Ficción insular (Law & Economics)



        Había aprendido en su tierra el oficio de panadero. Le parecía auspicioso llegar a una isla adonde no se conocían las medialunas.

        Ninguna ley escrita indicaba que un recién llegado debiera presentarse ante el señor Gobernador y obtener el visto bueno para su proyecto, pero por alguna razón todos lo habían hecho siempre, incluso con el padre y con el abuelo del señor Gobernador, que habían ocupado ese mismo cargo. Sólo una vez un zapatero remendón se había negado a cumplir con esa exigencia por considerarla denigrante y debió abandonar la isla luego de que su zapatería fuera clausurada diecinueve veces en un año por diversos motivos (la última vez, por no haber colgado a menos de un metro y dieciséis centímetros de distancia de la puerta de entrada un cartel que dijera con letra gótica azul sobre fondo amarillo Este comercio no discrimina entre clientes diestros y clientes zurdos). Aconsejado por los lugareños, el forastero debió entonces explicar a la autoridad por qué la introducción de las medialunas beneficiaría políticamente al partido gobernante. Se le ocurrió decir que aumentaría la felicidad de los isleños, que comenzarían el día con un rico desayuno, y que todos atribuirían al oficialismo el mérito de haber fomentado tan beneficiosa inversión.

        El panadero tenía pensado alquilar un terrenito alejado del centro de la capital para producir sus medialunas. El señor Gobernador, generosamente, le ofreció que se instalara en el patio de atrás del palacio de gobierno para reducir los fletes. Dijo que lo hacía porque el visitante le había caído simpático. El panadero puso allí su horno y su mesa de trabajo y comenzó de inmediato a vender su mercadería. Las primeras medialunas fueron repartidas en el entretiempo del partido final de béisbol de la copa Señor Gobernador, principal y casi única actividad deportiva de la isla.

        El señor Ministro de Economía, que pasaba todas las mañanas, café en mano, para degustar las primicias del horno con que era invitado, se mostró sorprendido de que el panadero no se hubiese acogido todavía al régimen de Promoción de Inversiones Solidarias (“PIS”), algo que le sugirió hacer de inmediato. Se trataba de una norma de 1964 que nadie recordaba, pero que permitía a quienes invertían en productos y servicios considerados innovadores por el Ministerio de Economía ahorrarse una buena cantidad de impuestos durante los primeros treinta años de operación siempre que tomaran empleados isleños. El señor Ministro le sugirió al panadero que pensara en su sobrina Carmela (en la sobrina del señor Ministro) y sus amigos, que no tenían la menor idea de panadería ni de ninguna otra cosa y pasaban todo el día en la playa pero que, gustosos, podían figurar como empleados por una módica suma mensual si con eso le hacían ese inestimable favor al panadero y, de refilón, al bien común y al progreso de nuestro pueblo, como dijo mientras se servía la cuarta medialuna.

        El otro panadero que existía en la isla se irritó un poco por el privilegio dado a un inesperado competidor que, encima, era extranjero, pero como su principal negocio era vender el pan para los comedores de las dependencias de la gobernación y para los sándwiches que repartían en la escuela pública de la isla, prefirió la discreción.

        Ambos panaderos optaron por ser razonables y, alrededor de una botella de ron en el único bar del pueblo, acordaron que ninguno se dedicaría a vender lo que producía el otro. Para blindar el acuerdo de la amenaza de que vinieran nuevos panaderos a la isla convencieron al señor Gobernador, que en ese momento estaba tomando su copetín de la tarde en la mesa contigua, de que sancionara el régimen de Panificación Isleña Sostenible (“PIS II”), que prohibió la fabricación de medialunas a quienes produjeran pan, y viceversa, y la instalación de cualquier comercio de panificación a menos de cinco kilómetros de distancia de otro, para una mejor planificación de la capacidad productiva del país. Dada la forma oblonga de la isla, esa distancia habría obligado a cualquiera que quisiera abrir una panadería a hacerlo en alguno de los dos extremos deshabitados del territorio adonde, además, no llegaban ningún camino ni el agua potable. En el fondo, se trataba de fomentar la solidaria colaboración entre colegas y no los efectos destructivos de la ambición desmedida. La ley PIS II fue firmada en el salón de actos de la gobernación y aplaudida ruidosamente por ambos panaderos (el de pan y el de medialunas) y por el representante de la única asociación de consumidores de la isla, cuyos gastos eran cubiertos por un subsidio que cada mes aprobaba el señor Gobernador.

        Seis meses más tarde, el por entonces próspero sector panadero tuvo que enfrentar un nuevo contratiempo. Supo que en la isla vecina alguien había comenzado a producir pan y medialunas, y todo más barato. Preocupado, nuestro emprendedor volvió a hablar con el panadero de pan, al que explicó que el enemigo externo era común y que ambos debían buscar una solución al problema pues estaba en juego el bienestar general de la isla. Fueron a ver al señor Gobernador, al que encontraron saboreando una medialuna importada (que en realidad le gustaba más que la local, a la que notaba mucho más insulsa y dura que en los tiempos inaugurales) y lo convencieron de que la amenaza externa dejaría sin trabajo a varios isleños; es decir, a Carmela y sus amigos de la playa, que sólo pasaban a cobrar. Al día siguiente el gobierno firmó la Ley de Producción Industrial Subvencionada (“PIS III”) que imponía un impuesto del 200% a la importación de ciertos bienes cuya producción nacional –existente o que se decidiera iniciar en el futuro- fuera considerada estratégica a criterio del señor Gobernador. En el decreto reglamentario de la PIS III fueron declarados estratégicos cuatro tipos de insumos esenciales: en la categoría de bienes cuya producción se fomentaría en el futuro, los aceleradores de partículas nucleares y las plataformas semisubmarinas de exploración petrolera; en la categoría de bienes existentes, las medialunas y el pan.

        Dado que, aun así, las medialunas foráneas no dejaban de maravillar a los isleños, y luego de otra discreta gestión de ambos panaderos, el gobierno dictó la Ley de Protección Integral de la Salud (“PIS IV”), que impuso la obligación de que toda carga de alimentos importados que llegara a puerto obtuviera, antes de su despacho a plaza, la aprobación del Departamento Bromatológico de la isla. Como en el país no había nadie que supiera algo de Química (el farmacéutico pertenecía al partido opositor) y la nueva dependencia no fue dotada de presupuesto, en el puerto se amontonaron productos de varios meses que se pusieron duros y nunca volvió a llegar otro cargamento.

        Los isleños, que no entendían por qué el panadero de medialunas había rebajado la calidad de la harina y ya no usaba mantequilla sino una mezcla de grasas irreconocibles y savia de palma, volvieron a su desayuno tradicional de plátano y papaya.

        Los estados vecinos, cuyos productos no podían ya ser exportados a la isla, comenzaron a reclamar viejas deudas contraídas por el señor Gobernador, su padre y su abuelo al tiempo que la farmacia, la tienda y la librería se quedaron sin mercadería, porque la isla no había tenido nunca laboratorios, industrias textiles ni editoriales.

        Acosado por las desastrosas finanzas del país, el señor Gobernador reclamó al panadero de medialunas la devolución del patio para poner allí un puesto de venta de souvenirs para los pocos turistas que continuaban visitando la isla y le reclamó alquileres retroactivos. También suprimió los sándwiches escolares, no así el pan para la gobernación.

        Ambos panaderos intentaron quejarse por la situación, pero no fueron recibidos siquiera por el otrora cooperativo señor Ministro de Economía. Frente a los rumores de que el gobierno se aprestaba a derogar las leyes PIS, PIS II, PIS III y PIS IV, fundaron una asociación empresaria cuya primera actividad fue organizar un congreso internacional sobre Solidez de las instituciones y seguridad jurídica, pilares del desarrollo.

        En la isla vecina, el zapatero recibió la invitación para actuar como orador en ese congreso. Debió pedir que le acomodaran de nuevo la mandíbula después de un acceso de risa que le duró dos días y sus noches. Como era un hombre piadoso, nada contestó.

-Ω-


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