Economía según Oscar Wilde
Mucha gente ve a los bienes materiales como una torta fija, de la cual si uno come un pedazo más grande el otro llevará inexorablemente uno más pequeño. Suponen que es algo que “ya está” y que alguien mantiene guardado como lo hacía el tío rico del pato Donald, aquel que se la pasaba mirando las bolsas llenas de oro (los ricos que yo conozco lo usan para otras cosas). La gente que piensa de ese modo sostiene, de manera equivocada pero coherente, que la solución para combatir a la pobreza es repartir esos bienes del modo que un gobernante considere más “justo”.
En cambio, otros suponen que el único remedio probado contra la pobreza es la riqueza, a la que antes de distribuir hay que crear, no una vez sino todo el tiempo. Entienden que la riqueza no es un stock, sino un flujo permanente de estímulos para que las personas no dejen de producir. Recuerdan que ninguna familia se ha mantenido próspera repartiendo las joyas de la abuela. Lo dijo, tal vez sin demasiada elegancia, el pastor evangélico conocido como Reverendo Ike, un extravagante afroamericano que se paseaba en un Rolls-Royce y predicaba las bondades del dinero: "lo mejor que podemos hacer por los pobres es no ser uno de ellos".
Eso lo sabía, o por lo menos intuía, Oscar Wilde, a pesar de que era un desastre en el manejo de su dinero y de que vivía endeudado por gastos superfluos, hasta el punto de que alguna vez debió declararse formalmente en quiebra. Cuando ya era un escritor famosísimo fue a retirar un traje que había encargado y que costaba veinte libras. Como no tenía esa suma, le dijo al sastre: “Le voy a dar un cheque por veinte libras. No le conviene cobrarlo. Véndalo como un autógrafo mío. Le aseguro que obtendrá por lo menos ciento cincuenta libras”. Y así ocurrió.
Todos pasaron a estar mejor que antes de hacer el negocio. El sastre cobró una suma que jamás había soñado obtener por un traje y Wilde se vistió a cambio de firmar un papel (en realidad, seamos justos, a cambio de haber descollado antes como escritor). Por su parte, es indiscutible que el comprador del autógrafo lo habrá valorado más que al dinero del que decidió libremente desprenderse. Esto nos enseña algo más: lo que crea valor es la diferencia entre las habilidades y los deseos de los seres humanos, no la ilusoria pretensión de que todos seamos iguales (que no lo somos ni siquiera respecto de nosotros mismos en distintos momentos de nuestras vidas).
Acaso el escritor y su sastre hayan podido hacer ese ingenioso acuerdo porque ninguno de los dos necesitaba mentir para ganar una elección.
-Ω-
Muy bueno Marcelo. No conocía esa historia de Wilde . Es así: la riqueza se crea, no es un monto fijo. De otro modo con el crecimiento demográfico solamente ya seríamos todos menesterosos.
ResponderEliminarGracias, "anónimo". Es así, cuando más gente hubo más pensó y más produjo, y vivieron mejor todos. Las teorías de Malthus eran bastante acertadas hasta la Rev. Industrial. Después, no.
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