”. Si ese colaborador no tiene la clave para acceder a las cuentas bancarias del inminente occiso, si no planea pasar dos noches en Porto Cervo con la mujer del amigo angustiado, puede tranquilamente cargarle la pistola. Eso sí, conociendo algo a los suizos imagino que debe tener la precaución de activar el silenciador y dejar después todo limpio y ordenado.

-Ω-


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