Cosas de muertos


        Le mari vit comme maïtre et meurt comme associé (el marido vive como dueño y muere como socio). Así explican los abogados franceses el asunto de la sociedad conyugal. 

        Pareciera que lo mismo les pasa a las celebridades, pero con muchos más socios póstumos.

        Por gentileza de uno de los ciudadanos que la pidieron (un admirado amigo) leí la resolución con que una jueza prohibió sacar de los inmuebles de la difunta señora María Kodama y de la Fundación Jorge Luis Borges, sin autorización del tribunal, “la biblioteca personal del escritor, sus archivos, sus papeles y sus objetos personales que ostentan carácter histórico”. No dijo qué cosas cometen semejante ostentación.

        Me consta que a esos ciudadanos los guía el mejor propósito. Y además reconozco que al acudir a un tribunal actuaron de una manera civilizada. En otro tiempo, para preservar el recuerdo de algún finado notable los argentinos preferían robar su cadáver o cortarle las manos.

        Si se le quitan los revoques, el cotillón y los retruécanos del lenguaje tribunalicio, el fundamento de la resolución es sólo uno: la cultura es algo muy importante. La jueza cita para eso la Convención de 1972 de la UNESCO sobre el Patrimonio Natural y Cultural y una sentencia de la Corte Suprema. La primera no tiene gran cosa que ver con el tema que ella tenía para resolver y la segunda en realidad debería haberle servido para decidir al revés, porque en ese caso la Corte apuntaló la propiedad privada. La conclusión de la magistrada es, redondamente, que los bienes que tienen “valor histórico y cultural” (calificación que no acompaña de ningún criterio para predicarla respecto de algo) pertenecen a “todo el grupo social de un país” (otra referencia vacía, hecha además en un estilo digno de Carlos Argentino Daneri). La resolución no viene con ninguna precisión respecto de qué cosas tendrían el valor que justificaría sentárseles encima. Al revés que Ireneo Funes, que no podía manejar abstracciones y por eso no accedía al pensamiento (por aquello de que pensar es olvidar diferencias), la jueza, en lugar de ocuparse de objetos individuales, parecería haber mirado el mundo a través de un Aleph que le mostrara todo de un plumazo.

        La iniciativa es algo remolona. Hace casi cuatro décadas que murió Borges, y ya entonces sus cosas habrían comenzado a pertenecer a “todo el grupo social de un país”, cualquier cosa que eso signifique. A mí siempre me ha parecido que lo que es de todos no es de nadie, es más bien la antítesis de la idea de propiedad, del mismo modo que la obligación de amar a todos los que integran el prójimo equivale a la de no amar a nadie, pero admito que no tengo mucha compañía en esa corriente de pensamiento. Cuando terminaba una conferencia, Borges se despedía de su auditorio diciendo agradezco a cada uno de ustedes, porque agradecer a todos sería lo mismo que no agradecer a nadie.

        El tiro de boleadora judicial alcanza también a las cosas que tenga en su poder la Fundación Jorge Luis Borges, que era una persona distinta de la señora Kodama, y lo es ahora de sus herederos. A lo mejor mis amigos le contaron a la jueza que esa fundación es gestionada por un consejo de administración de irresponsables o, peor, de saqueadores, y la convencieron de que ese asunto le correspondía a ella por estar a cargo de la sucesión de un tercero. La orden también comprende a lo que se encuentre en otros países. Imagino la cara de un juez de Ginebra al recibir el pedido de una colega argentina de que haga lo necesario para conservar una enciclopedia, un espejo o el dibujo de un tigre o de un laberinto hechos en una servilleta. ¿Y si, como buen suizo, el hombre tomó la extraña resolución de ser razonable?

        Me pregunto si habrá hecho lo mismo Francia con los cuadros que había en la casa de Picasso, o si los recibieron los herederos del pintor. ¿Acaso algún tribunal inglés se interesó en inmovilizar la brocha que usaba Chesterton para afeitarse?

        Las medidas cautelares son despachos urgentes que sirven para que luego no se frustre el cumplimiento de alguna sentencia. No dice la resolución que los que pidieron esta medida hayan presentado un proyecto de ley para expropiarles con el dinero de los contribuyentes algunas cosas a los herederos de la señora Kodama y a la Fundación Jorge Luis Borges. Personalmente, preferiría que indicaran qué destino pretenden darle a todo eso y abrieran una suscripción pública de donantes para comprárselo a sus dueños. El influencer Santi Maratea, por ejemplo, les conseguiría cientos de miles de voluntarios en un soplo.

        Yo festejo ser un desconocido que no ha hecho ninguna contribución a la cultura ni a la historia. Eso porque me gustaría que, cuando deba pasar al lado menos conveniente del césped, mis hijos pudieran conservar la cafetera Bialetti tipo moka que me regalaron en Italia, mi bien más preciado. Ellos saben que no deben esperar más que eso, porque respecto de lo poco que tengo adhiero al principio de que toda herencia es un error de cálculo. No tengo la menor relación con los sobrinos de la señora Kodama, pero si ella hizo mal las cuentas y encima prefirió no testar, sus razones habrá tenido.

        El desdén que Borges tenía por los objetos quedó claro cuando le preguntaron si quería a su bastón. Contestó no, el bastón no sabe que yo existo. Tampoco creía el escritor que la muerte aumentara la importancia de las cosas, algo que sí dijo de las personasaunque en modo irónico: El ruin será generoso / El flojo será valiente / No hay cosa como la muerte / Para mejorar la gente.

        Y está el asunto de si debemos o no respetar la voluntad de los genios que han partido. No tengo la menor idea. Es cierto que debemos a la desobediencia de Max Brod conocer más la obra de Kafka, uno de los mejores novelistas de la historia, y a la perseverancia de Giorgio Bassani haber logrado la publicación póstuma de Il Gattopardo, la joya de Tommasi di Lampedusa que había sido despreciada por los editores. En los dos casos salieron a la luz obras que por algún motivo los autores mantenían en un cajón. Pero también sé que Borges había dicho yo preferiría que una vez muerto nadie se acordara de mí, sería horrible pensar que algún día habrá una calle que se llame Jorge Luis Borges, yo no quiero una calle, yo quiero dejar de haber sido Borges, quiero que Borges sea olvidado… Como explica Fernando Sorrentino (“La manzana pareja que no persiste en mi barrio”, La Prensa, 12/10/2020”), cuando hizo eso con un tramo de la calle Serrano el gobernante nos incitó a que estropeáramos “Fundación Mítica de Buenos Aires” convirtiendo en amorfosílabo municipal el otrora alejandrino borgeano, ya que ahora deberíamos recitar Una manzana entera pero en mitá del campo / Presenciada de auroras y lluvias y suestadas / La manzana pareja que persiste en mi barrio / Guatemala, Jorge Luis Borges, Paraguay, Gurruchaga. Tiene razón don Fernando. Es que suena feísimo.

        Pero es mejor terminar recordando al poeta con algo lindo. Es un soneto que se llama, precisamente, “Las cosas” y que lo explica todo bastante mejor que todo mi palabrerío. Y es bastante más bonito.

El bastón, las monedas, el llavero,
la dócil cerradura, las tardías
notas que no leerán los pocos días
que me quedan, los naipes y el tablero,
un libro y en sus páginas la ajada
violeta, monumento de una tarde
sin duda inolvidable y ya olvidada,
el rojo espejo occidental en que arde
una ilusoria aurora. ¡Cuántas cosas,
láminas, umbrales, atlas, copas, clavos,
nos sirven como tácitos esclavos,
ciegas y extrañamente sigilosas!
Durarán más allá de nuestro olvido;
no sabrán nunca que nos hemos ido.

-Ω- 

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