El nombre de la dama



        Nunca he sido bueno a la hora de administrar los nombres de mujer. Debo de haber heredado esa dificultad de mi padre, que a una amiga nuestra que se llama Sabina toda la vida la llamó “Fátima”.

        Una vez creí seguir las instrucciones de una notita que me había dejado mi asistente y devolví un llamado de Madrid. Pedí por “el señor Camilo Álvarez”. Del otro lado alguien me dijo “hola, Marcelo, te he llamado yo, es que mi nombre es Camino y soy mujer”. Con el asunto de las advocaciones de la Virgen, en España hay damas que se llaman Camino, Martirio o Puerto (bueno, acá tenemos a Rosario, o a Rocío, que también son sustantivos masculinos). Supongo que existirá una Nuestra Señora del Camino, acaso patrona de los peregrinos, de los viajantes de comercio o de los trabajadores de Austral Construcciones.

        Una vez descubrí que mi cónyuge legalmente era un varón, a pesar de haber tenido yo tres hijos con ella (o con él). Eso dice el certificado de nacimiento que hicieron en Caracas. Todo porque el funcionario se mareó entre José María y María José, los nombres del padre y de la criatura, ambos hermafroditas (los nombres, no ellos hasta donde sé). El de la oficina no se habrá sorprendido por esa heterodoxia, porque Venezuela es una fiesta de originalidad en la creación de nombres de mujer. Está lleno de damas llamadas Mariluis, Yuleisy, Tibisay. También, Coromoto, otra advocación mariana, pero una de bellísima sonoridad caribeña, sobre todo en el diminutivo “Coromotico”. Y están las celebérrimas Usnavy, por la inscripción que alguien vio en un barco de guerra norteamericano. La novia venezolana de mi amigo Franco se llama Adnaloy, que corresponde a “Yolanda” escrito al revés.

        En Paraguay también tienen sus originalidades. Un día el de seguridad me dijo “Marcelo, llegó una carta para una tal señora Héctar Romero. Supongo que es tu empleada, porque no creo que haya dos con ese nombre en este barrio”. Ella me dijo que tampoco en su tierra había conocido a otra Héctar y me contó la previsible aunque penosa historia de alguien que ansiaba un varón.

    Desde la semana pasada trabaja con nosotros una señora paraguaya que se llama Gasparina. Siguen las distintas maneras en que la he nombrado en las pocas conversaciones que tuve hasta ahora con ella:

1. Travertina

2. Serpentina

3. Hepatalgina

4. Parafina

5. Vespertina

6. Transalpina

7. Bizantina

8. Capsaisina (N. del E. Lo que hace picar a los chiles mexicanos o a nuestro putaparió. La “escala de Scoville” mide la cantidad de veces que el producto debe diluirse para que deje de picar: el chile jalapeño mide 8000, el habanero 100.000 y el morrón de la verdulería de la vuelta de mi casa, 0)

9. Serotonina

10. Hemoglobina

11. Purpurina

12. Casuarina

13. Dopamina

14. Tunecina

15. Mandarina

16. Creolina

17. Naftalina

18. Moralina

19. Tramontina

20. Severina

21. Taormina

22. Momposina (N. del E. Natural de la región de Mompós, Colombia, patrimonio de la Humanidad y cuna de la cantante “Totó La Momposina” que todos conocemos).

23. Argelina

24. Coramina

25. Carabina

        La nomenclatura paraguaya nos podrá sonar pintoresca, pero no tiene nada de irracional. La señora Gasparina, veo a la hora de inscribirla en los registros impositivos y previsionales, nació el Día de Reyes (a propósito, y para no perder el hilo, Reyes en España también es un nombre de mujer).

-Ω-


Comentarios

Entradas populares de este blog

Huracán vs. Belgrano de Córdoba. La crónica.

Día de la Tradición

Che, ocupate un poco más de tu vecino