Trabajar con abogados: lo que hay que tener en cuenta



        Si a usted le toca en suerte (por llamarlo de alguna manera) participar de algún grupo que esté integrado por abogados y deba hacer cualquier cosa, se trate de menesteres laborales, culturales, académicos, filantrópicos, de hacer funcionar la comisión directiva de un club o de organizar una milonga al aire libre, le convendrá tener en cuenta algunas características de estas criaturas tan especiales. Si las conoce más, ahorrará tiempo, disgustos y mejorará la calidad de su digestión.

        Las notas que repaso también me describen a mí, por supuesto, pero algunos años de vida corporativa rodeado de ingenieros, gente razonable y muy entrenada en hacer más eficientes los procesos, es capaz de poner en alerta sobre sus propios problemas hasta a un abogado y estimularlo a organizar las defensas contra sí mismo (después de todo, también mi gordura es en buena medida genética, pero por lo menos intento darle batalla).

        Como sabemos, el entrenamiento profesional en las escuelas de Derecho es insignificante, cuando hay alguno. Los formadores de abogados presumen que los futuros graduados trabajarán solos en su estudio jurídico atendiendo clientes que, también, serán individuos, que sólo se ocuparán de llevar pleitos, actividad que los docentes imaginan que consiste en redactar escritos en soledad para presentarlos un minuto antes del vencimiento del respectivo plazo procesal, y en frecuentar de vez en cuando los tribunales para asistir a una audiencia.

        Los graduados tienen mucha dificultad para superar esos paradigmas, aunque sean socios de una firma que ocupa varios pisos y emplea a centenares de personas. Lo mismo les pasa a los secretarios de los juzgados, que salieron de la misma fábrica: a pesar de que pasan la mayor parte de su acotada jornada de trabajo en tareas gerenciales, para designarlos les tomaron un examen para ver si conocían el alcance del principio de especialidad de la hipoteca. No hay efecto sin causa.

        Los profesionales del Derecho no han podido superar la concepción del management anterior a Peter Drucker (un austríaco que apareció ya hace tiempo, a mediados del siglo veinte) y se han quedado en el modelo que rigió durante siglos, que copiaron de la Iglesia Católica y de las fuerzas armadas, únicas instituciones que habían inventado algo al respecto hasta entonces. Presentan una enorme dificultad para las relaciones simétricas: sólo mandan u obedecen, con una marcada vocación de hacer lo primero (lo ejercitan muy bien con unos robots que llaman juniors, que contratan por kilo). Por eso, también, cada abogado es un cuentapropista impermeable a lo que hace, sabe y aprendió el que trabaja en la oficina de al lado. Por lo mismo que cada juzgado opera como un buque de guerra, sin compartir nada: tiene su propio capitán, pero también su propio cafetero, atributos que tendrían algún sentido si los juzgados navegaran marcharan, algo que todavía no hacen (pensándolo bien, no estaría mal que se desplazaran hacia donde más los necesitan en cada momento, pero creo que eso todavía no sucede). 

        Lo primero que se advierte en estas personas es una pasión incontrolable por comunicarse por escrito y generar cadenas interminables de preguntas, respuestas, réplicas y dúplicas sin que pueda saberse nunca qué cosa es contestación de cuál, si los comentarios son sobre un texto original o sobre los comentarios de otro (“metacomentarios”), si el grupo ha alcanzado un acuerdo o no, qué debe hacerse y a cargo de quién estará un minuto después. Más que gestionar temas forman expedientes. Detestan la vieja herramienta de la conversación breve y del resumen de lo decidido. Esa atracción por la escritura, lo sepan o no los letrados (¿los llamarán así por eso?) proviene de la costumbre de seguir la perversión judicial de conferir siempre un “traslado” más y así postergar hasta el infinito la necesidad de ponerse a estudiar y a resolver algo, y que llegue la una y media de la tarde, o la feria.

        Otra característica del grupo analizado es confundir una respuesta vacía de contenido con tarea ejecutada. El abogado cree que su obligación es contestar todo, incluso lo que no hay necesidad ni conveniencia de contestar. Se trata de un reflejo pavloviano muy estudiado por los neurólogos. Con eso, cree que trabajó. “Presentó un escrito” antes del vencimiento.

        Así y todo, es raro ver a un abogado que, frente a un texto, conteste “OK” sin hacer comentarios o proponer agregados (casi nunca supresiones, porque a los escritos prefiere pesarlos, no leerlos). Temen que los demás sospechen en ellos superficialidad.

        Para los abogados, haber hablado algo es sinónimo de haberlo resuelto. “Ya lo hablamos”, suelen decir sobre un asunto que volverá a ser planteado durante la siguiente reunión como si fuera la primera vez. Es cierto que lo han hablado, pero como se habla en un ascensor del tiempo, sin ninguna posibilidad de influir en lo que vaya a ocurrir afuera.

        Como siempre esperan del otro alguna “resolución”, como les pasa en los tribunales, cuando no reciben contestación se ocupan de duplicar las vías. Por ejemplo, envían un mensaje de WhatsApp que dice más o menos lo siguiente: “ahí te mandé un email en el que te digo que se murió el gato”. Contestarles que uno revisa su correo electrónico con regularidad porque se trata de una herramienta de trabajo, y que ya ha visto su mensaje, parece un poco descortés. Hay que agradecerles.

        Conviene prestar mucha atención al uso que hace un abogado de los verbos. Los tiempos y modos verbales permiten anticipar sus movimientos (o la actitud exactamente opuesta al movimiento):

  • Adoran los potenciales. Despachan a menudo una consulta específica con un “deberíamos” hacer tal cosa, o un “sería bueno” hacer tal otra. El potencial en realidad busca que algún otro diga que tomará esa tarea. Pero como nadie responde a ese estímulo, el grupo no consigue absolutamente ningún avance.  
  • El uso del infinitivo “empezar” denota que existen muy bajas probabilidades de que el sujeto ejecute la acción que el grupo necesita. Dice, por ejemplo, “esta semana voy a empezar a redactar el proyecto de [lo que sea]”. Los psicólogos explican que la autopromesa “mañana voy a empezar a ordenar el placar” es en realidad una manera de oponer resistencia a la necesidad de ordenar un placar (sí es probable que lo ordenemos de un tirón cuando decimos “mañana voy a ordenar el placar”). 
  • Si, consultado sobre el estado de una gestión, la respuesta del abogado viene con un gerundio (“lo estoy viendo”), entonces podemos tener la certeza de que nosotros jamás veremos un resultado. Como ningún juez le ha puesto un plazo para nada, el abogado no entiende por qué debería moverse.

-Ω-


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