Tangos o mangos, that's the question

        


        Ayer tuvimos una experiencia bastante fuerte. Debimos volver a casa en un Uber desde el mismísimo Obelisco. Las circunstancias no podían ser más adversas: no sólo era viernes por la tarde, sino que ahí se había muerto un trabajador al caerse en un pozo mal tapado y los bomberos habían cortado casi todas las calles.

  No nos llamó la atención que el conductor fuera venezolano, algo frecuente aquí (al fin y al cabo, ha emigrado nada menos que la cuarta parte de la población de ese país). Pero sí la calidad de su vestimenta y la exquisitez de su vocabulario. Como cada vez que María José encuentra alguien que nació en el mismo país que ella le pregunta si le puede dar un abrazo y se pone a preguntarle por su familia, la conversación nos permitió saber que hacía seis años que el hombre estaba en la Argentina, adonde había emigrado cuando su mujer estaba embarazada del cuarto niño, al que conoció cuando tenía nueve meses el día que fue a buscar a su familia al aeropuerto. Nos contó que era abogado, como lo había sido su padre, que estaba ilusionado con un emprendimiento para distribuir insumos médicos, que había estudiado dos semanas en la UBA (le habían dicho que sólo debía aprobar once materias para revalidar su título obtenido en Aragua), pero que lo había vencido el cansancio: llegaba a su casa pasada la medianoche. También, que había elegido la Argentina porque, dijo, es un país con buena educación y buen servicio médico, y hospitalario con los extranjeros. Nos dijo también que su mujer, especialista en nutrición, está lanzando unos cursos en Instagram, donde ya tiene sesenta mil seguidores, y que mientras tanto vende arepas y tequeños a sus vecinos del suburbio bonaerense de San Miguel, a casi una hora del centro porteño. Estaba exultante por haber recibido esa mañana una oferta de trabajo en una empresa de Córdoba dedicada también a los insumos médicos. No la había buscado: de casualidad llevó al aeropuerto a la responsable de Recursos Humanos de esa compañía, que se interesó por su perfil. De su paso por la universidad argentina no destacó la frustración de que su cuerpo no hubiera podido aguantar ese tremendo esfuerzo. Al revés, dijo “quedé maravillado con el nivel de la UBA, tuve un par de profesores extraordinarios, en especial recuerdo uno de Derecho Constitucional, fue una experiencia preciosa”. Disfrutó de "la maravilla" quince días.

Todo en él era entusiasmo. Y todo lo decía mientras manejaba un Uber en medio del atasco de viernes de la Autopista Panamericana.

Alguna vez supe de una multinacional donde jamás podían en la Argentina ni siquiera acercarse a las mediciones que obtenían sus compañeros colombianos, venezolanos o panameños en las encuestas de “clima laboral”. Les preguntaban qué habían hecho para eso y tomaban acá y en Uruguay las mismas medidas… sin ningún resultado. Alguien sentenció “es inútil, no se puede contra el efecto tango”.

-Ω-

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