Santo orgullo nacional

        Me ha pasado varias veces que algún español, o latinoamericano, que había bebido demasiado se sintió con la confianza suficiente como para contarme uno de los tantos chistes que hacen sobre la arrogancia de los argentinos.

        Cuando eligieron papa a Bergoglio, un español me dijo que los cardenales debieron convencerlo de adoptar el nombre pontificio “Francisco I” porque él había elegido “Jesús II”. Y otra vez un venezolano me dijo "los argentinos se paran en la punta del Cerro Ávila para saber cómo se ve Caracas sin ellos”. 

         Toda esa gente no entiende que no se trata de que seamos narcisistas: venimos sufriendo tanto nuestra decadencia que aprovechamos de manera algo desproporcionada cualquier oportunidad que se nos presenta para estar aunque sea un poquitín satisfechos con nosotros mismos, da igual cuál sea la causa. Lo nuestro no es un defecto, sino un mecanismo de defensa. 

        Pero, aunque duela, hay que reconocer que a veces les damos pasto a las fieras.

        Por eso no me sorprenden las manifestaciones de orgullo patriótico que aparecieron con motivo de la canonización de la religosa Mama Antula, a quien yo no tenía ni siquiera como figurante en el elenco celestial. La resolución de un expediente en Roma nos acaba de brindar una santa que había mantenido un perfil bajísimo durante tres siglos (yo también busqué en Google Maps la localidad de Silípica: queda en Santiago del Estero y hoy tiene noventa y ocho habitantes). La festejamos como hacen los rosarinos de izquierdas por el hecho de que en su ciudad haya nacido, aunque bastante de casualidad, el Che Guevara. Lo de Mama Antula nos vino muy bien como jalón cuando comenzaba ya a evaporarse el recuerdo de la final de fútbol que jugamos en Qatar (que, dicho sea de paso, ganamos porque fuimos indiscutiblemente los mejores).

        Los milagros que confirman con más fuerza la santidad de la religiosa no ocurrieron antes de su canonización, sino después. Ella logró que se encontraran el Papa y Milei, y evitó que Bergoglio le pusiera  a un argentino que no fuera peronista una "cara de cuatro letras", como decía mi abuela.

        Leo en una carta enviada a un diario por alguien que escribe con la redacción propia del discurso de la señorita vicedirectora “en el silencio del amanecer, imaginé escuchar un canto, que agradecía a Dios por el bendito don que hacía a nuestra patria al regalarnos a esta maravillosa mujer santa”. 

        ¿A qué patria se la habrán regalado? 

        Mama Antula nació en 1730, cuando la Argentina no existía, y cuando el territorio conocido como Santiago del Estero pertenecía al Virreinato del Perú y éste, naturalmente, al Imperio Español. Decir que la santa era argentina equivale a llamar “turco” a un plafagonio, “gallego” a un celta o “romano” a un etrusco; o peor, “italiano” a uno que hablaba alemán y nació en Bolzano (disculpe, don Hans, he querido decir Bozen) cuando esa ciudad pertenecía a Austria. De modo que las posibilidades son dos: Mama Antula era más española que el jamón ibérico de Extremadura (a lo sumo, como la tortilla de patatas, que se hace con algún ingrediente americano), o, a lo sumo, peruana. Los únicos que podrían reivindicar acaso a la santa serían los santiagueños, pero no un correntino o un porteño.

        Cuidado, porque se nos pueden abrir frentes complicados. Supongamos que es un solo frente, el peruano, porque a los secularizados españoles fichar santos les interesa un pimiento y alardear con un pasado colonial ahora no está bien visto. En cambio, en la pía Lima ya están medio encabronados. Hay allí quien sospecha que nosotros estamos preparando una de nuestras acciones disparatadas para apropiarnos de alguna de las cosas maravillosas que ha dado el Perú. No sé, la ciudad de Cusco, la novela Un mundo para Julius de Bryce Etchenique, la comida que sirven en el restaurante Central de Miraflores, la célebre pregunta de Zavalita en la primera página de Conversación en la catedral, ese refinamiento que logran con cuatro ingredientes y llaman cebiche, los caballos que bailan con un paso raro, el pisco de uva quebranta, los valses de Chabuca, e via dicendo. Algunos peruanos ven en la apropiación de la santa nada más que un primer paso y ya están armando las defensas. Es un asunto que nuestra diplomacia debe tomar a tiempo.

-Ω-


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