Los juicios por corrupción y la "magistra vitae"
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Giovanni Falcone y Paolo Borsellino |
Parece que el finado Cicerón era un eficiente orador, algo más que un buen charlatán. Como abogado era algo marrullero y fabulador (podía haber en esta época uno así). Un excliente, cuando leyó un alegato que Cicerón decía haber hecho en su juicio y que publicó en uno de sus libros de autopromoción (en la Roma de la República podía ocurrir que un abogado anduviera por “los medios” para alimentar su negocio, por suerte eso ahora no pasa), le dijo “qué bueno habría sido que de verdad hubieras dicho eso delante del tribunal”. Como los abogados tenían prohibido cobrar honorarios, él simulaba que sus clientes le daban préstamos que jamás devolvió y con eso se hizo obscenamente rico. No tenía un palacio, sino varios.
Pero Cicerón inmortalizó aquello de que “la Historia es la maestra de la vida”.
A nosotros ese consejo no nos ha penetrado. Nos cuesta aprender de las experiencias.
El juez Giovanni Falcone, instructor del maxiproceso contra Cosa Costra, pudo mandar a juicio y a las rejas a más de doscientos mafiosos con la ayuda del pool de fiscales que integraba, entre otros, su amigo Paolo Borsellino. Ambos volaron por los aires (en Palermo también habían descuidado un poco a los fiscales). El éxito de esa instrucción se debió, en buena medida, a dos circunstancias a las que nosotros deberíamos haber prestado atención. La primera, que en lugar de que cada tribunal juzgara un hecho distinto en un expediente, para que cada uno neutralizara el avance de los demás, miraron en un único proceso toda la estructura y toda la operación de la onorata società. La tarea no era nada fácil: lo primero que debían hacer era probar la existencia misma de una organización que mucha gente, alguna incluso ingenuamente, negaba. La segunda, que Falcone contó con la gentil colaboración de Tommaso Buscetta, un arrepentido que encontraron en Brasil con la cara y la voz cambiadas y al que los corleoneses, que estaban al frente de Cosa Nostra, lo habían tratado de modo un poquitín descortés: le habían matado dos hermanos y secuestrado a un hijo pequeño que después no tuvieron mejor idea que disolver en una pileta de ácido. Durante las largas conversaciones que ambos mantuvieron, llenas de café y tabaco, Falcone llegó a entablar una relación hasta de cierto afecto con ese pentito que lo trataba con mucho respeto, como siempre han hecho con todo el mundo los uomini d’onore. Lo interesante es que Buscetta había escrito prolijamente todo lo que sabía en cuadernos.
No quiero forzar los paralelismos, pero también me parece pintoresco que ya por entonces el principal negocio de la mafia siciliana fuera amañar las licitaciones y dedicarse a ganar dinero con la obra pública.
-Ω-
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