Do you speak Recoletish?


        

        Como casi todos los días a eso de las seis menos cuarto de la mañana, hoy me puse a pensar en cosas inútiles. Lo específico de la noticia no es el objeto de mi pensamiento (yo paso todo el día dedicado a irrelevancias), sino que haya ocurrido tan tarde.

        El paseo mental, esta vez, recorrió ciertos hábitos del habla porteña que me siguen maravillando después de más de cuarenta años de vivir en la Reina del Plata o, como hago ahora, en alguno de sus artificios suburbanos.

        Siempre me llamó la atención cuánta energía ponen los capitalinos de, por elegir cualquier sitio distinguido, la Recoleta en evitar el uso de ciertas palabras por miedo a que eso delate que ellos nacieron en alguna zona inconfesable. Por lo general reemplazan palabras unívocas por otras que tienen significados mucho más vagos: no admiten que alguien diga “esposa”, sino “mujer”; se espantan ante “rojo” y sólo aceptan “colorado”; se muerden la lengua antes de pronunciar “cena” en lugar de “comida” (al revés que en Madrid, donde denominan "comida" a lo que ellos ingieren en lo que llaman "mediodía", que es el lapso que transcurre entre las dos y media y las cuatro y media de la tarde). Me apunta mi hermano que rechazan "tela" y eligen "género" (más genérico, imposible). Bueno, “colorado” vaya y pase, pero la verdad es que uno come a toda hora, y una mujer es cualquiera que pase por la vereda, mientras que la esposa es una, o a lo sumo las cuatro que creo que autoriza como máximo el Corán. Eso para no detenerme en una de las contraseñas idiomáticas más estrafalarias de esta tribu, que funciona casi como la posición del pulgar del apretón de manos que hacen los masones para descubrir si están saludando a un hermano: llamar “vista” a una película (por suerte, la utilización de esta palabra se apaga al mismo ritmo con que van apareciendo cruces en el obituario del diario La Nación).

        Cuando yo era chico y hacía frío mi madre me ponía un pulóver. Pronunciar esa palabra en la Avenida Quintana o en las Lomas de San Isidro me mandaría al infierno de manera directa, para siempre y sin la escolta de Virgilio. Lo canónico en esos sitios es “suéter”, que esa gente jamás osaría deletrear así, pues escribe sweater aunque no entienda una jota de inglés. Me parece notable la naturalidad con que la señora Arrebelechea Connolly (solamente en la Argentina y en Chile hay gente que se enorgullece por llevar un apellido vasco -aclaro que mi abuela materna se llamaba Albayzeta- y que encima disfruta de combinarlo con otro irlandés) aconseja a su hija, que indefectiblemente se llamará Belén, Milagros o Pilar, que no salga a la calle sin una “sudadera” o un “transpirador”. Si supieran que están así confesando que ellos también transpiran se afligirían mucho.

-Ω-


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