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Mostrando entradas de enero, 2020

Yo acuso (el plagio de Arreola)

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Facundo Cabral solía decir que García Márquez le había plagiado  Cien años de soledad  aprovechando que a él todavía no se le había ocurrido. Lo de Cabral parece nada más que una portentosa y divertida alegoría de la arrogancia, pero esos plagios asincrónicos no tienen nada de asombroso. Es nuestra modesta concepción del tiempo como algo lineal, idea que precisamente los habitantes de Macondo demostraron equivocada, la que impide darnos cuenta de que a menudo la copia se anticipa a la obra original; el texto que aparece después no es la consecuencia del primero, sino su antecedente. Ha pasado algo parecido con la aun más misteriosa interacción entre los libros y la realidad. Y no sólo porque ha habido, y hay, mucha gente dispuesta a degollar semejantes nada más que porque le dijeron que ese pasatiempo había sido recomendado en un libro. En  Tlön, Uqbar, Orbis Tertius  Borges no bromea tanto (salvo cuando enumera un montón de citas apócrifas) al referir la obra de los

Checkpoint Charlie de acá

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Vivo en un país donde a alguien se le ocurrió que el valor que debía instalar es la solidaridad. Acaso con alguna omnipotencia un gobernante pensó que, lapicera en mano, él podía modificar valores predominantes en la comunidad. Hasta incluyó esa palabra en el nombre de leyes tributarias, que son todo lo contrario de los gestos solidarios (a mí la palabra “impuesto” me suena más a participio del verbo imponer que a corazones compasivos, pero no hay nada más plástico que un idioma). Pienso -no es tampoco ningún hallazgo- que si algo conspira contra la solidaridad es la desconfianza. Si alguien no merece compasión es el tramposo: nadie da limosna si descubre que la desgracia del mendigo es simulada. Y nosotros no nos caracterizamos precisamente por confiar mucho unos en otros. Salvo un amigo del presidente, tan rico que le presta un piso en Puerto Madero, pero de esos no conozco ningún otro. ¿Qué exagero con que vivimos en una sociedad de desconfiados? Lean un día mío (es más c

Prefacio a la nueva edición de un libro

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Cuando alguien indicó que se había publicado un nuevo título de Mallea, Borges reconoció que el hombre generaba buenos títulos, aunque era una lástima que se empeñara en agregarles después un libro. Yo he descubierto que reeditar algo permite el placentero ejercicio de agregar un prefacio, aunque no sea bueno. Voy, entonces, por el segundo, todavía bastante lejos de los cincuenta y nueve que Macedonio antepuso a su única novela.   Esta segunda edición algo precipitada no se explica por ningún éxito de ventas (Amazon vendió exactamente treinta y dos unidades de la edición electrónica, casi todas en lugares remotos donde no se habla español), sino por la desmesurada cantidad de errores que contiene la primera. Esos errores fueron tantos que en lugar de invitar a los lectores al juego de detectarlos habría sido más económico pedirles que identificaran las frases bien construidas. De todos modos, he mantenido algunos errores para justificar futuras ediciones, y sobre todo fut

Sermones de aeropuerto

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“Somos lo que comemos”, me dice un vegano  a  la entrada de un aeropuerto, y me explica que el episodio traumático que vivió la vaca en los instantes previos al sacrificio impregna todas mis células,  y que esa es la explicación de m i carácter intolerante y agresivo. O sea, yo no soy así por haber vivido cerca de seis décadas en la República Argentina y dedicarme a cuestiones jurídicas, sino por haberme masticado unos cuantos bifes de chorizo. Dada esa suerte de “transmisión celular de temperamento”, parece que mi alternativa es andar por la vida cargando con la denigración de haber sido meado varias veces al día por gatos y otras criaturas igualmente desagradables, que eso es lo que suele ocurrirle a la lechuga. Humillado o violento . Una decisión difícil.   Tal vez exagere el vegano   y  no seamos lo que comemos,  pero sí un poquito  “ como ”  comemos.   No es novedad que los argentinos padecemos de cierta, digamos, endogamia. Para ser elegante,  diría que  somos algo au

Urbanismo / Urban planning

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Urbanismo           En una magnífica alegoría del desarraigo, Facundo Cabral solía contar que en su pueblo había una única calle a la que un alcalde progresista hizo de una sola dirección. Por eso, decía, todos aquellos que se habían ido nunca pudieron volver sin cometer una infracción de tránsito. Para entrar debían pagar una multa. Acaso esa historia fuera producto de la imaginación de nuestro cantor, pero en mi pueblo tuvimos de verdad, hace como cuarenta años, un episodio de desatino municipal bastante parecido. Un gobernante consideró que a ninguna ciudad moderna podía faltarle una calle peatonal. La idea en sí era algo curiosa, porque en los pueblos muy poca gente tiene el hábito de caminar. Su ejecución lo fue aun más. El estadista mandó construir un paseo de longitud más bien modesta: apenas una cuadra. Lo llamativo es que eligió una que estaba edificada de un solo lado porque del otro había una plaza, que ya ofrecía suficiente espacio para andar de a