Mire, doña Soledad...




Pienso que es muy saludable pasar tiempo solo. Es necesario aprender a estar solo y no ser definido por otra persona.

                        Oscar Wilde


        Mi sagaz y curioso amigo Pablo me pide opinión sobre las publicaciones de una señorita que llamaremos Carla (su verdadero nombre es otro, aunque empieza con la misma inicial). 

        Sucede que Carla instaló una consultora para ayudar a las personas a combatir la soledad y la ansiedad.

      Va lo que rescato de la iniciativa luego de haber estudiado un buen rato esos materiales: Carla me parece bonita. Lo que sigue es cotillón. No hace falta leerlo.

        1. En primer lugar, mis aplausos para Carla por haber creado la creativa compañía llamada C… (linda serie de aliteraciones me salió). Me encanta que alguien genere demanda de cualquier cosa y contribuya al producto bruto interno, al empleo, a la recaudación impositiva, que todo eso ocurre cuando se inducen nuevos hábitos de consumo. La única condición es que no haga promesas engañosas y nadie fuerce a consumir los nuevos servicios con alguna regulación tramposa.

        2. Nada más tonto, me parece, que distinguir entre lo necesario y lo superfluo, especialmente respecto de las elecciones del prójimo. Salvo algo de alimento y abrigo, lo que se dice necesario no hay nada. Durante la mayor parte de los trescientos mil años que lleva por acá, el homo sapiens ha vivido sin cocinas a gas, sin trenes, sin desodorante Rexona. Yo, por ejemplo, jamás he tenido un paraguas. Bienvenida entonces la consultora de Carla a la actividad moralmente más elevada del hombre para la generación del bienestar de la humanidad (del bienestar material, claro): imaginar bienes y servicios que nadie sabía que necesitaba ni quería porque desconocía su existencia. Eso no tiene nada que ver con la actitud del depravado que deja a sus hijos sin dentista porque prefiere pagar la cuota del club de golf, o del que debe dinero a todo el mundo y llama a sus acreedores con todo tipo de excusas desde Turks & Caicos, que he conocido los dos casos.

        3. Le deseo éxitos a Carla, porque me hace acordar a otros buenos ejemplos de cosas de utilidad por lo menos controvertible que la gente se procura sencillamente porque le gustan:

  • El otro día en el barrio porteño de Palermo vi una tienda que sólo vende velas. Parecían más bien ornamentales, y de esas que tiran perfumes exóticos, algo caras para usarlas cuando hay corte de luz.
  • Hace como veinte años pasó a mi lado una limusina para mascotas en ese manicomio a cielo abierto que es la la isla de Manhattan.
  • En un supermercado de Puerto Rico encontré “bolas de nieve” artificiales para poder arrojarlas durante las fiestas de fin de año.
  • Mi amigo Hugo me asegura que en Qatar vio a un “sommelier de primeras ediciones”, un tipo que guía a las persona que eligen el singular pasatiempo de oler libros viejos.
  • En la provincia argentina de Entre Ríos hay más de veinte centros donde la gente paga para tomar baños de agua termal como hacían los romanos hace dos mil años; sólo porque les causa placer, pues nadie ha descubierto ningún efecto de semejante actividad sobre la salud humana.
  • En Hollywood, Florida, pasé delante de un sitio adonde la gente va a tirar al blanco con hachas.
  • Algunas personas consultan sobre Derecho Societario al contador.
  • Mucha gente visita homeópatas.
  • Yo me dedico a leer las curiosidades que me manda Pablo.

        4. Personalmente, intuyo que para combatir la ansiedad sirven la Filosofía, en algunos casos la psicoterapia y casi siempre el Clonazepam, en orden creciente de buena relación entre la inversión y su efectividad. Creo haber oído que también el electroshock da sus resultados en casos extremos, pero no podría asegurarlo porque eso todavía no me lo han indicado.

        5. Por cierto, la soledad también es un problema. Pero, de nuevo, se me hace que para mitigarla hay inventos bastante efectivos y baratos, además de los servicios de Carla:

  • El noble oficio de la prostitución, que jamás consumí pero que respeto mucho. Me encantaría ser amigo de una profesional de eso, pero no conozco ninguna. Me refiero al ejercicio serio y honesto de ese menester, no a las esposas cornudas o maltratadas que siguen viviendo con la bestia para no quedarse sin los viajes, la casa de Punta del Este y los autos lujosos (esas, si lo permiten, lo merecen).
  • Los bancos de plaza. Yo he entablado conversaciones muy entretenidas en la de Pacheco.
  • Protagonizar un choque automovilístico. El que me rompió el Fit el otro día me dijo “yo a usted lo conozco, compra en la pescadería ‘Puerto Argentino', yo trabajo ahí”.Hablamos un buen rato sobre lo rica que es la chernia mientras hacíamos fotos de chapas y vidrios rotos, de documentos personales y de pólizas. Cuando lo vea en la pescadería ya tendremos un episodio en común para evocar.
  • Si uno está estudiando italiano en Milán, ir a almorzar por nueve euros a la cantina del club de bochas Circolo Bocciofila Cacialanza de Vía Padova 91 y entablar conversación con tres señores muy mayores que están ahí un miércoles al mediodía ociosos (en realidad, todo lo contrario, están acometiendo una tarea colosal: disfrutar del milagro de la vida hasta su último segundo y compartir con amigos su sabiduría, que no es poco), y acordar con ellos otro encuentro para practicar el idioma. Hice eso en junio de 2017.
  • Ir al supermercado en Francia. Mi amiga Mariana, que vive en Lyon, me dice que en ciertos comercios de su país una de las cajas está habilitada como blabla caisse, que quiere decir que permite a los clientes conversar un rato con un cajero, no uno automático sino humano. Me dirán que se trata de uno al que le pagan para simular interés por el dolor de cintura de un desconocido, que eso es hipocresía asalariada por un ratito. Sí, claro, para tener amigos hay que haberlos trabajado muchos años, no se los puede preparar en el horno a microondas. Lo del cajero parlanchín es un analgésico, no el antibiótico que mata la bacteria.
  • Si Francia le queda lejos a uno, otra alternativa es vivir en un pueblo. Tres o cuatro veces por día mi madre hace alguna compra, va al banco o reclama algo a su proveedor de Internet y en cada oportunidad habla unos minutos con el mercader que la atiende, que usualmente es nieto de alguien que ella conoce y que le pregunta “Esther, ¿cómo andan tus nietos, que hace tanto tiempo que no los veo?”. Ella le cuenta algo de mis hijos y sobrinos (de mí no lleva ninguna foto, ni me menciona), y el día ya le pinta de otra manera.
        6.    Me dirán que todos esos remedios son superficiales, pasajeros, que no tienen nada que ver con la verdadera compañía humana. Puede ser. Por eso no incluí el más efectivo de todos, que es cultivar la amistad al modo argentino, probablemente lo mejor que tenemos en este sitio malhadado. Eso lleva una inversión en tiempo y en capacidad de escucha que no todo el mundo está dispuesto a hacer, y que algunos que se decidieron a hacerla sencillamente han llegado tarde. Ya no les queda hilo en el carretel. Sólo tienen disponible a otro desgraciado que también fue a tirar hachas, o a hablar con un cajero el tiempo que les insume pagar un pedazo de queso reblochon que seguramente no comerán.

                Pero, de todos modos, bien lo de Carla.

-Ω-


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