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Mostrando entradas de marzo, 2024

Trabajar con abogados: lo que hay que tener en cuenta

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          Si a usted le toca en suerte (por llamarlo de alguna manera) participar de algún grupo que esté integrado por abogados y deba hacer cualquier cosa, se trate de menesteres laborales, culturales, académicos, filantrópicos, de hacer funcionar la comisión directiva de un club o de organizar una milonga al aire libre, le convendrá tener en cuenta algunas características de estas criaturas tan especiales. Si las conoce más, ahorrará tiempo, disgustos y mejorará la calidad de su digestión.           Las notas que repaso también me describen a mí, por supuesto, pero algunos años de vida corporativa rodeado de ingenieros, gente razonable y muy entrenada en hacer más eficientes los procesos, es capaz de poner en alerta sobre sus propios problemas hasta a un abogado y estimularlo a organizar las defensas contra sí mismo (después de todo, también mi gordura es en buena medida genética, pero por lo menos intento darle batalla).           Como sabemos, el entrenamiento profesional en las e

Peluqueros

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          Veo en el diario que un peluquero mató a otro en la calle Beruti.           Lo que voy a contar no incluye nada inventado ni exagerado.           Probablemente un profesor adjunto de Derecho Penal, Parte Especial, haya sido el peor docente que tuve en la facultad. Mis compañeros coinciden en la calificación. Por piedad lo llamaré “doctor X”.           El doctor X era defensor oficial ante los tribunales de Mercedes.           Tenía una obsesión con el delito de homicidio en estado de emoción violenta, del que habló exactamente durante todo el año y al que siempre calificaba como “un tópico [ sic ] apasionante del Derecho Penal”. En un manual horrible que había escrito con el titular de la cátedra ese capítulo comenzaba, precisamente, con la frase: “el homicidio en estado de emoción violenta constituye un tópico apasionante del Derecho Penal”           Cada vez que mencionaba el homicidio emocional (lo hacía siempre, aunque estuviera enseñando la estafa, o la falsificación de

El nombre de la dama

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          Nunca he sido bueno a la hora de administrar los nombres de mujer. Debo de haber heredado esa dificultad de mi padre, que a una amiga nuestra que se llama Sabina toda la vida la llamó “Fátima”.           Una vez creí seguir las instrucciones de una notita que me había dejado mi asistente y devolví un llamado de Madrid. Pedí por “el señor Camilo Álvarez”. Del otro lado alguien me dijo “hola, Marcelo, te he llamado yo, es que mi nombre es Camino y soy mujer”. Con el asunto de las advocaciones de la Virgen, en España hay damas que se llaman Camino, Martirio o Puerto (bueno, acá tenemos a Rosario, o a Rocío, que también son sustantivos masculinos). Supongo que existirá una Nuestra Señora del Camino, acaso patrona de los peregrinos, de los viajantes de comercio o de los trabajadores de Austral Construcciones.           Una vez descubrí que mi cónyuge legalmente era un varón, a pesar de haber tenido yo tres hijos con ella (o con él). Eso dice el certificado de nacimiento que hicier

¿Cómo dice?

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          No solemos valorar suficientemente el servicio que nos prestan las palabras. Bueno, sí lo hacen los que leen a Lacan, pero ese esfuerzo termina siendo en vano porque nadie hasta ahora ha logrado comprender a Lacan (que debe de haber escrito sus libros en broma, solamente para que muchas personas desperdicien sus vidas en el intento).           Por trillado que resulte citarlo, tenía razón el finado Orwell en que el idioma y las ideas se corrompen recíprocamente. Pero a veces las palabras también prestan servicios muy apreciables. Inspiran.           Veamos ejemplos de las dos situaciones.           El idioma argentino me parece lindísimo, no así nuestra pronunciación (me quedo con la belleza de la colombiana). Ha sido embellecido por la ensalada étnica que somos, que nos inspiró algunos despropósitos que terminaron siendo maravillas, como la “milanesa a la napolitana” o el “Polaco Goyeneche”. Apuesto a que los veinteañeros ignoran que tujes,  popularizado por el colosal Tato