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A day at the beach

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  (Thanks to the enormous Mariana Rimoldi-Sevellec for this translation!) I could no longer put up with what started as a kind suggestion from my family and ended up as merciless criticism of the way I am, as they listed out: that only a weirdo like me spends almost a month by the sea without once setting foot on the beach, that I can’t go back home without at least having dangled my feet in the warm waters of the State of Florida and, finally, walking on the sand barefoot and letting the tropical breezes ruffle my hair is good for who knows what kind of spiritual harmony and other esotericism of the sort. The members of my family have good intentions, but they are somewhat contradictory. On the one hand they insist that I should get a tan, on the other hand, they remind me a thousand times to smear myself with a sunscreen that is at least SPF 50, which, if I understood correctly, makes sure that your body feels like it hasn’t been exposed to the sun at all. Why do it, then? I...

Aceleradores

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  Ayer un amigo me envió un mensaje de audio a través de Whatsapp . Cuando lo escuché, su voz apareció más aguda y su discurso, pronunciado a toda velocidad, como en los avisos comerciales que reproducen condiciones de la oferta para cumplir con requisitos legales. No sabía yo cómo escucharlo de modo que se pareciera a la manera como él habla. Al rato me enteré de que Whatsapp había agregado la función de aceleración de la velocidad de las grabaciones, porque hay gente que se impacienta si tiene que escucharlas en su versión original. Me pareció interesante que una empresa deba hacer algo para que la gente continúe usando su servicio si los demás se empeñan en hablarle como hablan siempre (o para que tenga más tiempo para consumir publicidad u otros servicios que le brinda Facebook , que es la dueña de Whatsapp ). Es cierto que algunas personas abusan un poco del tiempo ajeno. Los profesionales se quejan porque hay personas que les hacen complejas consultas de veinte minutos d...

Día de playa

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  No pude resistir más lo que empezó como una amable sugerencia de mi familia y terminó como una despiadada crítica a mi forma de ser. Que solamente un sujeto extraño como yo pasa mucho tiempo al lado del mar sin pisar una sola vez la playa, que no es posible volver a casa sin haberse mojado por lo menos las asentaderas en las cálidas aguas de por acá, que andar descalzo y dejarse despeinar por las brisas tropicales hace bien para qué sé yo qué armonía espiritual y demás esoterismos por el estilo. Mis familiares tienen buena intención, pero son algo contradictorios, porque a la vez que insisten en que debo ponerme al sol me dicen una y mil veces que no olvide embadurnarme con un protector “factor cincuenta”, que si no entendí mal da como resultado que el organismo hace de cuenta que uno no ha estado bajo el sol. ¿Para qué hacerlo, entonces? Es como ir al cine y vendarse los ojos. Entonces manejé casi una hora para llegar a una playa bien elegida, con la esperanza de encontrar a...

Los abogados, gente de (muchas) letras

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  Julia Cameron escribió The artist’s way,  una especie de curso de autoayuda destinado a (¿será posible eso?) estimular la creatividad, que sigue siendo un éxito de ventas un cuarto de siglo después de su aparición. Opina que del mismo modo que los pichones de pintor a los que se ha reprimido su vocación suelen dedicarse a enseñar artes pláticas en las escuelas, los jóvenes escritores son empujados hacia la abogacía nada más que porque se trata de una profesión palabrera.  El resultado de semejante premio consuelo, me parece, es alguien que logra fracasar en los dos campos, como yo. Probablemente por eso, por el resentimiento de no haber podido ser artesanos que embellecieran el mundo con la palabra, es que los abogados se ensañan tanto con ella. No sólo no han embellecido el mundo. Se empeñan en afearlo.   Mole poblano “Apenas  había el  rubicundo Apolo  tendido por la faz de la ancha y espaciosa tierra las doradas hebras de sus hermosos cabe...

Defensa de la competencia por Macedonio

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                      Macedonio Fernández (1874-1952) fue un colosal escritor. Sin él, Borges habría sido imposible. Era argentino. Cuando alguien le adjudicó la condición de uruguayo, respondió:  No tengo de uruguayo más que la circunstancia de haber vivido siempre en Buenos Aires. Pero, aunque sólo sea por ociosidad examinemos, sin ocuparnos de lo que perdería el Uruguay, qué ganaría yo con nacionalidad nueva .  Sería yo de los uruguayos más jóvenes, pero es tarde para nacer . Era abogado. Alguna vez fue nombrado fiscal en la norteña provincia de Misiones, cargo del que fue echado porque jamás creyó necesario acusar a nadie. Sin embargo, alguna contribución hizo a la ciencia jurídica. En uno de los cincuenta y nueve prólogos que tiene su única novela nos entregó un magnífico ejemplo de lo que debe entenderse por ventas atadas ( tied sales ), muchísimo antes de que los téoricos del Derecho de la Competencia co...

Son cosas mias (privacidad en la Argentina)

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  No es cierto que la vida imite al arte; imita a la mala televisión. Woody Allen   Cuando Orwell escribió 1984 no había televisión. Pero el hombre había descripto un país cuyos ciudadanos estaban permanentemente vigilados por un omnímodo Hermano Mayor, o Gran Hermano, según la traducción. Ese mirón se ocupaba de sujetos cuyas vidas no tenían absolutamente nada de interesante para el prójimo. La presa podía ser un sujeto que no actuaba en política, que no era rico ni famoso, que no tenía -que él supiera- ninguna razón para escapar de nadie. En suma, un sujeto del todo gris, como yo. Alguien en mi casa recibe un mensaje del recaudador argentino de impuestos, que le dice que le llama la atención que, dados sus ingresos, no emplee a ninguna persona para que la ayude con las tareas domésticas. A mí me parecía que sólo un capataz de obraje chaqueño de hace cien años era capaz de decirle a un peón “te estoy mirando y me llama la atención que siempre andes con una bolsita en...

Gordo, pero infeliz

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  Con lo que me cuesta eso de salir a caminar casi de madrugada para bajar los gramos que tengo de más (nunca menos de quince mil), viene el mundo y conspira contra mi objetivo de ser un individuo saludable o, por lo menos, de vivir en un estado cercano a la felicidad. Como en mi caso no se verifica en absoluto ese asunto de las endorfinas que se activarían cuando uno hace ejercicio y que producirían una alegría de otro modo inexplicable (al contrario, a mí transpirar me pone de pésimo humor), condimento semejante suplicio con algún programa que me eduque, o por lo menos que me entretenga y me aleje de pecar primero de pensamiento y después, al llegar a casa, de obra. Con ese propósito escucho cualquier cosa que me ayude a completar la caminata: por mi telefonito han pasado desde una audiencia de la Corte Suprema de los Estados Unidos sobre si los supremacistas blancos tienen derecho a dar discursos en las universidades hasta una conferencia del Gran Maestre de la Masonería mex...