De senectude


        Yo no estoy viejo, mucha gente rejuveneció de golpe. O tal vez me ocurrió lo que a Groucho Marx, que dijo "nací a una edad muy temprana".

       A veces acusamos a los millenials, centennials o como se llamen  de repentistas, de improvisadores, de superficiales en su actitud multitarea. Cualquiera que, como yo, haya trabajado ya de grandecito en los servicios jurídicos de una corporación identifica de qué manera esa gente hace las consultas; en realidad, de qué manera no las hace.

        Se trata de un error. Si hay algo que no tengo es prejuicios. Esa gente es así siempre, no a veces.

        Ayer estaba yo haciendo un poco de caminata por el Bosque de Chapultepec. Primera aclaración, casi innecesaria: lo hacía por prescripción médica y no para lucir mejor, menos por un inconcebible gusto de hacerlo. Segunda: la elección del lugar no fue ninguna excentricidad, sino producto de haber tenido que venir a México por razones familiares. En eso vi a una niña en ropa deportiva que, mientras con una mano tironeaba del empeine para que el talón tocara su trasero (digamos que parecía estar “elongando”, aunque con cierta exageración), con la otra usaba el teléfono y mantenía una conversación que parecía de trabajo. Hablaba con un perfecto acento argentino, aunque en un dialecto que no me resultaba del todo familiar.

        Al pasar a su lado oí que decía:

        -  No, boluda, me dijeron que es una fundación. Eso es otra cosa, tipo como una sociedad anónima. ¿Entendés? Entonces, bolú, el CB34 tenés que arrancarlo por otro lado y resetear todo de una desde ahí, nos mandamos una cagada.

        Mi samaritanismo, o acaso mi tendencia a interrumpir el ejercicio con cualquier excusa, me llevaron a intervenir en auxilio de un alma que no había logrado salir del todo de la aturdida adolescencia y que, además, denotaba desamparo legal. No podía ser indiferente ante semejante cuadro. Juro que no me movió ningún otro propósito, ni la empatía por una compatriota que imaginé desterrada ni la notable morfología de la superficie simétrica donde apoyaba su talón. Le dije, en el tono con que leen un cuento los que visitan el jardín de infantes para pasar "El Día de los Abuelos":

        -  Disculpame que me meta, pero no pude evitar oírte. Soy abogado. Sólo te aclaro por si te sirve que una fundación no es como una sociedad anónima, no tienen nada que ver, aunque no sé de una de qué país estás hablando ni para qué lo necesitás. Es cierto que en muchos países las entidades de bien público pueden organizarse como si fueran una sociedad, aunque en ese caso lo que oc…

        -  ¡Uy! Muchísimas gracias, qué buena onda, genial… [volvió al teléfono] Che, boluda, acá un abogado me dice… no, no, uno que pasó, un divino, nomás tipo de onda, que una fundación no es tipo como una sociedad anónima. Olvídate lo que te dije, todo bien. Besito. Chau, chau.

        En realidad, tenía razón. Estaba todo bien para ella. Había acertado en no perder el tiempo consultando a un abogado. Hay tantos en circulación (literalmente) que en términos estadísticos lo improbable es que no se le hubiera cruzado ninguno. Y nada interrumpió su saludable mañana al aire libre. 

        Intuyo que si yo conociera su salario la envidiaría por eso mucho más que por su edad.

-Ω-


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