Deutsches requiem II


        En un ensayo anterior dije lo que pensaba sobre la extorsión culpógena que hacen los hoteles que invitan a reutilizar toallas para preservar las amapolas o las iguanas. Lo aplican con las toallas, porque los manteles y las servilletas de sus restaurantes, al parecer, no amenazan a las comadrejas de Rancul ni a los cocoteros de Isla Margarita.

        Como ese embuste ambientalista no les ha funcionado, los miserables están probando con otras bajezas, todas propias de psicópatas.

        Un hotelucho de Munich sugiere poner en la puerta un cartelito que indica que el huésped renuncia a que ese día le limpien la habitación a cambio de que la casa le invite un trago. Con una sonrisa inexplicable, la chica de la recepción me resume esa tontería diciendo it’s clean or drink. La han entrenado mal. Sus jefes han olvidado que si alguien no emboca con lo que quieren los clientes se queda sin trabajo. La única razón por la que uno duerme en un hotel como ese, que no tiene sitio para jugar al golf, galería de arte ni pasteleros multipremiados y que deja en la habitación una jarra térmica con dos sobrecitos de Nescafé y dos de azúcar, pero ninguno de leche ni de sacarina, en lugar de alquilar un mucho más confortable departamento vía Airbnb es, precisamente, que alguien le limpiará la habitación todos los días. ¿Qué descerebrado puede estar dispuesto a comprar con el mismo dinero de la tarifa un gin tonic (muy probablemente hecho con materia prima ordinaria) en lugar de una habitación con toallas limpias y cama tendida? Como negocio, que así lo plantean, me parece malísimo.

        Además, es medio raro cómo eligen los alemanes las calamidades que quieren evitar (alguna se les pasó cuando votaron en 1932). Solamente unos que quedaron tontilocos por la depravada de Greta y que no entienden que deben agradecer a la avalancha de turistas chinos que les pagan los salarios pueden pensar que la vida del puercoespín es más importante que frenar el flagelo del alcoholismo.

        Pero esos no son los errores más alarmantes de esta corriente de pensamiento que prefiere fomentar la mugre y no la sobriedad. Lo más terrible también tiene que ver con el desconocimiento de las preferencias del cliente. El que ideó esa oferta supone que una copa en el desangelado bar de un hotel para contadores recién egresados que trabajan en auditoría externa y fueron enviados cuatro días a levantar datos a una fábrica de colchones de por ahí o para veteranos viajantes de comercio, lleno de gente sola que sólo fantasea con encontrar alguien feo para fornicar esa noche (la gente linda no usa ese hotel, o ya tiene compromiso), puede ser suficiente zanahoria para un sujeto que tiene tan altos valores morales. A mí no me molesta la actitud, sino la modestia del premio. Yo únicamente renunciaría a dormir en una habitación limpia a cambio de dos botellas de prosecco y si, además, me aseguraran que me visitará una modelo húngara, en cuyo caso los valores morales podrían esperar hasta el día siguiente y dar paso a una conciencia ambiental algo dormida pero no ausente. Como creo haber dado a entender, nada hay peor que el fanatismo.

        Si los del hotel no reflexionan, yo les auguro que el borrachín mugriento y bajo en autoestima que acepte ese trato ofensivo les deje la alfombra de la habitación toda vomitada, como se merecen.

-Ω-


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