Conferencias en Buenos Aires

Si usted debe asistir por primera vez a una conferencia en la Reina del Plata, en especial las que hacen para los abogados, es bueno que sepa que se encontrará con el siguiente panorama y que tome sus precauciones:

1. La conferencia empieza media hora tarde. Como se trata de una costumbre importada de las ceremonias de bodas, que autorizan (y presuponen) esa demora impropia de gente civilizada, nadie pide disculpas a los incautos que han sido puntuales. 

2. La persona que presenta al orador es habitualmente el líder de la institución organizadora. Dedica diez minutos a hacerse un homenaje a sí mismo, y otros veinte a repasar la agenda de la entidad, a pesar de que sus miembros ya la conocen y que al resto del público no le interesa porque ha llegado hasta el lugar por otro motivo. 

3. El disertante desperdicia demasiados minutos para explicar lo honrado que está por la invitación y los pormenores de las conversaciones que ha tenido con el anfitrión para que ocurriera la conferencia. Luego hace una introducción, más bien un rodeo, como si evitara ocuparse del tema que ha prometido tratar. Recurre a eso que los gringos llaman throat-clearing expressions, frases insustanciales que equivalen al carraspeo que hacemos antes de empezar a hablar.

4. Luego de pedirle a un chico pelilargo y no tan aseado que solucione varios problemas de conexiones, pantallas que no muestran lo que deben y micrófonos apagados (tiempo estimado que llevan estos ajustes: siete minutos), aparece una colorida presentación de PowerPoint, el fetiche de los que han perdido la capacidad de transmitir ideas oralmente. Salvo que hable el gran Beppe Severgnini, que a esos documentos también les llama PPT, pero ese acrónimo para él quiere decir per piacere toglietela (“por favor, quítenla”).

5. Si el orador ha escrito un libro o un artículo sobre el tema de la conferencia, lee capítulos enteros de esa obra, como si le hablara a analfabetos o le faltara el respeto al finado Gutenberg.

6. Su presentación no es, como debería, una mera guía de títulos. Viene llena de textos escritos en letra pequeña (larguísimos artículos de leyes, por ejemplo). El público debe leerlos trabajosamente, por lo cual alguien que está sentado en alguna de las filas de atrás ni lo intenta. La gente empieza a utilizar su Whatsapp para organizar el partido del sábado o escribir la lista del súper.

7. La falta de sincronización entre el contenido de la parte de la presentación que aparece en cada momento y las palabras del conferencista obliga al público a mirar a un lado y al otro moviendo todo el tiempo la cabeza como en un partido de tenis. Se alegra, o todo lo contrario, según descubra en el público, durante esas torsiones, a algún amigo o a alguien que detesta.

8. Por haberse distraído hablando de “la mar y los peces” (como dicen en España), el tiempo que le han asignado le resulta insuficiente al protagonista para desarrollar el tema. Por eso la conferencia finaliza abruptamente con un pedido de disculpas por todo lo que ha quedado sin comunicar, que el público intuye que era lo importante (de lo contrario habría sido injustificado el pedido de disculpas).

9. Los oyentes utilizan el tiempo de las preguntas para no hacer ninguna. Piden la palabra pero sus larguísimas frases rara vez finalizan con un signo de interrogación. Lo que quieren es lucirse disertando ellos un poquito.

10. Algún narcisista muy tenaz persigue al orador hasta la puerta del taxi para completarle una idea propia.

-Ω-


Comentarios

  1. Genial como siempre, Marcelo. Y si sólo fuera en las conferencias del ‘Reina del Plata’!! Me ha arrancado una sonrisa el responsable de la institución que se echa flores durante largos minutos antes de que empiece la conferencia. ¡Creo que es una irritante costumbre universal!

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