¿Cómo dice?

        No solemos valorar suficientemente el servicio que nos prestan las palabras. Bueno, sí lo hacen los que leen a Lacan, pero ese esfuerzo termina siendo en vano porque nadie hasta ahora ha logrado comprender a Lacan (que debe de haber escrito sus libros en broma, solamente para que muchas personas desperdicien sus vidas en el intento).

        Por trillado que resulte citarlo, tenía razón el finado Orwell en que el idioma y las ideas se corrompen recíprocamente. Pero a veces las palabras también prestan servicios muy apreciables. Inspiran.

        Veamos ejemplos de las dos situaciones.

        El idioma argentino me parece lindísimo, no así nuestra pronunciación (me quedo con la belleza de la colombiana). Ha sido embellecido por la ensalada étnica que somos, que nos inspiró algunos despropósitos que terminaron siendo maravillas, como la “milanesa a la napolitana” o el “Polaco Goyeneche”. Apuesto a que los veinteañeros ignoran que tujes, popularizado por el colosal Tato Bores, significa trasero en idish.  En otros aspectos hemos permanecido incluso más fieles al canon lingüístico que nuestra Madre Patria. Por ejemplo, al persistir -al igual que han hecho en ciertos lugares de Colombia, Venezuela y Centroamérica- en el uso del mucho más formal y castizo “vos” y no del confianzudo neologismo “tú”.

        A pesar de esa ventaja, supongamos que oímos decir a un docente (a mí me ha pasado) que durante los primeros días de clase se ocupará de “intensificar los contenidos para acompañar a los alumnos en sus trayectorias” y no que va a hacer un repaso. Ya sabemos que se trata de un depravado al que un juez de familia ordenaría internar de inmediato y al que no hay que confiarle nuestros pibes. La misma precaución hay que tener con el abogado que escribe en una demanda que “mi mandante fue embestido delante del establecimiento dedicado a la elaboración de productos de panificación situado en las inmediaciones de su domicilio” en lugar de “al señor García lo chocaron frente a la panadería de su barrio”. Seguramente es un abogado que está pasando por un mal momento de salud debido al abuso de alguna sustancia, que de esos hay muchos en ese oficio tan pintoresco.

        Pero también ocurre el otro fenómeno, la palabra como llave para encontrarle la vuelta a un problema.

        Cualquiera que haya hecho un trámite en alguno de los consulados de Italia que hay en la Argentina recuerda eso como una pesadilla, por decir lo menos. La oficina que me corresponde a mí queda en San Isidro y cada vez que paso por la puerta agradezco ir desarmado, porque el deseo de dispararle es incontenible.

        Fieles representantes de un pueblo de artistas, las autoridades consulares han hecho, me parece, una creativa sinapsis para mejorar la calidad de atención de sus ciudadanos. Como conseguir un turno en Internet para lo que sea es una proeza y hay mucha gente que, literalmente, se muere sin haberlo logrado, informaron que durante algunos momentos del día, del todo imprevisibles, su sistema informático olvidará toda lógica y toda prelación y otorgará turnos de manera azarosa, aleatoria; in modo casuale, dijeron. Como las dos acepciones de nuestra entrañable palabra “quilombo” coinciden exactamente con las que tiene en italiano la voz casino, que son burdel y desorden (en Italia el lugar donde se juega a la ruleta se llama casinò, palabra aguda importada del francés), algún empleado argentino del consulado seguramente acentuó mal al describir la situación de su oficina y eso inspiró al señor cónsul a agregar a ese casino, precisamente, un casinò. El sistema no es ahora más eficiente, pero sí algo más entretenido.

-Ω-


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