Ventajas de no vivir en Arizona

        



        Según Groucho Marx, no hace falta tener parientes en Kansas City para ser infeliz.

        Yo agregaría que vivir lejos de Arizona no sólo evita los cuarenta y cinco grados que está haciendo ahí todos estos días, sino que también puede ahorrar otros dolores de cabeza.

        Leo en la publicación de la ONG Pacific Legal Foundation que una señora debió ir a los tribunales para que quitaran su nombre de un registro que lleva el Departamento de Seguridad Infantil de ese estado. Allí anotan a la gente que atenta contra, precisamente, el valor que indica el nombre de la oficina. Cualquiera puede consultarlo antes de tomar una niñera o un profesor de dibujo, o dar un bebé en adopción. En realidad, parece que los empleadores lo miran antes de tomar a cualquiera para cualquier cosa. Esa mancha es indeleble.

        La señora había dejado a su hijo de siete años en la zona de juegos de una plaza mientras fue a comprar un pavo para el Día de Acción de Gracias. Es cierto que los tiempos han cambiado, y que las cosas no son como eran a mis siete años en un pueblo, donde el permiso se pedía para salir (sin decir hacia dónde) y la indicación materna se limitaba a no volver de noche. Pero en el caso de Arizona la tienda quedaba a cinco cuadras, la plaza era un lugar conocido y además al lado del área de juegos estaba una amiga de la señora dando una clase de tai chi (he visto que los que hacen ese ejercicio doblan la cabeza todo el tiempo, de modo que tal vez la amiga pudiera echar un vistazo al pibe cada tanto).

        Poquísimos minutos después llamaron a la dama para decirle que un policía estaba hablando con su hijo. En realidad, estaba levantando un acta con la que se inició un proceso penal. Un fiscal la imputó por “abandono con irrazonable riesgo de daño por secuestro, daño producido por terceros, exposición a las drogas y muerte”. Podría haber previsto también un atentado terrorista, una lluvia de meteoritos o alguna invasión de chinos, contingencias que nadie puede descartar, pero nada de eso figura en el expediente.

        El fiscal aceptó retirar los cargos a cambio de que la señora tomara una clase de “habilidades para la vida”, una materia que parece de objeto un poco amplio (yo traduzco literalmente: dice life skills). La capacidad norteamericana para producir velocísimas herramientas de autoayuda es notable. No sólo hay libros que permiten obtener la felicidad en ciento veinte páginas, sino que también parece posible entrenarse en un arte que para muchos es bastante arduo, me refiero al de vivir, en una sola clase. Uno entra bestia y un rato después sale sabio.

        Aunque desistieron de meterla presa, igual a la señora la mantuvieron en el registro ese. Demandó entonces para que la quitara de allí al Departamento de Seguridad Infantil, que lo hizo de inmediato, antes de contestar la demanda, probablemente para no generar un precedente desfavorable y continuar arruinándole la vida a mucha más gente.

        El asunto de la plaza ocupó a policías, fiscales, testigos, peritos, dos ONG que decidieron asesorar a la señora, abogados y jueces. En un informe, un experto que tomó datos de la criminalidad de la zona había calculado que, para que el chico estuviera expuesto a un riesgo estadísticamente significativo de ser secuestrado a esa hora y en ese sitio, debían pasar setecientos cincuenta mil años. Pero es una falacia de abogados pícaros: si hay un cinco por ciento de probabilidad de que llueva y yo justo salgo cuando llueve, no me mojo una vigésima parte de mi cuerpo, me mojo todo. Por eso la prudencia es una gran virtud.

        De todos modos, el razonamiento del fiscal y de los demás burócratas sobre el peligro que corrió el chico parece medio debilucho: si uno mira bien la cosa, el hecho de que unos pocos minutos después de haberse producido el “abandono” apareciera un policía y no una banda de piratas parece una señal de que en realidad se trataba de un lugar bastante seguro. A la señora tendrían que haberla condecorado en lugar de castigarla.

        Conociendo un poco a los abogados de los Estados Unidos, es probable que la señora demande ahora al Departamento de Seguridad Infantil por no haber podido comprar el pavo, por haberse privado de festejar como se debe un día tan caro a la tradición de su país y por haber estado en la boca de todo el barrio como una delincuente.

        Si usted supone que he inventado la historia (es verdad que lo hago con muchas) lea la demanda aquí y arrepiéntase de haber dudado de mi honestidad.

-Ω-


Comentarios

  1. Brillante… por más material para inspirarte siempre te quedará la Florida…

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