La bestia descuidada


        Para titular los capítulos de Historia universal de la infamia, Borges (según Octavio Paz, el mejor adjetivador de la lengua castellana) usó una lista de condiciones asombrosas, impensables para cada uno de los protagonistas: El atroz redentor Lazarus Morell, El proveedor de iniquidades Monk Eastman, El incivil maestro de ceremonias Kotsuké no Suké, El impostor inverosímil Tom Castro. ¿Cómo puede ser atroz un redentor, o incivil un maestro de ceremonias?

        En el estado de California han descubierto al racista inadvertido, al homofóbico involuntario, al discriminador maquinal. Mi equipo de investigadores me acerca una ley de ahí que obliga a que los cursos de capacitación continua que todos los años deben tomar los médicos incluya un módulo sobre “prejuicios implícitos” (implicit bias). Con eso quieren que descubran la porquería humana que son aunque no se den cuenta.

        Todos los profesionales que están en contacto directo con pacientes deben capacitarse para estar en condiciones de detectar si, al atenderlos, los discriminan por alguna razón sin darse cuenta y, lo más importante, sin ninguna intención de hacerlo. Es la famosa teoría de la “prevención del daño” que tanto da de comer a los abogados de todas partes, que no necesitan esperar a que haya un problema para iniciar un pleito, lo hacen por lo que suponen que podría ocurrir y así crean su propia demanda. Por ejemplo, yo podría demandar a mi vecino para que no vuelva a poner cuarteto cordobés cuando hace una fiesta en su jardín.

        El legislador californiano ha resuelto que no solamente hay que combatir la discriminación deliberada, sino que ha decido penetrar en el sombrío subconsciente de los médicos para extirpar las perversiones que ellos no sabían que tenían y hacerlos así mejores personas. La legislatura se ha propuesto curar a los que curan, ha inventado la "metacura". Como título, el de Hayek La fatal arrogancia les quedaría chico.

        Con la asistencia de la ONG conservadora Pacific Legal Foundation, el oftalmólogo Azadeh Khatibi ha pedido la inconstitucionalidad de esa norma mediante esta demanda. El hombre completó una formación médica de excelencia en las universidades de California San Francisco y Berkeley. El anhelo de perseguir el sueño americano le ha gastado una broma a este iraní: en farsi, su apellido quiere decir “libertad”.

        Me parece que el doctor Khatibi es un quisquilloso, lo que no significa que yo predique esa cualidad de los iraníes, ni de los oftalmólogos, ni de los residentes de California, ni de los hombres ni de las personas cuyo apellido empieza con k (Dios. o la Madre Naturaleza, o el destino, o el desparramo de átomos me libren y guarden de incurrir en semejante generalización). La ley es acertada, porque los médicos hacen preguntas algo incómodas que se refieren a antecedentes y hábitos vinculados con la historia y con la intimidad de sus pacientes. Los proctólogos, por ejemplo, no se interesan demasiado por cuál ha sido la última novela que han leído los que están sobre la camilla, o qué música prefieren. Se les da por averiguar con quién duermen o cómo se higienizan el trasero. Y de todo hay que cuidarse, porque si durante el examen oftalmológico al de chaquetilla se le ocurre opinar que El anillo de los Nibelungos de Wagner es más bonito que El humahuaqueño el asunto podría terminar hiriendo los sentimientos de un miope venido del Altiplano.

        Lo que no me parece muy justo es que los legisladores no tengan ninguna obligación parecida a la que han resuelto poner a los médicos; por ejemplo, la de hacer cursos que les permitan detectar su propia imbecilidad (por lo general, la condición más inadvertida por los que la padecen) antes de escribir o votar un proyecto de ley. Para hacer tonterías ellos son soberanos.

-Ω-




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