¿En qué te has convertido?

      



        Ignoro casi todo sobre la reencarnación, A lo mejor lo sabe el que está dentro de mí, pero nada me ha contado.

        Me han dicho que se trata de un fenómeno muy habitual en la India, donde lamentablemente nunca he estado para comprobar cómo funciona. Me preocupa que la población india crezca tan rápidamente. Temo que se queden en cualquier momento sin materia prima de ultratumba para rellenar tantos envases.  Eso sí, debo reconocer que los budistas de Tailandia parecen gente muy afable, que siempre está de buen humor y que además cocina de maravillas. A pesar de que ellos también cargan con almas que vienen ya con bastante uso.

        La idea del reciclado de espíritus me incomoda un poco, por lo menos pensada como gratificación para los virtuosos; es en tanto premio que me produce algo de extrañamiento. No me disgusta pensar que en el sujeto que veo todas las mañanas en el espejo pueda habitar el alma de Alejandro Magno, o de Leonardo da Vinci, pero si me imagino como la continuación de Papá Doc Duvallier, de Stalin, del tarado del bigotito o de algún vago que veía todos los días tomando cerveza en el club de mi pueblo me pongo algo inquieto. 

        Me parece más atractiva la otra recompensa, la tradicional, la del paraíso donde todo es lindo para siempre (bueno, sé que no puede haber "siempre" donde no ocurre el tiempo, pero me di a entender). A mí me dijeron que ese alojamiento es puro placer. Como zanahoria para portarse bien con los vecinos es buena, hay que admitirlo. En cambio, si el alma de uno fuera reinstalada en la carrocería de otro sujeto, supongo, eso debería venir con las obligaciones propias de esa condición. Habrá que empezar de nuevo, criar hijos que te hacen levantar de noche y cambiarles los pañales, aguantar cuñadas, pagar impuestos, parar en la rotonda como dice el cartel y no como hacen los argentinos que lo interpretan al revés, renovar la licencia de conducir en el municipio de Tigre (o de Addis Abeba, porque nada asegura que a uno le toque  Tigre, menos Copenhague) o escuchar de fondo a un vecino que mira un programa de Tinelli. 

        Pero es que también los destinos reencarnados que parecen más atractivos pueden ser atroces. Imaginémonos convertidos en un rey europeo: toda una vida dando la mano a gente que le importa nada, parado mirando desfilar a otros y cortando cintas. Un desperdicio de materia gris, sea que a uno le hubiera tocado mejor o peor calidad de esa sustancia. 

        En suma, que te vuelvan a arrojar a un mundo que, aunque es cada día mejor, está aún lejos de ser un paraíso me parece una oferta impropia de divinidades benevolentes.

        Por mi parte, si pudiera tramitarse una excepción, si el presunto beneficio fuera renunciable, yo pediría no ser reencarnado. O cedería gustoso el voucher a alguien que sí estuviera interesado en convertirse en un pastor uzbeko o en un gerente de auditoría interna de una fábrica de parabrisas de Omaha. En todo caso (“a todo evento”, como dicen los abogados), si ese fenómeno fuera inevitable, solicitaría en la oficina correspondiente una reencarnación light, o low-cost, una que viniera con menos carne. Es que siempre he tenido problemas de sobrepeso.

-Ω-

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