Apicalipsis


       

        No me está yendo bien en mi campaña para convencer a los que me rodean de que a los seres vivos irracionales (del tipo que sean, cucarachas, rosales, peronistas) lo que hay que hacer es someterlos. Intento predicar que nosotros tenemos que ser sus amos, no al revés. Que se trata un duelo entre el hombre y la naturaleza en el que solamente uno de los dos saldrá vivo, como en los toros. Si mi interlocutor responde a la tradición cultural judeocristiana intento entrarle con eso del Génesis sobre la necesidad de someter a la creación y tal, pero fracaso: enseguida aparecen Greenpeace, Greta Thurnberg o mi hija.

        Hace dos días descubrí que a centímetros de donde duermo, del otro lado de la ventana, se había formado una comunidad de lo que parecen ser abejas. Bichos repugnantes si los hay. Como si no les alcanzara con picar humanos, producen algo pegajoso que causa alergias y levanta el nivel de la glucosa en sangre, que yo lo tengo en niveles peligrosamente cercanos al límite que mi médica dice tolerar. Todo parece indicar que estas se concentran debajo de un alero o de unas tejas, lo que demuestra que tienen la conciencia sucia. Los sujetos de bien no se esconden. Tienen viviendas, no guaridas.

        Cuando me disponía a comprar Gamexane para dispararles (¿seguirá existiendo ese producto?) o alguna otra cosa que las aniquilara de inmediato como graciadió acaba de hacer Israel con el jefe de Hamás, se interpuso mi hija para indicarme que la única forma admisible de librarme de esos seres era llamar a alguna organización especializada que las rescatara. Atención al verbo: ¿quién las había secuestrado, yo? Entendí que ella proponía que alguien les permitiera retirarse vivas a cambio de nada; digamos, que les tramitara un salvoconducto. Dio un fundamento que, según creí entender, se relacionaba con que las abejas estarían en peligro de extinción, y no contenta con poner a mi cargo semejante responsabilidad alteró del todo la realidad convirtiéndome de víctima en potencial victimario y pretendiendo que me sometiera a todo tipo de restricciones en beneficio del agresor. Lo mismo le piden a Israel que haga con los que se proponen borrarlo del mapa (por algo la hiposuficiente de la Greta esa ya marchó a favor de los terroristas).

        En medio de un ataque de pánico porque veía cómo aumentaba la presencia de abejas del otro lado del vidrio (los ocupantes ilegales siempre hacen eso: llaman a amigos y parientes para que el desalojo sea más difícil), sumado a la claustrofobia por la imposibilidad de abrir mi ventana, le oculté a mi hija mi alegría por la noticia de la posibilidad de que esas criaturas efectivamente desaparecieran del planeta. Para calmar su angustia le dije que tenía entendido que la Argentina era un importante exportador de miel, y que yo no conocía ninguna especie animal que fuera objeto de cría bajo el régimen de la propiedad privada que estuviera en peligro de extinción. Lo que se extingue es lo que no tiene dueño. ¿Las abejas pertenecen a los productores de miel o son seres nómades que carecen de dueño (res nullius, como dicen los abogados)? En este segundo caso, sí podría haber un peligro de extinción, porque se presentaría lo que los economistas llaman “la tragedia de los comunes”, el problema de que nadie cuida lo ajeno, o lo común, como hace con sus cosas (lo planteó el finado Aristóteles, a pesar de que no había visto el baño de un avión de Aerolíneas Argentinas luego de un par de horas de vuelo).

        A ella no le pareció útil detenerse siquiera a analizar el planteo que yo había hecho del tema. Pero tampoco me dio ningún teléfono para llamar a alguna fundación de rescatistas de abejas, que supongo debe ser uno de los tantos negocios turbios de gente que recibe subsidios estatales.

        Sin que nadie de mi familia lo supiera, llamé al señor Javier, el que fumiga en mi barrio, uno vestido como de astronauta que cobra por arrojar algo inverificable que al parecer disminuye la cantidad de mosquitos que hay en todas las casas, menos en la mía. A juzgar por los resultados, yo creo que en realidad arroja alimento balanceado para mosquitos, que los atrae para generar su propia demanda como un dentista que regalara caramelos, o como ciertos abogados que a propósito escriben mal los contratos para provocar pleitos,

        Cuando el hombre, luego de analizar las características de la invasión, me dijo “probablemente tengamos que sacrificarlas” le pedí que por favor eliminara el plural, que si se sentía más cómodo me adjudicara a mí la condición de verdugo, y que mientras no me cobrara para organizar un funeral de abejas estaría todo bien. 

        Entendí que el mundo está irremediablemente perdido y que le queda poco, y me serví una copa de tequila que disfruté mucho pensando que bien podría ser la última.

-Ω-


Comentarios

  1. Parece mentira que quien escriba esto sea.mi hermano. Por suerte me queda una sobrina.

    ResponderEliminar

Publicar un comentario

Entradas populares de este blog

Linkedin, segundo tiempo (por ahora van “Paja 3 - Trigo 1”)

Huracán vs. Belgrano de Córdoba. La crónica.

Volumetrías