Más respeto que soy tu tiempo (y fui el tiempo de otro)

                              


 

                        

- Se vienen días duros, don Inodoro.
- Así es, Mendieta, y agradezca que se vienen de a uno.
- En eso es caballeresco el tiempo, no se aprovecha de la superioridá numérica.
                        Roberto Fontanarrosa



        Acaso de entre todos los enigmas que nos atormentan el tiempo sea el más terrible. Aparece en todos los acertijos, paradojas, dilemas. Para nosotros, los neuróticos, es un protagonista tanto de nuestra ansiedad como de nuestra nostalgia. Alimenta himnos nacionales que garantizan un ilusorio destino de grandeza y que hay que seguir cantando a pesar de que vengamos de fracaso en fracaso y auspicia tangos que añoran a la ingrata que se ha ido y en la que el desengañado cree haber encontrado belleza y virtud (por eso es un “des-engañado”). Divide en dos grupos al club de los bobos: los idólatras del progreso y los que necesitan cerrar cada día un balance que dé pérdidas.

        El tiempo nos viene atormentando desde el batiburrillo ese del río de Heráclito y el inmovilismo de Parménides, antes incluso de Sócrates. Al finado Aristóteles todo eso le sirvió para poner un poco de orden en el asunto. Alguien ha dicho que el tiempo es solamente la medida del cambio. No sé. Sí me parece la condición para el cambio. 

        Pero al cambio hay que alojarlo como se merece. Sin la ilusión de que todo es igual que ayer. Sin pretender que a los sesenta y pico de años conservemos el aspecto que teníamos a los veinte (que en mi caso ya era deplorable). Las cucarachas se comportan frente a cada estímulo igual que lo hacían sus pares hace quinientos años. No pueden elegir, modificar su conducta. Esa diferencia debería ponernos contentos por no ser como ellas, por no vivir en un puro presente. Pero a mucha gente con vocación de cucaracha la angustia.

        Desprecia la función pedagógica del tiempo el imbécil que se enorgullece porque su hijo es amigo del bisnieto de alguien cuyo nombre han puesto a una calle, aunque la familia del chico sea un muestrario de perversiones. También, el que desprecia a alguien virtuoso por pertenecer a algún grupo, por lo que hayan hecho sus antepasados, una recreación del Pecado Original para los que son incapaces de manejar metáforas.

        De entre los negadores del progreso no conozco a nadie que prefiera ser operado sin anestesia o que salga con un arpón a conseguir el pescado para su almuerzo. Pero a veces el tiempo nos hace creer que siempre nos mejora y en realidad hace lo contrario o, para mayor desconcierto, hace las dos cosas por el mismo precio. En la preciosa Ferrara transcurre el argumento de la novela de Giorgio Bassani El jardín de los Finzi-Contini. Describe a una familia de la importante comunidad judía de esa ciudad que, durante el fascismo, persistía en cerrar los ojos frente lo que ya estaba ocurriendo después de las leyes raciales de 1938, y a lo que inexorablemente ocurriría. Por aferrarse al deseo de que Italia siguiera siendo lo que había sido, por negar que a ellos el tiempo no les había traído mejoras sino atrocidades, los Finzi-Contini murieron en Auschwitz. Pero en Ferrara también vi algo que me puso contento: una estatua de Savonarola. La placa dice Girolamo Savonarola, en tiempos corruptos y serviles, flagelador de vicios y de tiranos. ¿Es que acaso me pareció lindo que hubieran homenajeado a semejante personaje? No, lo que me gustó es que los ferrareses hubieran entendido que en su época la tarea que hacía el dominico, que hoy por suerte nos horripila, era muy valorada por sus vecinos. Lo bueno no es que exista la estatua, sino que no haya sido vandalizada.

        Intentaba dar forma a estas ideas, me parecía (me sigue pareciendo) oscuramente retorcido lo que había escrito y estaba por tirar este borrador al papelero cuando escuché al comentarista televisivo norteamericano Bill Maher, que vino en mi auxilio. Resolví que yo debía resumir lo anterior con sus palabras: Vivimos como si la esclavitud hubiera sido una cosa exclusivamente norteamericana, algo que nosotros inventamos en 1619. La esclavitud era la regla en todo el mundo, no la excepción. Pretendemos vivir en una mágica máquina del tiempo mediante la cual vos imaginás lo que habrías hecho en 1055… y en la comparación con la gente de esa época siempre ganás. Es la enfermedad del “presentismo”, la manera que tenés de felicitarte porque sos mejor que George Washington, ya que vos tenés un amigo gay y él no tuvo ninguno. Pero si él estuviera vivo hoy lo tendría, y si vos hubieras vivido en el tiempo de él, no.

-Ω-

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