La universidad según el Partido Obrero
Algunos dirán que es un poco tarde, pero yo estoy contento por haber aprendido a aprovechar mejor el tiempo. Antes me dedicaba prioritariamente a tareas productivas; hoy cuanto menos útil es una actividad más tiempo le dedico. No digo que mi vida sea hoy un parque temático, que sus tribulaciones tiene, pero desde que no reprimo la curiosidad hago mejor la digestión. Además, los que me rodean dicen que estoy un poquito menos cascarrabias.
Aprovechando que había sol y que necesito levantar mi nivel de Vitamina D, el lunes 7 de octubre de 2024 me detuve a conversar con un señor del Partido Obrero que repartía un material sobre la decisión del presidente Milei de vetar una ley sobre el presupuesto de las universidades. No tengo la más neblinosa idea sobre ese asunto que, según mucha gente, enfrentaría a los defensores de la educación pública con un gobierno que quiere destruirla.
Debo reconocer que el diálogo fue muy amable y respetuoso. Justamente porque no sirvió para nada lo disfruté durante bastante tiempo.
El hombre empezó a hablar de la función “inclusiva” que la universidad tendría a través del ingreso irrestricto, lo que a su vez justificaría la necesidad de enviarle mucho dinero. ¿Si los recursos no son infinitos y pueden ingresar todos los que quieran -le pregunté-, cuánto habría que mandarle a cada una para no impedir que funcionaran las demás? Le dije que me parecía que nuestro sistema no es muy inclusivo que digamos, ya que dos tercios de los estudiantes de la UBA provienen de la educación paga, lo que significa no solamente que los pobres no llegan por motivos ajenos al diseño universitario, sino que que esos pobres subsidian a los más ricos. Como explicó un Nobel de Economía, algunas actividades son pagadas por los que no las consumen. Me contestó que eso hay que entenderlo “desde la lógica socialista”, que al parecer no es la aristotélica, sino alguna otra, y echó la culpa al capitalismo. No entendí cómo eso se enganchaba con un sistema en el cual es el estado el que dice a qué escuela debe ir un chico según dónde viva, donde la mitad de los que egresan del secundario (que es a su vez bastante menos de los ingresan) no entiende un texto de mediana complejidad y las universidades ya están llenas de gente semialfabetizada que no tiene ningún estímulo económico para acelerar sus carreras. Todo lo contrario de lo que suele ocurrir cuando rigen los principios, sean buenos o malos, que defienden los capitalistas.
Luego le conté que en 2012 había leído un cálculo de un centro de investigaciones que dirigía Alieto Guadagni sobre el costo anual de cada estudiante de las universidades nacionales. Era una simple división de los presupuestos de todas las universidades por la cantidad de alumnos. No consideraba el costo de oportunidad de ocupar inmuebles ni el de la burocracia del gobierno que se ocupa de decidir esas cosas. Y ese costo que pagan con más esfuerzo los pobres que los ricos con impuestos a tasa fija (no progresiva) como el IVA, los otros impuestos brutales al consumo y el impuesto inflacionario, también incluye el que generan los estudiantes brasileños y colombianos, que provienen de familias de clase media alta. El costo anual por alumno equivalía al 93% de lo que yo pagaba entonces por un hijo mío que estudiaba en el Instituto Tecnológico de Buenos Aires, una universidad que, doy fe, es dolorosamente cara. Admitió que la universidad está llena de “quioscos” de los radicales y de La Cámpora que nadie se anima a auditar. Entonces le pregunté si no pensaba que algo anduviera mal en términos de eficiencia, y qué le parecía la idea de que la gente recibiera un cheque del dinero de los impuestos y eligiera entre una universidad u otra, pública o privada, sobre todo porque así sería más fácil tomar una decisión con cualquiera que se quedara sin estudiantes. Me dijo que eso era inconcebible, una vez más, “desde la lógica socialista”. Para él, el dinero de los más ricos solamente puede ser usado en provecho de los más pobres según lo que decida un gobernante que es el provecho de los más pobres.
En lugar de recomendarle Camino de servidumbre de Hayek, un libro flaquito y fácil de leer pero que podría resultar provocativo para esa lógica especial que el hombre decía cultivar, lo invité a hablar de la calidad de nuestras universidades. Al fin de cuentas, pensé, un médico de guardia que confunde una contundente neumonía con una anginita (me ocurrió a mí en San Isidro, estuve cerca de dar las hurras y me tuvieron internado cuatro días) o un abogado bestia que arruina a su cliente (lo he visto más de una vez) deberían ser temas que preocuparan del mismo modo a un socialista que a otra gente. Dije que me parecía difícil producir un universitario mínimamente digerible nada más que con presupuesto y “gratuidad” y le pregunté por qué la mayoría de los estudiantes elige una universidad que le queda más cerca que otras de su casa, por qué no hay muchos salteños que estudien en Bahía Blanca, ni muchos porteños en Neuquén. Como no hay probabilidad matemática de que la mejor facultad, siempre y para cada una de las carreras, sea una que le quede más cómoda al interesado, y de que todas sean igualmente excelentes, opiné que en la Argentina hemos renunciado a buscar la calidad atrás de un diploma. Me contestó que la universidad “es una herramienta para salir de la pobreza” (no para aprender cómo se detecta una neumonía). Recordé las decenas de ingenieros venezolanos que encontré en los Uber de todas partes. Es cierto, podrían estar en Maracaibo “tumbando mangos”, pero lo cierto es que Tesla busca más indios y coreanos que venezolanos o argentinos, y que eso no parece que vaya a cambiar porque recientemente hayamos creado más universidades nacionales, como las de Cañuelas, Ezeiza, Pilar, Saladillo, El Delta, San Antonio de Areco, Río Tercero, Alto Uruguay (San Vicente, Misiones), Chilecito, Hurlingham, Comechingones, Chaco Austral (Roque Sáenz Peña, Chaco), Arturo Jauretche (Florencio Varela, Buenos Aires), Rafaela (Santa Fe) y Madres de Plaza de Mayo. Los egresados de esas casas de estudio que no sean absorbidos por el empleo público no van a competir con asiáticos por un puesto de trabajo en el futuro: están compitiendo ahora mismo aunque no lo sepan. ¿Cuántos profesores e investigadores de primer nivel, argentinos o extranjeros, se han mudado a Roque Sáenz Peña o a Chilecito para que podamos dar pelea a los ingenieros indios o chinos?
Luego me dijo que había que distinguir entre las actividades estatales desastrosas y las que eran de gran utilidad, con lo que estuve de acuerdo pensando en una comisaría, un tribunal, la compra de semáforos o de aparatos para tomografía, cosas así. Pero, juro, él citó como ejemplo de dinero público bien gastado nada menos que a Aerolíneas Argentinas, “porque ningún privado va a llevar un órgano para un trasplante si ese vuelo es deficitario”. O sea, para el hombre mantener una compañía entera que cuanto más vuela más pierde (y que lleva más ricos a Disneyworld que obreros a Río Turbio) es preferible a fletar cada tanto un taxi aéreo con un riñón camino a Jujuy. Intenté pensar la cuestión “desde la lógica socialista” y recordé que a lo mejor en casa estamos haciendo las cosas mal, porque consumimos más de medio litro de leche por día y no tenemos vaca.
Entre las empresas virtuosas del estado también mencionó a Arsat, de la que dijo ser empleado. Denunció que Milei está destruyendo la conectividad de la compañía al dejar sin mantenimiento a sus antenas para que Elon Musk venda servicios de Starlink. Le dije que me parecían mercados distintos, que ningún hogar humilde está en condiciones de reemplazar a Telecentro por Starlink. Importar caviar no baja la demanda de polenta. Le dije que me parecería raro que Milei cometiera el suicidio político de dejar sin Internet a millones de votantes. También, que si en cualquier caso Starlink realmente reemplazara a los que proveen Internet por fibra y fuera mejor, habría que recordar que Henry Ford no le hizo “competencia desleal” a los carreros: innovó, y los obligó a convertirse en mecánicos, en vendedores de autos, neumáticos o seguros y toda esa gente empezó a vivir mejor que cuando manejaba carros y llegaba a su casa con bosta en los zapatos. También los socialistas suman con calculadoras sin demasiado remordimiento por haber dejado sin trabajo a los fabricantes de ábacos. Primero arrugó la cara en señal de que estaba perdiendo tiempo con un bruto, pero luego sonrió y nos despedimos con un apretón de manos.
Me quedé con ganas de preguntarle qué probabilidad tendría un empleado de Starlink de mantener su puesto si Elon Musk anduviera por General Pacheco y lo encontrara hablando conmigo a la salida del Banco Santander un lunes a las tres y veinte de la tarde.
-Ω-
Comentarios
Publicar un comentario