Alta dirección vs. micromanagement
Para enseñar que la mayoría de los proyectos no fracasa por la estrategia, sino por la ejecución (el PowerPoint generalmente está bien), todo el mundo echa mano de una frase que atribuye a Peter Drucker: “la ejecución se come a la estrategia para el desayuno”. La mismísima Fundación Drucker se cansó de explicar que la cita es apócrifa. Pero ya era tarde. Su adjudicación al profesor austríaco se había impuesto, como todo lo que es a la vez falso y útil. Al final de cuentas, tampoco Conan Doyle hizo decir a Sherlock Holmes “elemental, mi querido Watson”, cuando Garganta Profunda salió del anonimato lo primero que hizo fue aclarar que él jamás había aconsejado “sigan al dinero” y en la tumba de Groucho Marx no se lee “perdone que no me ponga de pie”. Es que hay embustes muy sabios, como la expresión “ladran, Sancho”, que tampoco parece haber salido de la boca de Alonso Quijano, el más genial de los impostores. Al fin y al cabo, la literatura, y acaso todo el arte, existen para eso, para inspirar con mentiras, para engañar de manera provechosa.
En mis cursos de entrenamiento para gente de empresas multinacionales yo respeto la memoria de Drucker a la hora de enseñar la importancia de que "las cosas pasen". En lugar de invocarlo en vano recurro a un chiste que me contaron hace muchos años. Solamente lo he decorado con algún cotillón, sin alterar lo esencial de la historia. Como ocurre con todo lo que hay en este tratado, no necesitarán leerlo los que hayan resistido al menos una semana a alguna corporación y tenido allí la oportunidad de aprender la diferencia entre los directores y los gerentes. Va la historia:
Los habitantes de aquel pueblito de Basilicata repetían “si hay un Cielo y alguien se merece ir ahí, ese es el padre Peppino”. Es que el párroco del lugar era la quintaesencia de la bondad y de la abnegación en la tarea pastoral. En suma, representaba lo que allí entendían por santidad.
Como a todos, al padrecito le llega su hora. Previsiblemente, ingresa en el sector de los elegidos. Ingresa, admito, con algo de estupor, porque se encuentra con un sitio desangelado. Literalmente, carente de ángeles, pero también lleno de burócratas con cara de cuatro letras que tratan de ordenar a gente que hace fila durante horas para completar el proceso de admisión y que protesta por ineficiencias y malos tratos. Cuando finalmente se aproxima a la ventanilla, ve que un señor mayor y barbado comienza a bajar una persiana y se dispone a colocar un cartel de “cerrado”. Don Peppino, con dulzura, alcanza a decirle al funcionario:
- ¡San Pedro! ¡Qué emoción verlo! Sabe, hace horas que estoy acá y…
- Señor, lea el cartel de horario de la entrada. ¿O usted se cree que yo no tengo derecho a almorzar? Me tiene harto la gente prepotente que no respeta los horarios para morirse. Vuelva otro día o váyase al infierno, que ahí trabajan las veinticuatro horas.”
- Bueno, no sabía lo del horario, disculpe, pero es que yo no decidí la hora de mi muerte. Y no sabría cómo seguir con el trámite. La alternativa que me ofrece es, según tengo entendido, algo incómoda.
- ¿Y yo qué culpa tengo? No depende de mí.
- Entiendo. No pretendo ningún privilegio, pero soy el padre Peppino y, en fin, sucede que he estado toda la vida anunciando con entusiasmo justamente esto, y ahora… Entiendo que usted cumple órdenes, pero, no sé, acaso alguna mínima consideración… En la medida en que no lo comprometa a usted, por supuesto.
San Pedro, al que tantos años de administración pública no le habían oxidado del todo su gran corazón, se conmueve y va a consultar. Encara al Superior, que mantiene sus piernas cruzadas sobre el escritorio mientras mira lo último de TikTok.
- Jefe, disculpe que lo moleste, pero hay uno que llegó un minuto tarde y me dio un poco de pena.
- Mandalo a la mierda. Para algo diseñaste un proceso.
- Sí, sí, pero es un cura que según nuestros registros…
- ¿Y eso qué es?
- Un cura, un sacerdote. Y me pareció que…
- ¿"Sace" qué?
- Jefe, ¿recuerda aquello del pueblo hebreo, del hijo del carpintero, de los doce, de…
El Número Uno parece tener cierta dificultad para recorrer la eternidad (en esa oficina lo llamaban precisamente “Padre Eterno”). Entrecierra los ojos y luego de unos instantes dice:
- Mmm…, la verdad que no… ¡Ah, esperá, sí! ¿Qué, caminó eso?
-Ω-
Jeje, un poco cruda la imagen del cielo y de Dios, pero esa corporación me la conozco. Diría que se parece mucho a la última empresa en la que trabajé. Un placer leerte, Marcelo. Carmen Menéndez
ResponderEliminarGracias, Carmen. Sabes cuál es la última en la que yo trabajé. La conoces bien. Es de tu tierra.
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